Carlos Mazón va sobrado. Por mucho que los acólitos socialistas disipen las nieblas aspiracionales de Diana Morant, suavicen los escozores provocados por la sensación íntima de que su liderazgo no termina de despuntar alegando que todavía se encuentra en periodo de adaptación, todo hace indicar, si algún escándalo no lo remedia, que el actual gobierno de la Generalitat será ratificado dentro de cuatro años. No está pisando jardines, simplemente se está encargando de pulir y recortando lo que sobra de las políticas botánicas. Pese a que a día de hoy con la salida de Vox se encuentra en minoría (ya veremos si se convocan elecciones a medio plazo) la seguridad en que no hay alternativa ninguna al actual ejecutivo autonómico flota en los cenáculos cafeteros. Los más fieles intentan proyectar la luz en espejismos justificando el anestésico liderazgo del PSPV en el lento proceso de transición; el tiempo pasa y se les va a pasar el arroz, el socarrat está bueno, pero cuando la parte chamuscada va más allá de la base de la paella no es socarrat sino quemado.
En el Partido Popular se ven tan seguros de sí mismos en la Comunitat que el presidente ha decidido poner toda la carne en el asador (esto empieza a parecer una crítica gastronómica), colocando a su secretario general como Síndic en las Cortes Valencianas. Más allá del talante conciliador de Juanfran Pérez Llorca (se ha presumido mucho de sus pactos con Compromís en el pasado) resulta llamativo que Carlos Mazón apueste por poner en la vanguardia de la primera línea política a su mano derecha orgánica. Es habitual que los encargados de dirigir las salas mecánicas de los transatlánticos políticos tengan un perfil institucional reducido. Marginados en la cuarta pared, camuflados entre bambalinas de la pompa y circunstancia y exiliados en la putrefacción de las cañerías orgánicas. Las estructuras de los partidos son de tal magnitud (sobre todo en regiones como la Comunidad Valenciana) que los fontaneros de turno deben centrar todas sus energías en el engrasamiento de la maquinaria interna; es una ardua tarea que debe encomendarse a una especie de druida que proteja la esencia del templo partitocrático.
Santos Cerdán, un hombre que ha estado en el ojo del huracán por el Caso Koldo es buen ejemplo paradigmático de la figura mitológica del hombre de negro que lidia con la parte más sensible de las trincheras; el riesgo de que los propios disparen a sus compañeros de batalla. Si la mano derecha de Pedro Sánchez en el PSOE no ocupa ningún cargo ministerial es simple y llanamente porque el presidente del Gobierno quiere proteger el tarro de las esencias que custodia la rosa socialista.
La ventaja de Carlos Mazón en el tablero político valenciano es tan evidente, la parálisis del PSPV en la casilla que no te deja tirar durante tres turnos es tan desoladora que se pueden permitir el lujo de otorgar a su centinela otras labores más allá de las orgánicas. No les preocupa que la nueva función de Llorca provoque que ya no tenga puesto el foco únicamente en los enredos teatrales del partido, saben que, pese a todo, pese a que algo pueda salir mal, es complicado que el panorama cambie a medio plazo; ni la salida de Vox parece haberles achantado, el ambiente es tan favorable, la sonrisa transformadora que profetizaban en sus evangelios electorales no se les quita de la cara. Hay algo de Pedro Sánchez en Carlos Mazón, si cuando uno ve al presidente del gobierno entrar en una estancia sabe a ciencia cierta por su aura que es el que manda en el país, creo que el jefe del Consell ha conseguido lo mismo, ha construido un relato en el que en todas las interpretaciones él es el protagonista de la historia; nadie se imagina a alguien distinto al frente de la Generalitat. Si cuando uno ve a Alberto Nuñez Feijóo uno no puede evitar pensar que está ante un aldeano gallego que se ha perdido en el camino de Santiago, al ver a Diana Morant se tiene la percepción de que todavía no ha aterrizado del espacio.
