Constituidas ya las nuevas corporaciones municipales, que han supuesto para el PP valenciano la recuperación de muchas de las alcaldías más importantes del país, incluida la ciudad de València, el govern del Botànic apura sus últimos días a la espera de que se produzca la ya pactada investidura de Carlos Mazón como próximo presidente de la Generalitat a la cabeza de un gobierno PP-VOX. Más allá del contenido del pacto programático presentado por ambos partidos, todavía muy genérico y del que habrá que ir viendo cómo y en qué se concreta, la victoria electoral de las derechas españolas en la Comunitat valenciana apunta a la apertura de un nuevo ciclo político que promete ser largo.
Transcurrido un mes desde las elecciones que han supuesto la derrota de los primeros gobiernos progresistas de coalición que ha tenido la Generalitat valenciana, en los primeros análisis sobre las causas de la derrota ha emergido cierto consenso sobre cómo la dinámica política nacional, a través de un voto de castigo al gobierno de Pedro Sánchez, ha acabado por resultar clave en la victoria de las derechas.
Siendo cierto que la imagen del gobierno central está, en general, por los suelos entre las clases medias; también que el espacio últimamente denominado “izquierda a la izquierda del PSOE” llegó a las elecciones hecho unos zorros y con una ofensiva por tierra, mar y aire de Sumar y todos los medios afiliados contra Podemos y sus candidaturas; que la parte de la población de rentas por debajo de la media (por no hablar de las personas en situación de más vulnerabilidad) han visto cómo desde 2019 su poder adquisitivo, por unas razones o por otras, no ha hecho sino reducirse; y además es verdad que la campaña acabó conformándose en clave muy nacional, entre otras cosas por las extravagantes decisiones de los partidos que componían el gobierno del Botànic de que así fuera… sin embargo, y aun así, esta explicación no ofrece un cuadro completo, aun siendo una parte indudable del mismo.
Si el Botànic ha caído ha sido también porque hay factores adicionales estrictamente valencianos que habría que atender también. A fin de cuentas, los datos en bruto no hablan ni mucho menos de una gran movilización de las derechas valencianas (la suma de los votos a opciones conservadoras en 2023 ha sido menor a la de los votos que PP, VOX y Cs lograron en 2019, y eso a pesar del incremento del censo), sino más bien de que las fuerzas progresistas se dejaron unos 300.000 votos por el camino (más o menos 200.000 Podemos y otros 100.000 Compromís), la mayor parte de los cuales no fueron absorbidos por el PSPV sino que, directamente, se quedaron en casa. ¿A qué puede obedecer este desapego? ¿Qué ha hecho mal el gobierno de Ximo Puig para perder con tanta claridad las elecciones (con bastante más margen, por ejemplo, que alcaldías como la de València, donde el resultado ha sido mucho más justo), máxime cuando hay cierto consenso respecto a que la acción de gobierno en sí misma no ha sido particularmente mala ni confrontacional ni se han cometido errores en exceso graves?
En primer lugar, incluso aceptando que las causas esenciales de la derrota del Botànic obedezcan sobre todo a cuestiones estatales, ha de añadirse que en tal caso también habría una cierta responsabilidad del gobierno valenciano por haber sido incapaz de crear una dinámica política propia que haga que los electores les juzguen por su trabajo y no por el del gobierno de España. No parece que en el resto de elecciones autonómicas de este ciclo electoral (Galicia, Euskadi, Catalunya, Andalucía… e incluso Madrid y Castilla y León) a los partidos gobernantes les hayan juzgado por lo que hacían otros ni que sus comicios se hayan visto tan contaminados por la política española. De hecho, en todos ellos los temas de campaña fueron por lo general esencialmente autonómicos. Además, y sobre todo, en todos los casos los resultados finales resultaron en un fortalecimiento de quienes ya gobernaban. El Botànic es una llamativa excepción a esta tendencia.
