El escritor analiza cuestiones como la religiosidad en la obra del artista británico o sus referencias a Nietzsche
VALENCIA. Sí, hemos caído presos de la bowie-nostalgia, y es probable que más de un lector haya acusado síntomas de sobredosis ante la avalancha de artículos que, como este que nos ocupa, saca de nuevo a relucir la trascendencia cultural de este icono del pop, cuyos últimos discos consiguieron resarcirlo del declive artístico que sufrió en la segunda mitad de la década de los ochenta y la de los noventa.
Son muchos los que se han asomado a los últimos discos del artista británico con oídos nuevos, buscando las claves de una despedida oculta en la música y las letras. Uno de estos rastreadores es el escritor y pensador británico Simon Critchley (Hertfordshire, 1960), cuyo ensayo Bowie fue publicado en castellano por la editorial Sexto Piso en 2016. Este breve libro alumbra la figura del “duque blanco” con una luz extraña pero interesante: la del filósofo-fan. En él se cruzan constantemente las reflexiones subjetivas del autor con sus conjeturas acerca de las ramificaciones metafísicas y culturales que emanan de la obra del músico.
Bowie quería una salida gloriosa, “a lo Houdini”, y la tuvo. El videoclip de 'Lazarus', uno de los singles de Blackstar, se ha interpretado como un elegante canto del cisne. Critchley —al que se conoce en España como autor de Apuntes sobre el suicidio (Alpha Decay), La demanda infinita (Marbot ediciones), una teoría del anarquismo basada en el compromiso ético; Sobre el humor (Qualea) o El club de los filósofos muertos (Taurus)— opina que la elección de Bowie de esta canción para su último testimonio audiovisual no fue en absoluto azarosa. Algo convencional en el aspecto musical, pero con un punto dramático evidente, este tema formaba parte de una obra de teatro musical estrenada en Nueva York en diciembre de 2015 que daba continuación a la historia de El hombre que vino de las estrellas la película de 1963 en la que el propio Bowie interpretaba a un extraterrestre, Thomas Jerome Newton, que viene a la Tierra en busca de agua y queda atrapado por el alcohol y otros vicios terrenales. La obra teatral toma el argumento en ese punto para describir a un alienígena atado a la Tierra, que no puede morir. Condenado a habitar un espacio indeterminado entre el mundo de los muertos y el de los vivos, como el propio Bowie cuando compuso estos versos, analizados uno a uno –y con todo lujo de detalles— en la web Genius.
Atando cabos, Critchley recuerda la historia bíblica detrás de Lázaro, a quien Jesús rescata de entre los muertos después de pasarse cuatro días en una tumba de piedra. Cuando sale por su propio pie, siguiendo las órdenes del profeta, Lázaro aparece con las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Uno muy parecido al que tapa los ojos de Bowie en el videoclip.
El misterio de cómo se las apaña Bowie para hacer aflorar la “verdad” desde la reivindicación de la impostura y su carácter espiritual se ponen asimismo sobre el tapete. El libro pone de manifiesto las posibles referencias más o menos ocultas al budismo, el esoterismo cabalístico o al supuesto nihilismo (que no es tal) en la obra de Bowie, donde se menciona a menudo a Dios y a “la nada”.
No es la única teoría que lanza el escritor británico, especialista por lo demás en la obra de Emmanuel Levinas y Derrida. Critchley asocia la muerte de Ziggy Stardust (es decir, el concierto de julio de 1973 en el que Bowie anunció la muerte de este personaje) con el arte autodestructivo de Gustav Metzger, del mismo modo que vincula la visión distópica de discos como Diamond Dogs con el “sentimiento postrevolucionario de desesperación, inacción y nihilismo” que describía el dramaturgo alemán del XIX Georg Büchner en “La muerte de Danton”.
Los aficionados a diseccionar los versos de Bowie encontrarán buen cobijo en estas páginas, en las que el autor se enzarza con valor contra el enigma irresoluble de los poemas. Lo hace, en todo caso, con cautela: “Las letras de Bowie alcanzan su máxima fuerza cuando son más evasivas. Nosotros llenamos los espacios en blanco con nuestra imaginación, con nuestro anhelo”.
Es conocido que Bowie atesoraba un nivel cultural mucho más elevado que la media de una superestrella del pop. Además de un magnífico catalizador de subculturas, era un ávido lector, un coleccionista de arte al que de verdad le gustaba el arte (especialmente el expresionismo alemán y Egon Schiele) y un entusiasta del teatro, la danza y el cine de ciencia- ficción. Como hijo del posthippismo, Bowie le hizo un hueco a Nietsche en algunas de sus canciones —'The supermen', 'Oh you pretty things'- y, lo mismo que Jimmy Page y tantos otros jóvenes artistas de la década de los setenta, también se dejó fascinar por las teorías ocultistas de Aleister Crowley. Éstas y muchas otras referencias culturales relacionadas con el artista londinense se nos revelarán en mayo, cuando abra sus puertas la exposición itinerante David Bowie is en el Museu del Disseny de Barcelona. Las entradas anticipadas para esta muestra se pusieron a la venta el pasado martes con motivo del 70 aniversario del nacimiento de David Jones (14,90 euros para visitas durante los días laborables y 17,90 para fines de semana y festivos), y todo apunta a que aún así veremos largas colas.
Esta gran muestra, organizada por el Victoria & Albert Museum de Londres e inaugurada por primera vez en 2013, incluye abundante material videográfico y más de 400 fotografías y objetos personales, como las llaves del apartamento de Bowie en Berlín Oeste, ciudad en la que se gestó la Trilogía formada por Low, Heroes y Lodger, y en la que vivió uno de los periodos más felices y fecundos de su trayectoria. Otro de los pilares de la exposición es sin duda la colección de piezas de vestuario: una chaqueta del Bowie adolescente de 1960, cuando tocaba con The Kon-Rads; diseños de Freddie Burretti y del (alucinante) diseñador japonés Kansai Yamamoto; el traje de arlequín triste creado por Natascha Korniloff para el video 'Ashes to ashes' de 1980, así como los que realizó Alexander McQueen a partir de los años noventa.
Visto lo visto, creo que debemos asumir que el mundo no está todavía preparado para pasar página con Bowie.