VALÈNCIA. Fui a los Jesuitas, y un efecto colateral de ello es que durante un largo tiempo mi segundo barrio fue el de Campanar, ya que allí estaba mi colegio hasta octavo de EGB, (el BUP se cursaba en la Gran Vía Fernando el Católico, en el edificio original de finales del siglo XIX), pero sobre todo porque muchos de mis amigos vivían allí y en aquellos tiempos analógicos se iba mucho a casa de los amigos. Campanar era un barrio de esos que por aquel entonces lindaban con el final de la ciudad: bajabas a la calle y en pocos minutos estabas en plena huerta. De alguna forma eran “las afueras”, concepto muy utilizado por entonces. Siguiendo con la serie dedicada a los barrios históricos de la ciudad, si el de Patraix era un descubrimiento por su escondida relevancia monumental presente y pasada y sus nombres propios, el de Campanar no puede presumir de ello, pero quizás sea el barrio, de los que rodean el centro intramuros de la ciudad, cuyo núcleo histórico se ha conservado en un mejor estado, presumiendo de tener algunas de las calles más pintorescas de València. Muchos valencianos no lo conocen y descubrir por primera vez este secreto es una bonita experiencia.
Su origen, como en prácticamente la totalidad de estos asentamientos, hay que buscarlo en un conjunto de alquerías musulmanas del siglo XIII, que Jaime I arrebató a sus moradores tras conquistar la ciudad entregándolas a nobles locales. Siglos más tarde, logró constituirse como municipio independiente, aunque durante no más de seis décadas, entre 1836 y 1897, fecha esta última en la que volvió a anexionarse a Valencia. En cuanto a su tipología de edificaciones, la prosperidad que daban las huertas regadas por la acequia de Rascaña, dio lugar a que a finales del siglo XIX, se fueran sustituyendo muchas de las viviendas, más propias del entorno rural cuyo origen estaba en los siglos XVII y XVIII, encaladas en blanco, de gruesos muros y pequeñas ventanas, por otras de factura más urbanas de corte modernista con molduras decorativas y cerámica en sus fachadas, sin que se perdiera el encanto de “pueblo” de sus calles, hoy en día afortunadamente peatonalizadas.
No se conoce a ciencia cierta de dónde proviene el nombre del barrio, y la cosa no es tan evidente como parece. Lo que se tiene por seguro es que no proviene, como así parece sugerir, de la existencia de un campanario o varios, pues parece que el que todos conocemos es posterior al nombre con que se bautizó este núcleo de la ciudad, sino que hay que buscarlo más en la estrecha relación con el campo. Incluso se afirma que Campanar vendría de “anar al camp”, aunque es un extremo sobre el que no hay certeza por muy bien que nos suene.
Como decíamos, no hay un hito patrimonial de relumbrón, pero la, poco frecuente hoy día, unidad de edificaciones y la conservación de la trama urbana que presenta Campanar, se da en pocos lugares en la ciudad. Cuando se recorren las calles que lo forman y a tiro de piedra pueden divisarse las altas e impersonales torres de las zonas de expansión del barrio, uno no puede sino pensar en el milagro que representa este rincón de calles serpenteantes en una ciudad tan expansiva como la nuestra, y que en tantas ocasiones ha mostrado su lado más insensible con el patrimonio. El casco histórico del barrio de Campanar es de esos lugares en la ciudad a los que se puede recurrir cuando busca unos instantes de paz en medio de la vorágine.
Hay pocas plazas, en este caso ajardinada, más pintorescas en València que la de Campanar, y que evoquen de igual forma la esencia de la vida mediterránea de nuestros pueblos. Por supuesto, uno de sus laterales viene ocupado por la iglesia del barrio, que con rigor debemos señalar que es la parroquia de Nuestra Señora de la Misericordia, nombre que tiene su historia más o menos legendaria puesto que se atribuye a una pintura sobre tabla con la imagen de esta Virgen que, nada menos que San Vicente Ferrer donó a la familia Valeriola, a principios del siglo XV, y que esta depositó en una capilla que los nobles tenía en las tierras de Campanar.
En el siglo XVI se inicia la capilla, hoy parroquia, adaptándose al espacio que le queda entre unas casas y otras, y un siglo mas tarde se remodeló el templo, como otros tantos de la ciudad, dándole la imagen barroca que hoy en día podemos ver, levantándose la fachada principal, sin pretensiones, pero con cierto carácter, que le da tanto encanto a la plaza. Un nombre propio, y de importancia en la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII es el tantas veces nombrado últimamente Dionis Vidal, autor material de los frescos de la iglesia de San Nicolás, al que se le deben unas pinturas en el trasagrario de la iglesia. La iglesia tenía un retablo del siglo XVII, pero fue destruido en la Guerra Civil por lo que con posterioridad a esta tuvo que levantarse uno nuevo tomando como referencia el preexistente
El campanario es la imagen del barrio, sin duda, puesto que su esbeltez y el respeto en la altura de cornisa de las casas lo visualizan perfectamente desde cualquier punto del núcleo antiguo, en un entorno urbanístico que parece no permitírselo. Fue levantado entre 1735 y 1749, aprovechando los cimientos de otro preexistente, debiéndose su diseño a Joseph Mínguez, un arquitecto de campanarios muy solicitado, y con razón, en aquellos tiempos de inicio del Neoclasicismo, y al que se le deben una decena de torres en la provincia (en la ciudad de València, además de éste, el de San Lorenzo en la calle Navellos o San Valero en Ruzafa). Existen diversos testimonios a través de grabados y dibujos que puede observarse como se erigía por encima de las construcciones esta importante torre de varios cuerpos rematada por una torrecilla que asemeja a un miramar neoclásico techado a cuatro aguas con tejas características vidriadas en azul, bola en la cúspide y rematada por gran veleta.