Han pasado apenas unos meses desde las elecciones autonómicas y municipales del 28M, y el vuelco en la Comunitat Valenciana ha sido total y absoluto. No sólo en los números electorales, que fueron muy claros (pero no aplastantes) desde la finalización del recuento, sino en la exitosa política de pactos posterior llevada a cabo por parte del Partido Popular e incluso en la consumación de un cambio que se asemeja a la "vuelta a la normalidad" en la Comunitat frente a los años del Botànic, que se analizan en los medios como una especie de molesto accidente histórico.
El PP venció, pero además de vencer, supo aprovechar su victoria y exprimirla al máximo, para alcanzar las posiciones de poder. Pues, como bien sabe Alberto Núñez Feijóo, con vencer, con ser el más votado, a veces no basta. También hay que convencer, que diría Unamuno. Más concretamente, convencer a los potenciales socios cuyos votos son imprescindibles para alcanzar una mayoría de investidura y en su caso de Gobierno.
En esta labor, la de convencer para alcanzar el gobierno en distintas instituciones, el PP de la Comunidad Valenciana ha sido eficaz y creativo. De hecho, ha abordado estrategias muy diferentes en las tres principales instituciones que ha recuperado de las manos de la izquierda. En el caso de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón optó por asumir lo inevitable desde el minuto uno. Así, Mazón acordó un pacto relámpago con Vox en el que cedía la vicepresidencia y varias consellerias. Un pacto que le generó muchas críticas, porque contrastaba con lo que sucedía por entonces en las demás comunidades autónomas y porque puso en dificultades a Núñez Feijóo en su estrategia electoral previa a los comicios del 23J, basada en hacer como que Vox no existía y que el PP podría gobernar en solitario.
Frente al enfoque de Mazón, la alcaldesa de Valencia, María José Catalá, adoptó un enfoque totalmente opuesto: Catalá fue investida sólo con los votos del PP, aprovechando las características de la LOREG, que obliga a investir al candidato municipal de la lista más votada, si nadie obtiene la mayoría absoluta en la votación. Una vez superado el escollo inicial de la investidura, Catalá comenzó a gobernar en solitario, ignorando a los concejales de Vox, a los que, más o menos, vino a comprar asignándoles dedicación exclusiva y salarios de 74.000€, a pesar de que no formaban parte del equipo de Gobierno (está bien, "comprar" es una palabra muy fuerte; digamos mejor... sí, comprar).
Por último, el PP obtuvo una tercera institución, ésta por sorpresa, de las manos de la izquierda: la Diputación de Valencia, en donde los números de PP y Vox, por sí mismos, no sumaban. Pero el PP supo atraerse a la diputada clave, de Ens Uneix, el partido creado por el expresidente de la Diputación, Jorge Rodríguez, tras romper con el PSPV. Para ello, el PP aplicó tres recetas que son casi consustanciales a la política española: prometer todo tipo de prebendas a Ens Uneix y dejar que la atávica incompetencia y odios cainitas de la izquierda hicieran el resto.
Inicialmente, dio la sensación de que la que había jugado mejor sus cartas era María José Catalá; en parte, porque tenía mejores cartas que jugar. Pero, sea como fuere, Catalá salió alcaldesa sin negociar ni ceder nada a Vox, mientras que Mazón tuvo que hacer un mínimo reparto del poder efectivo (el presupuestario) y un reparto más significativo del poder simbólico de la Generalitat. Y, además, asumió desde el principio el coste político de tener por ahí a toreros y friquis ultraderechistas haciendo lo que mejor saben hacer.
En cambio, hoy ya no parece tan buena la apuesta de Catalá, pues finalmente ha acabado en el mismo lugar que Mazón, pero meses después: con un pacto con Vox que supone cederles competencias en la gestión municipal, si bien es cierto que -como sucede también en la Generalitat- poco relevantes en lo presupuestario (aunque eso no significa que carezcan de importancia a ojos de la ciudadanía), y con ello el coste que implica compartir la responsabilidad ante los votantes de las ocurrencias que nos regale Vox en adelante.
Al final, las matemáticas mandan: si no tienes los números, los que pueden darte la mayoría, precisamente porque son conscientes de su poder, de que sus votos son imprescindibles, difícilmente se van a conformar con ejercer de "pagafantas". Está muy bien apelar a la responsabilidad de otros partidos y hablar por sus votantes, henchirse de emocionadas referencias a "la lista más votada" y demás, pero si no se ofrece algo, aunque sean migajas, tarde o temprano quedará evidenciado que los fríos números no avalan esa contabilidad creativa que hay detrás de tanta palabrería, y que no queda otro remedio que pactar. En todo caso, hay que reconocer que Catalá, al menos, lo intentó, y que ha logrado librarse de Vox unos meses: ha disfrutado de un verano sin Vox, que no es poco. Buen intento.