El barrio marítimo nada todavía en la incoherencia: entre lo cool de Europa y lo problemático de València. El Ayuntamiento ultima un plan urbanístico que, lejos de prolongar la avenida Blasco Ibáñez, protege el núcleo fundacional. Hay consenso con los vecinos, pero el mayor debate gira en torno al turismo
VALÈNCIA. «Un piso tan divino, toda la vida trabajando, y ahora me lo tiran por dos reales; ya están todos los pisos vendidos al Ayuntamiento, menos el mío. Yo dije que no, que me mataran allí». El testimonio, recogido allá por 2014, hablaba de la historia de un barrio, de su patrimonio arquitectónico y su tejido social, degradados tras décadas de ostracismo. Quien las pronunciaba entonces, una vecina de avanzada edad del Cabanyal-Canyamelar, ni imaginaba que pudiera haber otra solución. Seis años después, el barrio nada todavía en la incoherencia y la indefinición: entre lo cool de Europa, según The Guardian, y lo problemático de València, según asumen vecinos y responsables municipales. El futuro, sin embargo, se escribe a fuerza de escuadra y cartabón, de colores sobre plano, de abultadas listas de la esperanza.
Ahora, un nuevo planeamiento urbanístico sobrevuela ya sobre 1,4 millones de metros cuadrados plagados de pintorescas viviendas —también de casas deshonradas por el abandono en la llamada ‘zona cero’— salpimentadas de solares y espacios a medio existir, pero también de humildes comercios y bares con encanto que han sobrevivido a la marginación o que han surgido en los últimos años. El Plan Especial del Cabanyal-Canyamelar (PEC), que elabora el Ayuntamiento de València desde 2016, tras el cambio de gobierno, transita ya por el último periodo de alegaciones y saldrá a la luz definitivamente este mandato. Se podría ver como la luz al final de un túnel oscuro y denso o como el principio de una senda de final incierto. El caso, al fin y al cabo, es que ya se ve. Y eso ya satisface a muchos.
«Reconstruir todo lo que fue destruido, rehabilitar todo lo que fue degradado y proteger todo lo que fue olvidado». Es el resumen que hace la concejala de Urbanismo, la vicealcaldesa de València, Sandra Gómez. La revista Plaza reúne a la edil y varias asociaciones significativas del Cabanyal en el simbólico Casinet, sede de la Sociedad Musical Unión de Pescadores, que cede amablemente el espacio. Una charla-debate para compartir reflexiones sobre el PEC, cuya última aprobación temporal solo contó con la abstención del PP y de Vox frente a los apoyos de Compromís, PSPV y Ciudadanos. Ningún botón rojo. Tampoco de los populares, cuya controvertida pretensión hasta 2015 era prolongar la avenida Blasco Ibáñez para «abrir València al mar» por encima de 1.700 viviendas. Ahora, el consenso en torno al nuevo Plan existe con la mayoría de los representantes vecinales. Ciertamente, la primera versión no acabó de contentar, pero esta segunda ha recabado muchas de las sensibilidades. Con todo, algunas como Cuidem Cabanyal-Canyamelar mantienen una línea dura de escepticismo.
«El barrio tiene una parteimportante que es Bien de Interés Cultural, y eso es lo que justifica todo el Plan», recuerda Vicente Gallart, gerente de la empresa pública Plan Cabanyal. Pero lo más relevante para los vecinos es que ya hay soluciones sobre la mesa. Maribel Doménech es una histórica del barrio y fue presidenta de la extinta plataforma Salvem el Cabanyal. Se muestra entusiasmada: «Tener un Plan aprobado da solidez; desde el minuto uno estuvimos luchando para tener un nuevo plan que protegiera el vecindario y el conjunto histórico». Parece un sentimiento cuasiunánime. El presidente de los comerciantes del Paseo Marítimo, Paco Ortega, es contundente al recalcar la necesidad de «que no pueda llegar cualquier gobiernoy cambiarlo; que no estemos dentro de veinte años hablando de lo mismo», y la portavoz de la AVV del Cabanyal, Elena Vicedo, insiste: «Necesitamos tener algo ya».