Puede considerarse que en el caso valenciano la coincidencia con las elecciones nacionales impedía la singularización del proceso, pero esto también es en gran parte responsabilidad del president de la Generalitat: simplemente con adelantar unos meses las elecciones, como hicieron el resto de presidentes autonómicos que tienen reconocida esta potestad para garantizar la no contaminación de sus procesos electorales con otras cuestiones, este efecto se habría minimizado mucho. Se trata de una herida sin duda autoinfligida sobre la que a buen seguro las derechas valencianas reflexionarán bastante para que no les pase algo semejante en el futuro. Porque aunque nadie escarmienta en cabeza ajena, o eso suele decirse, el PP valenciano ha demostrado históricamente mucha más capacidad para entender cómo emplear este tipo de mecanismos para conservar el poder de lo que puede decirse de nuestras izquierdas.
En segundo término, como ha recordado recientemente la propia exvicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, el cainismo con el que se han conducido los socios de gobierno quizás explica en parte su derrota. Ximo Puig ganó (por los pelos) la presidencia de la Generalitat en 2015 surfeando una ola que, alimentada también por Podemos y Compromís, arrasó a las derechas en toda España; en 2019 adelantó unas semanas las elecciones para que Pedro Sánchez le hiciera parte de la campaña; y en 2023 confiaba en que los alcaldes socialistas de ciudades medias y grandes aportaran un empuje diferencial que le permitiera revalidar el cargo sin apenas despeinarse. De todas estas alternativas, el acompañamiento más eficaz ha demostrado ser el de 2015. A pesar de ello, y dado que Compromís y PSPV prácticamente empataron en esa ocasión y no se deseaban más sustos, la labor de gobierno durante estos años ha sido orientada en gran medida para lograr en toda la medida de lo posible la laminación de los socios menores de gobierno, algo en lo que se ha logrado un éxito relativo (Podemos ha sido provisionalmente liquidado, Compromís se ha estancado con ligera tendencia a la baja).
Pero la operación, culminada con la liquidación política de la propia Mónica Oltra, ha sido globalmente un fracaso sin paliativos, por cuanto no ha conseguido que esos votos acabaran fortaleciendo a la alternativa de voto “útil” de la izquierda. El hecho es que un PSPV sin socios potentes es incapaz a día de hoy de hacer frente por sí solo a las derechas valencianas. Ni siquiera en un momento de extrema debilidad de sus socios ha logrado pasar del 30% de los votos, una marca manifiestamente insuficiente (al nivel, por ejemplo, del candidato socialista andaluz que protagonizó el éxito sin paliativos de conseguir que en esa comunidad autónoma el PP haya acabado teniendo mayoría absoluta). Esta debilidad es muy probablemente más estructural de lo que los propios socialistas valencianos siguen empeñados en concebir, por mucho que a corto y medio plazo la dinámica política estatal vaya a ayudar a la concentración del voto en el bipartidismo tradicional (como veremos sin duda en las próximas elecciones a Cortes generales). Cuestión sobre la que, de una u otra manera, las izquierdas valencianas tendrán que pensar también en el futuro. Tanto Podemos, y muy especialmente Compromís, respecto de qué relación quieren tener de mayores con el PSOE y, muy especialmente, con el PSOE estatal; como el PSPV, que deberá asumir que su propio éxito futuro pasa por una colaboración algo más real con estos otros espacios políticos. Si no, pintarán bastos para muchos años para las izquierdas valencianas.
Por último, hay que tratar de entender las razones últimas y de fondo de la aparente desafección o fatiga de cierto electorado propio de, especialmente, los socios más a la izquierda del PSPV. Parece fácil colegir que, al menos en parte, hay una parte de su electorado que no sólo estaba descontenta con la actuación de Podemos o de Compromís sino que, además, lo estaba de un modo que no le ha llevado a votar al PSPV como alternativa más profesional, más moderada, más eficaz, más centrada o más capaz y experimentada a la hora de gestionar la cosa pública. Si esos votantes directamente han dejado de votar al Botànic y se han quedado en casa es muy fácil intuir que son ciudadanos descontentos con la acción política no por la falta de moderación de las políticas implantadas sino, más bien, por no haber cumplido éstas con las promesas de transformación que en 2015 llevaron al Botànic al poder.
