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SILLÓN OREJERO

'Bomp!' el fanzine que desafió a la todopoderosa industria musical en los 70

Tras la revolución musical de los 60 y el efecto que tuvo en grandes masas de jóvenes, la industria musical se apresuró a convertirlos a todos en clientes, a los artistas en productos y a las escenas en mercados. La ciencia económica pronto se mostró incompatible o reticente a la frescura del arte y algunos adolescentes de la época iniciaron una pequeña nueva revolución. Bomp! fue uno de los fanzines más importantes que hicieron de la autoproducción y los sellos independientes una cultura que estalló con el punk

9/10/2023 - 

VALÈNCIA. Decía Jaime Gonzalo en un Ruta 66 de 1994 que los sellos independientes estaban para alterar la corriente, no para seguirla. Qué tiempos aquellos cuando los márgenes del mercado tenían gran actividad en las dos direcciones, la experimental y la auténtica, esto es, la pasada de moda. Hoy, con la interconexión, la sensación es que todo es mercado y, paradójicamente, todo está disponible sin despegar el culo del sillón. Un disco siempre es un viaje, una experiencia emocional, pero con el formato físico, la busca y captura de lo que estaba fuera de las redes de distribución convencionales añadía aventura y épica a cada descubrimiento. 

Claro que era una odisea más placentera para el comprador que para el suministrador, que en no pocas ocasiones ponía en riesgo su patrimonio. Así lo contaba Greg Shaw en la citada revista: “Los motivos de las crisis que hemos pasado en Bomp se han debido a que mis gustos como fan han  ido en dirección contraria al negocio. Como compañía discográfica, si haces algo guiándote solo por el valor de la música, corres un riesgo. La gente no lo compra y eso solo te lo puedes permitir de vez en cuando. Si te acostumbras entras en crisis. No sé si han sido tres o más las crisis que ha atravesado Bomp, pero he aprendido a ser precavido. Cuando no te llega ni para sobrevivir y estás empeñado en deudas aprendes a administrarte. Está visto que lo nuestro son las recopilaciones. Ahora tenemos un gran catálogo de recopilaciones que no teníamos en los 70. En los 70 solo teníamos bandas nuevas y montones de deudas”. 

Ahora hablar de Plimsouls, Barracudas, DMZ, el Stiv Bators post Dead Boys o los Flamin’ Groovies es hablar de clásicos. Sin embargo, en su momento su lanzamiento fue crudo, decía Shaw: “Cuando apareció lo del power pop la gente nos odió por ello, porque en el aquel entonces lo políticamente correcto era el punk, y los seguidores del punk odiaban la sola idea del power pop. Fue muy controvertido y no obtuvo la atención que merecía”. 

En ese mundo Bomp! llegó a ser una institución. Como fanzine, en los años 70 mantuvo viva la llama de la psicodelia y el garaje, a la vez que alumbraba el power pop y el punk y sus correspondientes hibridaciones. Fueron muchas publicaciones, pero Greg Shaw fue el editor del fanzine más importante, el que dio comienzo a todo y el capo del sello que diez años después le dio continuidad a su espíritu. Sus álbumes recopilatorios de la serie Pebbles deben haber sido la mayor fuente de suministro de canciones para DJs garajeros antes de Internet. De hecho, es lo único que le funcionaba al sello. Lo suyo era la arqueología. La música eterna. Lo explicaba en esos mismos términos: “Creo que esa música es tan pura que siempre será popular. Es como el blues o el rockabilly. Sus formas son tan puras que siempre serán una influencia y todas las generaciones necesitarán oírlas”. 

