De momento, el anunciado Código de Buenas Prácticas en materia cultural sólo existe sobre el papel. Ahora falta que se aplique
Ya tenemos Código de Buenas Prácticas. Habrá que celebrarlo, aunque de momento sólo sea sobre el papel. Pero vale la pena intentarlo, o fiarnos, pese a faltar discurso genérico y gestos de contundencia ilusionantes en torno a la parcela cultural para que todos sepamos de verdad a qué jugamos. Lo que no anima son ciertos lamentos de recién llegados que han comprobado que tener sobre la mesa algo trascendente es sinónimo de responsabilidad. Esto es duro. Lo fácil es vivir de la recepción, la pleitesía y la fantasía. Rafael Ventura Melià era claro en una reflexión reciente. Uno ha de llegar con los deberes hechos y las ideas claras, nunca para empezar desde cero a ver qué sucede.
Buenas Prácticas lo reclamaban casi todos. Es lo natural en una sociedad democrática, abierta, limpia y plural. De haber sido así hasta ahora no hubiera hecho falta siquiera elaborar el documento. La confianza es imaginar que la transparencia y la capacidad van a ser los supuestos pilares sobre los que se sujetará el futuro de nuestra política cultural. Sin amiguismos ni intereses ocultos, esperamos.
Lástima que leyes cambien leyes, como insistía la ya exdirectora general de Patrimonio, Evangelina Rodríguez, pocas horas antes de que el PP diera en su día la puntilla a la Institució Valenciana d’Estudis e Investigació (IVEI), que según promesa del momento debería de volver al ruedo de manos de la Diputación de Valencia.
Antes, llegaba un nuevo conseller, un nuevo secretario autonómico o una nueva concejala y, para empezar, había que borrar todo lo anterior, retroceder en el sendero para comenzar de nuevo. Así parecía o podía parecer que se hacía algo. Mientras se reorganizaba, nadie rechistaba y el tiempo transcurría.
Ejemplos hay a patadas. Incluso de aquellos que habiendo estado en el mismo cargo durante muchos años cambiaban sobre lo cambiado para seguir cambiando. Antonio Lis, responsable técnico-político hasta hace bien poco de la parcela cultural de la corporación provincial, podría ofrecernos un máster de cómo evolucionó su teoría hasta haber creído encontrar el Santo Grial cuando lo normal debería haber sido reforzar con nuevas ideas lo ya consolidado.
Pero este no es el caso. La “transición cultural” propone “desmontar” el sistema por el que los anteriores gobiernos del PP "primero elegían a quién, luego lo colocaban y se preguntaban qué hacía o le decían qué hacer y por último se resolvía el cómo, siempre que pudiera ofrecer una buena foto”, resumía muy bien Eugenio Viñas en su crónica de esta semana en Valencia Plaza con relación a los objetivos de la Generalitat en este nuevo tiempo de Buenas Prácticas.
Estaría bien que la medida se extendiera a todas las administraciones valencianas y a los pequeños municipios
Recordaba que será la Administración, una comisión de expertos y la sociedad civil los órganos de selección de los nuevos gestores culturales en algunos de los centros adscritos. No se entiende muy bien eso de la evaluación de cargos. Y menos en plazos tan cortos de tiempo que casi no dan para conocer el territorio y menos las personas. Pero ya es mucho, revalidas incluidas.
Estaría bien que la medida se extendiera a todas las administraciones valencianas e incluso a los pequeños municipios de nuestra Autonomía, más dados en muchos casos a proteger su pequeña parcela de poder local que a pensar en una coordinación interinstitucional que permitiera a los agentes culturales trabajar en red lo que, además, significaría un empleo sostenido y un abaratamiento de los costes de contratación y producción.
