Leí que un restaurante de Tokio sirve carne humana, Resu ototo no shokuryohin se llama, Hermano comestible en español
Leí que es legal comercializar carne humana en Japón desde el año 2014 pero que se realiza bajo estrictos controles sanitarios. Leí que se paga bien el cuerpo, a unos 30.000 euros la pieza, que debe ser joven y someterse a un proceso especial tras el fallecimiento.
Leí un fake, claro, ¡Hermano comestible, vaya guasa!, aún no hemos llegado al canibalismo, por más que Mike Tyson intentara lanzar la moda comiendo oreja cruda, por más que el japonés Sugiyama cocinara su pene y su escroto para unos amigos, tras proclamarse asexual y extirpárselos. No obstante, la noticia se ha retuiteado y compartido miles de veces, ávidos como estamos de originalidad, de ir un pasito más allá en la búsqueda de algo que nos sorprenda en el panorama culinario.
Y es que, calculadora en mano cual azafata del Un dos tres, a tres comidas al día, por siete días a la semana, por treinta días al mes, por unos ochenta años que ronda la esperanza de vida en nuestro país, el resultado arroja la escandalosa cifra de más de 80.000 comidas a lo largo de la existencia. Ochenta mil que se dice pronto.
Como para planificar el menú. Ocuparía toda una estantería, como la enciclopedia Salvat. Lunes 14 de abril de 2037, desayuno: huevos revueltos, zumo de naranja, café con leche. Comida: hervido de patata, judía y cebolla, etc.
Como para no aburrirse. Conozco gente que incluso nació aburrida de comer; para una antigua vecina suponía un martirio, a ver cuándo inventan unas cápsulas para tragar de una vez todos los nutrientes esenciales, decía y poder ahorrarse así el calvario de masticar, de saborear los alimentos, de paladearlos. Incomprensible, ¿a que sí?
Pero por más que nos guste comer, repetiremos tanto el acto que en algún momento nos resultará tedioso. La buena noticia es que del aburrimiento nace la creatividad. Y hasta el amor, si me apuras, te quiero porque me aburro, decía una viñeta de la gran Flavita Banana.
El aburrimiento es la materia prima de la originalidad, y la originalidad, uno de los ingredientes básicos del arte. La mala noticia es que en su nombre se han perpetrado aberraciones inimaginables.
Tenemos no obstante grandes muestras de todo lo contrario: Angel León es rabiosamente original desde su fondo de Bikini, Andoni Luis Aduriz desde su cápsula del futuro, Bittor Arginzoniz hasta la originalidad la pasa por las brasas, como todo lo que cae en sus manos. Y por supuesto Ferran Adrià fue el más original de todos, el que ha generado más copias que la Gioconda.
Pero la trampa de la originalidad puede ser poderosa, y si no que se lo digan a las vanguardias, tan ridículas a veces, tan necesarias otras.
El afán de novedad puede hacernos caer en el vacío más retumbante, en un bucle de trampantojos directo hacia el abismo. En el sinsentido, como unas patatas fritas a los dos chocolates de McDonald´s, o en la ink jet cuisine de Homaro Cantu que cocinaba una hamburguesa, la fotografiaba, imprimía la imagen en papel comestible y lo condimentaba con aromas en polvo prensados en caliente. Y dicen que no estaba malo el papel.
El afán de originalidad puede convertirse en riesgo para la salud, como comer pez globo que contiene una toxina que produce parálisis y puede conducir a la muerte por ahogamiento, una muerte original, eso sí. O ese queso sardo, el casu marzu, hecho con larvas que sobreviven en el estómago y pueden ocasionar trastornos intestinales graves. O simplemente en algo desagradable como el sannajki, ese pulpito coreano que se come crudo y cuyos tentáculos siguen moviéndose en la garganta.
Pero antes muerta que sencilla. Se busca la originalidad por encima de todo, originalidad para todos. Y se da la paradoja de que ese afán por sobresalir, tan extendido, de alguna manera nos iguala, hoy ya nadie quiere ser normal y sin embargo, hoy vivimos más uniformados que nunca- supongo que se llama globalización- somos más carne humana, difícil de distinguir una de otra. Tengo la sensación de que en los 80 nos parecíamos menos entre nosotros.
Hoy la originalidad se ha convertido en algo superficial cuando lo cierto es que se necesita cavar muy hondo para llegar al origen, para acceder a la auténtica realidad de las cosas, no la de fuera, esa que dice que la tierra es plana, esa que confirman mis pasos cuando camino por la calle, sino la que llevamos dentro, la que me susurra que la tierra es redonda, y que ahora estoy boca abajo, y ahora boca arriba, y que todo esto es una locura, y a la vez tiene sentido, y a la vez no lo tiene, y voy a comerme unas alubias, con chorizo y con manitas y con morcilla y ya.