VALÈNCIA. La configuración de València, a vuelo de pájaro, es peculiar. En el siglo XIX todavía existía un gran núcleo urbano compacto rodeado de huertas por el norte y oeste y de marjal por el sur. Estos espacios exteriores a la ciudad los ocupaban distintos núcleos de población independientes: Campanar, Patraix, Font de Sant Luís, El Cabanyal, Russafa o Benimaclet como núcleos más importantes, muchos coincidentes con antiguas alquerías de origen andalusí. Con el avance del siglo XX estos fueron irremisiblemente absorbidos por la ciudad como una mancha de aceite en expansión. Hoy la visión es muy diferente y observamos estos núcleos rodeados de grandes construcciones modernas. De estas poblaciones quedan algunas calles y plazas, salvadas por la campana, de la especulación urbanística y la construcción sin límite ni sensibilidad hacia nuestro pasado. Cuando las recorremos nos transmiten la impresión de habernos desplazado a mucha más distancia de la gran ciudad, cuando se trata, en realidad, de un trampantojo ya que, lo cierto es que no hemos salido de la misma. Lo cierto es que, afortunadamente, no tenemos que referirnos a grabados o a antiguas fotografías para constatar que ahí existió un antiguo núcleo urbano.
Estos barrios todavía tienen su vida propia y aunque cada vez menos puede escucharse eso de que “me voy a València”. Desde hace años visito con cierta frecuencia el barrio de Patraix, y más concretamente la zona de su núcleo histórico porque allí tiene su taller de restauración Merche, excelente profesional a la que le llevo los cuadros que por su estado de conservación necesitan pasar por sus manos. Su estudio está bajo los techos de una gran andana en un caserón del siglo XVIII, que nos invita a pensar que aquel fue un núcleo de población de cierta importancia. De hecho, vivió como población independiente hasta que en 1870 se incorporó a la ciudad de València.
Como suele ser habitual en los orígenes de estos núcleos, Patraix fue, inicialmente, un asentamiento romano, según de deduce de algunas lápidas encontradas, y posteriormente, ya en época andalusí constituyó una alquería. Recordemos que las alquerías, por aquel entonces, eran un conjunto de varias edificaciones, no tanto la idea de una única construcción que tenemos ahora. El barrio contiene dos pequeños núcleos patrimoniales que nos remiten a su importante pasado: el entorno de la plaza de Patraix y su iglesia, y el que conforma la Iglesia de Jesús y el antiguo convento de la misma, hoy desacralizado.
Como cada uno de los barrios históricos de Valéncia la plaza de Patraix todavía conserva un puñado de antiguas edificaciones, algunas de configuración dieciochesca, sencillas, con gruesos muros encalados, no tanto palaciegas como sí de hechuras más propiamente rurales. La plaza de Patraix tiene, tiene, por supuesto, su iglesia, la del Sagrado Corazón, configurando una deliciosa estampa, como si todavía nos hallásemos en un entorno al margen de la vorágine urbana. Una iglesia exenta por uno de sus laterales y que por el otro se adosa a las construcciones del entorno. Es especialmente estrecha y no puede disponer, por esta razón, de capillas laterales. Esta configuración tiene su explicación, y es que tuvo que adaptarse en el siglo XVIII a la estructura de las antiguas caballerizas del palacio de los Barones de Patraix. Su torre campanario es de finales del siglo XVIII aunque fue remodelado por Javier Goerlich a mediados del XX.
La estampa que nos ofrece la “otra torre campanario” la de la parroquia de Santa María de Jesús, si venimos desde el centro de la ciudad por la larga calle homónima, es muy característica y típicamente “valenciana”, pues nos remite visualmente a tantas de esas localidades de la Comunitat que nos reciben con la silueta de su esbelta torre diechiochesca al fondo de la travesía con la inseparable cúpula. En este caso la torre asoma tras el bullicioso mercado del mismo nombre. Es la iglesia del que fuera en su día Convento franciscano de Jesús, de origen medieval, fundado por una reina, María de Castilla, y que fue desamortizado en 1835. El actual templo es del siglo XVIII típicamente académico en su interior y con la característica cúpula con tejas vidriadas en azul.
En esta iglesia, poco conocida por los valencianos, sin embargo, se dan cita importantes nombres de artistas por un lado, de reyes por otro por obra y gracia de un beato: Nicolás Factor. Para empezar, sin más dilación, las pechinas del crucero están decoradas con frescos obra del artista de Segorbe, José Camarón Bonanat. En el año 1787 se construye la Capilla de la Comunión, colocándose en el altar de este espacio los restos mortales del beato, para lo que se empleó una urna en plata cincelada del siglo XVIII, desgraciadamente perdida en el año 1936. Lo más importantes de esta capilla es su bóveda, ya que fue decorada por el gran y prolífico pintor académico Vicente López Portaña, en los últimos años del siglo XVIII y que describen la gloria celestial de Factor.
Antes de ingresar en la capilla que precede al camarín del beato se levanta una cúpula. Los techos de la capilla se cubren con pinturas al fresco de otro de los nombres propios importantes: Luis Antonio Planes con pasajes de la vida de Nicolás Factor que justifican su fama y su beatitud. Como hechos relevantes hay que señalar que en 1599 este convento recibió la visita de nada menos que el rey Felipe II quien pudo ver el cuerpo incorrupto de Nicolás Factor, fallecido algunos años atrás, y que se encontraba en la iglesia del convento. Otro hecho que completa la pequeña historia del convento, es que mientras se culminaban las obras de San Miguel de los Reyes, el convento de la Calle Jesús albergó los restos de Germana de Foix. Nunca sabe uno el destino que puede tener un edificio: iglesias convertidas en centros de detención (Santa Úrsula durante la Guerra Civil) o como almacén de obras de arte (torres de Serranos durante el conflicto). En nuestro caso, una vez desamortizado el Convento de Santa María de Jesús se instaló una fábrica de hilaturas que no duró demasiado ¿a que nunca lo habrían pensado?. Pocos años después, ya a cargo de la Diputación, fue destinada a sanatorio psiquiátrico con el nombre de Padre Jofré, institución que fue antecedente del hoy afortunadamente desaparecido Hospital Psiquiátrico de Bétera.
No podemos despedirnos sin citar un lugar que se hallaba entre las huertas de Patraix, que debió ser mágico, y que desgraciadamente dejó de existir. A pesar de ello es citado en numerosas ocasiones cuando hacemos referencia a el origen de numerosas esculturas que hoy se diseminan por jardines de la ciudad: la alquería y huerto de Antonio Pontons, canónigo de la catedral que hizo fortuna, además de cultivar un amor por el arte clásico. El caso es que el citado Pontons materializó su pasión haciéndose construir una residencia palaciega con un gran jardín, decorado con numerosas esculturas encargadas muchas de estas al escultor genovés Giacomo Antonio Ponzanelli. No tenemos ni idea de cómo era aquello, pero sí que es fácil imaginar los olores y sonidos que se desprendían de aquel bello lugar.