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EL PEOR DE LOS TIEMPOS / OPINIÓN

Cambios de modelo productivo y cantos de sirena

No se trata de cambiar de “modelo”, sino más bien de hacer lo mejor posible aquello en lo que estamos especializados

17/04/2016 - 

Haciendo memoria, recuerdo que la primera vez que oí hablar de cambio de modelo  productivo fue a finales de la década pasada, al principio de la Gran Recesión, cuando se estaba discutiendo la “Ley de Economía Sostenible”. El primer borrador se presentó a finales de 2009 y en él se hablaba de que los cambios que introducía cambiarían el modelo productivo de la economía española y permitirían salir de la crisis. Se trataba de una de esas leyes ómnibus e incluía un conjunto amplio de medidas de modernización, bien intencionadas, pero que quedaba lejos de poder lograr su objetivo.

Desde entonces, en muchas ocasiones, se sigue colando en el discurso político el dichoso cambio de modelo productivo. Y no resultaría preocupante si fuera un término de esos que se ponen de moda y que todo el mundo repite (de la misma forma que las “ventanas de oportunidad”, el “como no podía ser de otra manera” o el “viento de cola”). Sin embargo creo que, en este caso, llega más lejos. Me recuerda mucho más a los cantos de sirena de los que nos habla la Odisea. El peligro radica en que, igual que los seres mitológicos que atraían de manera irremediable a los marineros, se trata de un discurso atractivo, que genera adictos o seguidores. Lo que el argumento promete es que los poderes públicos tienen capacidad para cambiar la forma en la que funciona la economía para hacerla más competitiva y, por supuesto, más equitativa y sostenible. La base del discurso es que, sin que sepamos muy bien cómo, se va a conseguir que nos dediquemos todos a actividades con elevado valor añadido, innovadoras y con base científico-tecnológica avanzada. 

Dicen que conseguiremos que nos dediquemos todos a actividades con elevado valor añadido, INNOVADORAS. PERO ningún país sigue un modelo productivo que pueda cambiarse a fuerza de BOE

La trampa radica en que a todos nos encantaría que ello fuera posible. Sin embargo, ningún país sigue un modelo productivo particular que pueda cambiarse a fuerza de BOE. Muy al contrario, todos sabemos que la actividad de la economía pública intenta lograr la difícil conjunción de corregir los fallos del mercado intentando, a la vez, minimizar sus propios errores. No tenemos sectores públicos omniscientes y altruistas que buscan tan sólo el bien común, de la misma manera que los mercados no son competitivos y la información de los participantes es incompleta y asimétrica. Y el modelo productivo no es algo que se pueda planificar en países como el nuestro, sino que es el resultado de muchos años y de múltiples decisiones tomadas por individuos llevados por su propia iniciativa, dado el tejido institucional, económico y los recursos disponibles para ello. Por tanto, la primera y principal objeción se refiere a la capacidad del gobierno o los sub-gobiernos autonómicos para emprender tan ambiciosa empresa, puesto que depende de muchos factores que no están en sus manos. 

Debemos recordar, además, que la economía española tiene una estructura muy similar a la de sus socios y competidores europeos y norteamericanos: aproximadamente un 20% de la actividad económica se encuentra en la industria, por debajo de un 5% en la agricultura, entre un 5 y un 10% en construcción y el resto lo integran los servicios de todo tipo. Los adalides del cambio de modelo productivo argumentan que van a reindustrializar nuestro país, lo cual resulta atractivo porque, tradicionalmente, se asocia el crecimiento del empleo y la actividad económica con la industria. Simultáneamente, estas propuestas suponen denostar lo que estábamos todos haciendo hasta el momento y, en especial, las actividades de servicios o el sector de la construcción, como si éstas fueran poco deseables y debieran ser sustituidas por algo diferente. 

El factor clave en toda esta discusión, por encima de modelos, es la productividad de los países, variable fundamental para mantener una buena posición competitiva. En el Informe Mensual de CaixaBank del pasado enero se compara la productividad de la economía española con la europea y, en concreto, con Alemania. Por un lado, se considera que continúa existiendo un importante grado de rigidez en el mercado de trabajo español, a pesar de las reformas llevadas a cabo. La eficiencia en la asignación de puestos de trabajo es una condición necesaria para hacer la economía más competitiva, de manera que sea posible despedir, pero también contratar. Además, desde el lado del trabajador, también sería necesaria una formación y capacitación adecuada que permita una mejor adaptación ante cambios potenciales de empleo. En otro punto del citado informe se alude precisamente a que no se trata del modelo productivo: no es tan diferente la estructura productiva española y, aunque tenga algo más de peso el sector servicios o, durante algunos períodos de tiempo, la construcción, la explicación hay que buscarla más bien en el pequeño tamaño de las empresas y a la aún insuficiente internacionalización. 

En la misma dirección apuntan los profesores de la Universidad de Valencia Salvador Gil, Rafael Llorca y Andrés Picazo. En un reciente artículo publicado en Papeles de Economía Española y referido esta vez a la economía valenciana, realizan un análisis pormenorizado de la evolución reciente de su productividad tratando de delimitar si la pérdida relativa de la misma respecto a la media española se debe al “modelo productivo valenciano”, es decir, al mayor peso de la construcción y de los servicios que en otras regiones españolas. La conclusión, nuevamente, es que no se trata de cambiar ningún “modelo”, sino más bien de hacer lo mejor posible aquello en lo que estamos especializados. Por supuesto, mejoras que aumenten la capacidad de adaptación de empresas y trabajadores redundarán en mayor productividad, coincidiendo también con la necesidad de que aumente el tamaño de las empresas valencianas para tener mayor capacidad de competir internacionalmente.

Recordemos que en España un 20% de los jóvenes ha salido de la educación secundaria obligatoria sin haber obtenido un título, al tiempo que casi un 25% de los alumnos de 15 años que participan en PISA no superan el nivel 1 (el más bajo) en lectura o en matemáticas. Aún hoy en día la mayoría de los jóvenes no terminan el bachillerato con el nivel de inglés mínimo para ser competitivos respecto a otros jóvenes europeos. Es precisamente en el sistema educativo donde debemos poner las bases para que aumente la productividad del trabajo en todas las ramas de actividad económica. Sólo personas bien formadas y con capacidad para enfrentarse a los retos y al cambio constante de una sociedad cada vez más compleja y tecnificada podrán generar más valor añadido y aumentar la competitividad de nuestro sistema productivo. Empecemos por las bases y olvidemos los cantos de sirenas. 

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