Tres generaciones han perfeccionado la receta de las considerados por muchos las mejores bravas de la ciudad.
Yo no sé sin son o no las mejores -me asustan las sentencias categóricas, mejor que cada uno decida qué es lo mejor para uno mismo-, pero lo que tengo claro es que son superiores. Que son los Beatles, los Rolling y Bob Dylan juntos; Maradona, Jordan y Rafa Nadal; las top models de los 90 -Cindy, Claudia, Elle, Linda y Naomi- en la misma habitación pero bien de aceite y pimentón. Y es imposible no pedirlas. Aunque no quieras pedirlas, las pides. Puede que ese día prefieras unas gambas, unas cigalas y media docena de ostras. Pero las bravas siempre caen. Son como 'El Ángel exterminador' de Buñuel. Existe una fuerza todopoderosa que te obliga a pedirlas. Bueno, en realidad, es que están cojonudas. No hay ningún otro secreto.
Me cuenta Richard -el segundo Ricardo de la saga-, actualmente al frente del bar, que la receta fueron perfeccionándola con los años. Viendo lo que se hacía. Primero con tomate. Debatiendo si le ponían o no ajoaceite. Hasta que dieron en el clavo y la forma de prepararlas ha permanecido intacta desde hace décadas. Y muchos bares le han rendido homenaje, por ejemplo Askua. Cada semana salen de cocina 240 kilos de patatas.
Este año el bar Ricardo cumple 75 años dándonos alegrías, y se lo merecen todo porque cuando alguien hace las cosas con tanto esfuerzo, amor y humildad como esta familia, solo les pueden pasar cosas buenas. Ojalá esa barra y esa manera de entender lo que es la hostelería dure 750 años más.