Obviamente, no podemos saber si una hipotética política más ambiciosa en términos de reivindicación frente al gobierno central, protección y fomento del valenciano, inversión más generosa en sanidad y educación públicas, requisito lingüístico, tasa turística o exigencias de un nuevo urbanismo y modelo económico más ambientalmente sostenibles hubieran acabado por desencadenar una reacción política totalmente diferente y aún peor para los resultados electorales de las izquierdas, con más votantes de derechas acudiendo a las urnas para parar esas políticas. Es algo que perfectamente podría haber pasado, igual que quizás también, a lo mejor, el despliegue de las mismas, si hubiera sido exitoso, habría podido atraer votantes moderados convencidos de la bondad de estas orientaciones a la vista de sus resultados en la práctica. En cualquier caso, esto es algo que no podemos saber, sencillamente porque al no haberse dado la premisa carecemos de evidencia alguna sobre cuáles podrían haber sido las consecuencias.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que la vía de la moderación ha derivado en la pérdida de un número suficiente de votantes, no compensando con la atracción de votantes provenientes de los partidos de derechas tranquilizados por este tipo de acción de gobierno, que ha dado al traste con las expectativas de continuidad del Botànic. Quizás ésta sea la enseñanza más importante del ciclo electoral que se acaba. A veces, y dado que uno no tiene ninguna garantía de ganar aplicando el programa del otro o estando siempre a la defensiva, simplemente, vale la pena actuar según lo que uno piensa de verdad y prometió cuando quería ser elegido. No garantiza nada, pero si uno gana, consigue mucho más, porque no sólo triunfa en las urnas, sino a nivel de generar transformación social… y si uno pierde, pues no se queda con cara de tonto. Que es un poco lo que ha ocurrido con el Botànic.
Para muchos votantes de las izquierdas valencianas, e incluso para no pocos de quienes han protagonizado estos años en cargos o funciones de responsabilidad, no es difícil predecir que poco a poco se acabará asentando la sensación de que estos ocho años han sido una época de gestión aseadita, de limpiar parte de la terrible herencia que se encontraron PSPV, Compromís y Podemos en 2015 al ganar las elecciones, de poner en marcha poco a poco pequeñas mejoras… pero que han pasado sin llegar a promover grandes reformas que vayan a ser recordadas y dejar huella o que hayan cambiado el marco en que las políticas y la gestión públicas se hayan de realizar y sean demandadas por la sociedad valenciana. Es decir, que estos años han pasado sin mayor pena ni gloria hasta dejar paso de nuevo a un PP (con VOX de muleta) que volverá a gestionar una Generalitat valenciana donde no ha cambiado casi nada de lo estructural pero que sí ha mejorado su imagen, ciertas eficiencias en la gestión e incluso su situación financiera. Como ocurre en no pocos ayuntamientos ahora mucho más saneados, donde todo este ahorro no se ha empleado en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, es de suponer que quien más agradecerá esta situación serán los nuevos gestores, que entran en condiciones muy propicias para, a partir de ahora, gestionar y a proponer mejoras o cambios menores o de matiz, junto a los que se refieren a valores y cuestiones simbólicas, que les lucirán mucho. Se lo han dejado todo limpio, aseado y preparado… y además con un marco general para la acción política a nivel autonómico valenciano que tampoco es en casi nada muy distinto al que había más o menos construido el PP tras veinte años de hegemonía y que ya estaba más que decantado en 2015. Las izquierdas valencianas no sé si van a reflexionar en exceso sobre el particular; las derechas, no tengo ninguna duda, en cambio, lo van a disfrutar.