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nuevo espacio sociocultural

Casa Cabanyal, o cómo llenar de vida la ‘zona cero’ del barrio sin caer en la gentrificación

22/10/2018 - 

VALÈNCIA. El transeúnte que haya pasado en las últimas semanas por delante del número 191 de la calle Escalante, probablemente no se habrá percatado, sin embargo, en ese inmueble en obras se está hilvanando el futuro de todo un barrio. O al menos ese es el deseo de Paolo Cammarano y Alessandro De Cillis, los responsables del proyecto Casa Cabanyal, que pretenden convertir un edificio casi en ruinas en un espacio sociocultural en plena ‘zona cero’, en esas calles que todavía sueñan con el arranque de algo parecido a una rehabilitación auténtica que las salve del deterioro absoluto. Entre hogares modernistas despedazados, la iniciativa aspira a convertirse en agente dinamizador del entorno más próximo, pero se autoimpone como requisito indispensable la vinculación con los vecinos. Nada de discursos mesiánicos ni programaciones verticales o elitistas, nada de exotizar la cotidianeidad para seducir al visitante casual: aquí la clave está en potenciar el arraigo para garantizar una germinación fructífera. Sobre el tablero de juego dos de las amenazas que acechan en los rincones del urbanismo contemporáneo: la gentrificación del espacio, que expulsa a los residentes tradicionales y los sustituye por otros de mayor nivel adquisitivo, y una turistificación excesiva que acabe por convertir las esencias del espacio playero en pintoresquismo prefabricado.

Pero vayamos por partes. Una vez retirados los andamios y escombros, la planta baja de esta finca se destinará a la realización de actividades artísticas y culturales con especial atención al plano audiovisual. Así, un aspecto clave serán las proyecciones fílmicas, desde títulos clásicos a a producciones independientes o inclusivas. En este sentido, el espíritu de los italianos es recuperar la estela dejada por la histórica sala Imperial, que se ubicaba en el número 231 de la propia calle Escalante y ofreció largometrajes desde 1919 hasta 1983. “Queremos que el Cabanyal vuelva a tener un cine”, indican. Este espacio acogerá también un proyecto de ocio y cocina comunal para personas con diversidad funcional. Según explica De Cillis, los participantes podrán “disfrutar del tiempo libre de forma compartida y a través de la gastronomía, empezando por hacer la comprar en el mercado”. “Deseamos involucrar a otros colectivos y también ver qué propone el barrio, estamos abiertos a él. Queremos llenar de vida la ‘zona cero’”. Entre las iniciativas que plantean acoger se encuentran también conciertos, monólogos o el Repair bar, un taller en el que se enseñará a arreglar objetos domésticos. 

Por su parte, la segunda planta albergará cuatro dormitorios disponibles para alquilar durante periodos breves. “¡Ajá! Aquí está la trampa, otra forma de especulación inmobiliaria”, exclamarán algunos, pero frente a los apartamentos turísticos, un modelo que va ganando terreno a zarpazos en el barrio “y altera su equilibrio”, ellos apuestan por arrendar habitaciones a creadores que deseen pasar una temporada en València y desarrollar un proyecto artístico vinculado con el Cabanyal. Un espacio en el que residir mientras ponen en marcha su iniciativa, “se trata de una propuesta pionera en España pero que es común en países como Alemania o Italia”, señala Cammarano. El mediterráneo adquiere así tintes berlineses. La tercera planta será el futuro hogar de Cammarano, propietario del inmueble. Eso sí, todavía quedan unos cuantos meses para comprobar cómo cristaliza el proyecto de Casa Cabanyal, pues las obras de rehabilitación  -sufragadas en su totalidad por sus impulsores- comenzaron el pasado mes de agosto y, si todo marcha al ritmo previsto, el emplazamiento estará listo para abrir sus puertas en junio de 2019.