Ojear ahora el fanzine es un acto de nostalgia de primer orden. Es ir leyendo cómo gestaba toda la música underground de los 70, que luego llegó a ser clásica. Sobre todo son interesantes los artículos que permiten tomarle el pulso a los tiempos. Por ejemplo, en el número de noviembre de 1977, el que anunciaba la llegada de la British Punk Explosion, un artículo se titulaba “Cómo hacer tu propio disco”. Ahí se ponía de manifiesto el imposible acceso a la radio de los grupos que no estuvieran en el catálogo de una discográfica importante. La única forma de impresionar a los propietarios de locales donde había directos era llevarles un disco. El artículo fechaba en 1973 el inicio del fenómeno, justo cuando también comienza la oleada de fanzines. 

Las escenas locales, con un lugar para tocar por donde pasen todos los grupos de una región, era la mejor forma, decía, de conseguir una reputación. Con discos autoproducidos vendidos, los grupos tenían una carta de presentación más atractiva para las discográficas. A veces parecía que estaba vendiendo la fórmula mágica para monetizar redes sociales. En aquel momento, explicaba, habían crecido las audiencias que buscaban experiencias diferentes. Cada vez había más gente interesada en discos oscuros, descatalogados, en descubrir cosas nuevas, pero en el pasado. El artículo decía que eso se debía al punk, pero le daba un significado mucho más filosófico que los clichés que se entienden hoy por esa palabra: “una alternativa a la pretenciosidad exagerada”. En este punto, hay en este ejemplar una lista de grupos británicos, como un scene report, es gracioso cuando de Damned dice que tendrían que aprender a tocar mejor para que su carrera continuase, pero “eso podría ser su perdición”. 

Conseguir este tipo de discos por correo, o irse directamente a Europa a comprarlos, se convirtió en algo esencial para cualquier tienda estadounidense. Todas tenían una sección Punk-Rock con material que no había pasado por los grandes sellos o las redes de distribución. Cada acumulación era única y eso atraía a los clientes a las tiendas. Es emocionante lo esperanzador que pinta el nuevo panorama cuando lees sobre él en sus albores. Luego, sin embargo, el resultado, como hemos visto al principio de este texto, fue más prosaico. Pronto se estableció el canon y los críticos y los aficionados listillos comenzaron a señalar qué era y qué no era, lo típico que pasa siempre en todo. Y en cuanto a la sólida base de audiencias interesados en sellos independientes, nunca dieron como para que Bomp! tuviese una existencia holgada. 

Años antes de esta fecha fetiche de 1977, en el verano de 1974, Shaw decía en un editorial de su revista las grandes verdades del negocio del rock: “En este más que en otros géneros musicales se ha funcionado de esta manera [experimental] debido al rápido cambio de estilos, tendencias y modas o, más concretamente, de generaciones. Al margen de lo que cada uno quiera creer, el rock and roll es esencialmente música adolescente. A medida que cada generación envejece, sus gustos exigen algo más complejo”. 

Shaw se refería a que los adolescentes adoran la música sencilla porque, en aquella época, era la única que podían tocar a partir de los 12 años, cuando empezaban a juntarse con sus instrumentos. En las escenas locales, de esta manera, cuando alguien daba con la tecla, el resto de chavales acababan imitándolo y dándole otra vuelta, de forma que “Es sorprendente lo que consiguen algunos chicos de instituto, sin tener ni idea de lo que están haciendo, rompen todas las normas y, en ocasiones, con brillantez”. 

No hace falta darle muchas más vueltas para entender la música popular de los adolescentes, tanto en el siglo XX como en el actual. En esos párrafos está todo. Y se sigue repitiendo inmisericordemente, así como los antiguos jóvenes, los que han crecido, rechazan lo actual y lo desprecian. Van cumpliéndose las etapas como un reloj. No por casualidad, Shaw supo aprovechar las múltiples grietas que dejaba el gran negocio musical de las discográficas y los medios de comunicación para proponer vías que no tenían por qué estar muertas. La respuesta del público fue moderada y relativa, pero hoy todo lo que fomentó este hombre y su sello tiene tanto valor artístico como la obra en sí. Fue un auténtico mecenas, con toda su modestia, y su criterio cambió la historia de la música popular. Al menos durante unas décadas.  

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