Otra cosa en torno al anunciado Código será la letra pequeña. Pero lo importante es que, de salir bien el invento, nadie podrá cuestionar a quien ostente un cargo público de no conocer el terreno en el que se mueve o la gente que lo rodea. Luego están sus criterios, su carácter, pero eso es otro debate. Aunque la política no sólo deben marcarla los gestores por muy independientes que sean sino sobre la base de unos objetivos a alcanzar y con la sociedad siempre por encima de todo ya que es el horizonte a conquistar. Una sociedad culta y formada con acceso a la cultura es independiente y para nada manejable.
El plan, se supone o esperamos, obligará a terminar con el amiguismo y sobre todo ese sectarismo que tanto daño ha hecho a los denominados sectores culturales cuya independencia debe estar siempre fuera de toda duda. Para algo hablamos de creación y libre pensamiento. Viene siendo hora de ver profesionales de cada ramo y conocedores de nuestra realidad social y cultural al frente de parcelas de responsabilidad. Y no a tanto amigo o familiar agraciado con un cargo a cambio de lealtad política.
No queda otra después de comprobar en qué ha terminado convertida esta comunidad que es más que capaz de gestionar sus espacios e instituciones sin necesidad de fichajes estrafalarios o nombres que garanticen fotos y réditos propagandísticos, que de eso ha habido más que mucho. La lista sería interminable. Y además pagados a precio de oro. Sólo habría que repasar las web institucionales para comprobar que lo importante no era este o aquel cantante, ni siquiera el espectáculo, sino tener constancia de que el conseller o President de turno había acudido acompañado de una retahíla del segundo escalón a lucir palmito. Se ha llegado a escuchar a consellers presentar una ópera como si fueran sus directores escénicos o musicales. Después llegaba la foto.
Algunos políticos se creían que la cultura es de quien ostenta el poder porque la paga
Como dijo muy bien el expresidente de la Academia de San Carlos y Catedrático de Estética, Román de la Calle, algunos políticos se creían que la cultura es de quien ostenta el poder porque la paga, con nuestros impuestos, por supuesto, y por tanto tenían capacidad suficiente para decidir quién sí y quién no por una simple cuestión de afinidad ideológica.
Esta semana llegaba “rebotada” una entrevista de hace algún tiempo con el pensador italiano Nuccio Ordine, autor del ensayo La utilidad de lo inútil en el que reflexiona sobre la intromisión de la política en el mundo cultural. Pese a su antigüedad se mantiene mucho más que vigente. En ella afirmaba que “en nuestra sociedad se considera útil sólo aquello que produce beneficios”, y añadía: “Sólo hay una cosa que no se compra con dinero: el conocimiento”. Remataba afirmando que “los políticos matan la cultura porque la desprecian, pero también porque le tienen miedo. La ausencia de cultura” -continuaba- “abona la corrupción” y, además añado, conduce al encefalograma plano y la manipulación
Pero volviendo al Código, más allá de la adjudicación de puestos o la conquista de los mismos según méritos, el objetivo prioritario debería ser la creación de equipos sólidos y solidarios, generar sinergias y remover ilusiones. Algo que se había olvidado o echado a perder por simple mediocridad gerencial. Existe un capital de profesionales que hay que recuperar. Y es responsabilidad de aquellos que tienen la capacidad de formar equipos velar por su rehabilitación.
¿No se ha producido un cambio en el IVAM sin que escocieran las heridas de guerra política y volviera el sentido racional? En la inauguración de la exposición de Gillian Wearing el profesor y exdirector del museo, José Francisco Yvars, calificaba de ilusionante y expectante el ambiente que se generó aquella tarde en la galería del museo. Estaba integrado por gente muy joven, con ganas de descubrir y participar: un nuevo público. Así fue el IVAM en sus orígenes.
Todo puede ser posible, aunque llevamos tantos años oyendo hablar de formación de industrias culturales que a sus “industriables” les han salido canas. De momento continúan sin entender muchas de las claves y se mantienen bastante desconcertados. No estaría de más y tras el papel afrontar los hechos con cierta urgencia y no a largo plazo. Es necesario.