Ciertamente, la Administración«había creado una inseguridad jurídica tremenda», dice Jaime Pérez, portavoz dela asociación de las Villas de Las Arenas. Los sucesivos planes urbanísticos, la suspensión de licencias para obras aprobada por el anterior gobierno y el no saber qué iba a pasar con cientos de edificios dejó la zona en un limbo del temor que desincentivaba la inversión y provocó un éxodo vecinal. «Ha sido una espina clavada desde hace mucho tiempo», relata emotivamente Diego Linares, portavoz de la asociación de los Bloques Portuarios, uno de los entornos más atacados por la degradación. «Tengo muchos vecinos mayores, llevan años esperando y quieren ver una solución antes de que sea tarde».
El nuevo instrumento, el PEC,protege como Bien de Relevancia Local (BRL) el núcleo fundacional del Cabanyaly reduce las alturas a un máximo de dos plantas, una además de la planta baja en la primera línea de playa. Pero también diseña un amplio catálogo deprotecciones, como la Lonja de pescadores y su entorno. Recientemente, el Casinet también ha sido declarado BRL y una de sus responsables, Mila Parra, admite agradecida que actuaciones así «son las que hacen falta en otros edificios que son significativos».
La segunda versión del Plan protege estas casas de especial tipología y proyecta numerosas viviendas del mismo estilo. Además, reconfigura los espacios para convertir el PAI en uno de los extremos de la ‘vía verde’. Jaime Pérez, uno de los vecinos de las villas, pide que «la exclusión del PAI sea explícita» para evitar cambios normativos en un futuro.
Pero si algo ha levantado polvareda es el sector turístico, y en concreto el hotel de hasta quince plantas que proyecta el Plan en este extremo, próximo a la Marina Real. Un solar con el que el Ayuntamiento pretende financiar ocho millones de euros del PEC y que vecinos como Elena asumen a regañadientes: «Nos lo tendremos que tragar aunque no nos gusta». Para Ángeles es «un precio demasiado alto» por el impacto que augura en las dinámicas económicas de la zona, mientras que Jaime considera que es «una industria ajena al barrio» y que «enriquece mucho más un edificio residencial». A juicio de Diego es un complejo que, junto con otros como el Marina Beach o el hotel Las Arenas, «tiene un efecto dominó» en el barrio.
Para otros como Mila «no va a ser negativo pues la esencia del barrio seguirá siendo la misma». Y la edil Gómez admite que incluso ella se replanteó el hotel, pero asume que el PEC requiere «cierto equilibrio», y que se trata de «un terciario en un ámbito de 21.000 personas, situado en la esquina: es algo razonable». Subyace aquí el debate sobre la influencia del turismo en los barrios. Todos convienen en que no hay que demonizar el turismo. La clave es qué tipo de turismo se quiere. Para Vicente, «el Plan no favorece especialmente» el sector, más bien al contrario. Y cuando Ángeles habla de «gentrificación» y denuncia el peligro de expulsar a los vecinos —«ya se están disparando los precios»—, Vicente explica que la regeneración del barrio «indudablemente mueve la economía y las inversiones».
En este proceso entran en juego los apartamentos turísticos. El Plan limita al 10% de pisos turísticos profesionales por manzana y la regulación general impide ubicarlos encima de viviendas. A Paco no le gusta el hotel, pero tampoco le agrada «prohibir los apartamentos turísticos porque sí; hay que regularlos y controlarlos», con el propósito de atraer turismo de calidad «sin masificación». Para Maribel, en cambio, es una preocupación, dado que convive con algunos apartamentos, por lo que agradece «poner un tope» para evitar la salida de vecindario.
Es esta «la ardua tarea de la Administración para buscar el equilibrio», admite la edil, quien incide en que, a la postre, lo importante es «recuperar la actividad económica del comercio y la hostelería local sin desnaturalizar el carácter residencial del barrio». «Los pisos turísticos han de estar muy limitados por la dificultad de control de la Administración», explica sobre ello.
Se abre en definitiva un horizonte nuevo, con no pocos retos y muchos compromisos para la Administración. Cada dos años un Comité de Seguimiento de vecinos e instituciones examinará su cumplimiento. El Cabanyal busca pasar página.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 69 de la revista Plaza