Esto del género debería provocar un debate de auténtica profundidad y altura en nuestra sociedad. A mí no me han querido atender en el bar y menos en la pescadería por querer seguir las neo normas de sus señorías. Y es que están en todo.
Dejemos a un lado la bolsa, la economía, los planes de pensiones privados ante la insostenibilidad del sistema de este Gobierno y su anacrónica ministra del clan andaluz; los cambios de las comisiones en los fondos de inversión, hasta el vandalismo sobre nuestro patrimonio histórico y artístico. Nada es trascendente. Lo realmente importante tampoco es el día a día de Puigdi. Lo realmente debatible y preocupante es el género y la palabra. En ello están sus señorías.
Por intentar seguir sus nuevas normas, a punto estuvieron de darme fuerte en el cogote. Y es que, en el bar donde almuerzo habitualmente me miraron muy mal. Pensaron que estaba vacilando -que también-, pero siguiendo las consignas de neo progre.
Llegó el camarero agobiado por el servicio y pedí una ración de boqueronas y otra de merluzo. Y un gran copón de vino. El tipo se quedó mirando.
¿Perdón?—, preguntó.
Repetí. Boqueronas, y merluzo de segundo.
El camarero me miró otras dos veces con mala cara. Terminó preguntando si tenía algún problema de dicción. Le dije que no, que esto del cambio de lenguaje y términos de género era algo normal y aceptado. Lo dicen en el Congreso, le recordé.
Si según las encuestas una gran parte de la sociedad valenciana aún cree que gobierna el PP nuestra Generalitat, como expliqué, por qué no imaginar que el mundo, la gramática, la etimología y hasta la fonología y fonética puede cambiar en manos de estos diputados tan genéricos y comprometidos con el género. Como entren en la semiótica vamos “apañaos”.
No se equivoquen. Esta subdivisión a la que no están conduciendo puede generar puestos de trabajo. Los sexadores de pollos se ganan muy bien la vida ejerciendo su oficio. A las hembras les llaman gallinas y a las más jóvenes pollitas. Si existen, según ellos, portavoces y portavozas por qué no boqueronas y merluzos. Ante esta nueva disyuntiva de lenguaje inclusivo para favorecer la igualdad, según la miembra del Congreso Irene Montero (Podemos), deberíamos adaptar todo género para no ser ni sentirse excluyente/a o excluido/a.
No deberíamos tolerar que cuando comemos merluzo nos lo hayan colado como merluzas, gambas/os, vacas/os, féculas/os, pasto/a, longanizas/os… Los peces fecundan en el ambiente, y como en todo existen dos sexos. Pero sin normas.
Lo repetí horas después en un supermecado. Me quejé en la pescadería. Lo que me iban a poner tenía el cuerpo estiloso y alargado, como ilustra la Ciencia para diferenciar. Reclamé una prueba. Me sacaron escoltado. El “gorila” pensó que, realmente, estaba ido o borracho. Se lo intenté explicar. No me entendió. Me acompañó hasta la puerta. Ya en la calle me llamó imbécil. Normal.
Yo a todos estos miembros y miembras de nuestro sistema político les recomendaría efectuar, antes de hablar o establecer reglas gramaticales o lingüísticas, una consulta a Fundéu o a la RAE que como tienen tantos varones en sus filas, como todas esas asociaciones e instituciones endogámicas que dan miedo, les vendría bien. Al menos pasarían el rato.
Incluso lo elevaría a nuestra Academia Valenciana de la Llengua. ¿Habrá que traducir, no? Así, de paso, tendrían algo más que hacer o proponer para justificar que les van a montar nuevo pisito en la restaurada sede de Sant Vicent de la Roqueta, allí donde nadie sabe muy bien qué hacer. Podrían elaborar un dictamen.
Estoy hecho un lío. Lo reconozco. Estos de Podemos están logrando centrar nuestra gramática, inteligencia y lexicografía. Algo así como nuestra Generalitat que ha perfilado el logotipo del autogobierno con un lifting coqueto; síntesis estética. No lo que viene después con el cambio de los cambios que va significar en documentos, papeles, sobres, libros, cuños, placas, estandartes/as…Más aún con los expertos/as en Heráldica animados/as en la batalla. Estamos de remodelación estética y gramatical. Como todos/as se pongan a ello nos espera una derrama municipal o provincial terrible.
El caso es que no me trajeron ni boqueronas, ni merluzo. Me tiraron directamente del restaurante. Simplemente porque cuando el camarero preguntó por el postre le sugerí banano. Ahí ya fue contundente. El mío, contestó. Fue entonces cuando me agarró por el pescuezo. Qué poca paciencia tienen algunos/as. Con lo fácil que resulta entenderse.