Foto: MARGA FERRER 

Fascinación por el salitre

¿Cómo surgió la idea de transformar una casa desvencijada en un centro en el que nutrir el alma, la mente y el espíritu? Nacido en Nápoles, Cammarano llegó hace dos años a València y poco después recaló también por estos lares Alessandro De Cillis. El antiguo pueblo de pescadores, con todos sus matices y contradicciones, les fascinó y comenzaron a investigar sobre su origen y desarrollo. A partir de ahí, decidieron organizaron el Antitour, un recorrido por las entrañas de este entorno que formó parte de la programación del festival Cabanyal Íntim. En su proceso de paulatino enamoramiento con este vecindario impregnado de salitre, Cammarano descubrió el edificio de marras y cayó rendido a sus pies: “me gustó en cuanto lo vi porque tenía mucha luz y estaba en una calle histórica”. Y es que, la degradación que sufre hoy esta rúa no hace justicia a la gloria de su pasado. La tercera pata del proyecto es el arquitecto, David Estal, un sospechoso habitual en los proyectos de corte social en València -entre ellos el mítico Desayuno con Viandantes- y muy involucrado en las iniciativas de rehabilitación del barrio. Comenzó así un proceso integral para insuflar aliento a un inmueble que se encontraba en el alambre de la supervivencia.

Aclaradas las cuestiones técnicas, toca echar un ojo a las corrientes de fondo. “Tenemos muy presente la amenaza de la gentrificación, aunque sabemos que es un proceso muy complejo que no se puede parar de forma individual, tienen que intervenir las instituciones. Lo que sí podemos hacer es intentar paliarla, no contribuir a ella”, sostiene Cammarano quien subraya que en la base de su trabajo está "poner en marcha iniciativas integradas en el barrio, que formen parte de él y de su gente, pero que, a su vez, estén abiertas a todo el mundo". "En El Cabanyal hay mucha cultura popular que debe ser compartida. Por ejemplo, nos gustaría invitar a realizar un taller a Ganchilleras Luchadoras, un colectivo de mujeres gitanas que realizan productos de crochet. Podrían enseñar sus técnicas y, al mismo tiempo, lograrían un beneficio económico de esos conocimientos”, apunta 

En todo caso, señala que esa ‘zona cero’ de sus amores, la niña de sus ojos, se encuentra ahora mismo “muy despoblada, está llena de casas vacías, abandonadas porque necesitan reformas muy intensas y económicamente no todo el mundo se puede permitir acometerlas”. Pero parece que los aires de cambio en el Cabanyal comienzan a llegar también a las fachadas más marchitas, a aquellas que languidecen esperando una segunda oportunidad: “Mucha gente se fue hace años y me encanta que los hijos de algunas de esas personas estén volviendo ahora para rehabilitar sus inmuebles…”. Aunque no todo es tan bello y entrañable: “también hay antiguos vecinos que no quieren regresar porque sufrieron mucho emocionalmente con todo el proceso de degradación, para ellos es difícil tener ilusión por ver cambios”, indica Cammarano. “Para nosotros es más sencillo ese proceso porque mentalmente empezamos de cero”, añade De Cillis. 

El estigma de la 'zona cero'

En cuanto al fenómeno de la turistificación, los líderes de Casa Cabanyal lo tienen claro “lo que nos inquieta no es que lleguen viajeros, sino qué tipo de turismo va a venir. Me preocupa ese turismo de sol y playa que solo viene al Cabanyal porque está al lado del mar, pero no se interesa en conocer su historia ni sus calles. Consumen y se van. Además, ese modelo es cortoplacista, cuando se masifica demasiado se colapsa. Creemos que es importante una mirada de mayor recorrido”, señala Cammarano. La sostenibilidad es la gran apuesta. En este sentido, ambos destacan que su deseo de mostrar las potencialidades del barrio está dirigido tanto a esos visitantes extranjeros con anhelo de conocer el pasado de los adoquines por los que transitan como a los propios vecinos de otros puntos de la ciudad que quizás saben más de Montmartre que de su propia historia.

“En el Antitour vemos que muchísima gente de València no conoce bien el Cabanyal, se acuerda del plan de prolongación de Blasco Ibáñez, pero ignoran la historia de sus casas, por ejemplo. Al llegar a la ‘zona cero’ se sorprenden al descubrir que también hay edificios bonitos”. El estigma sigue presente en los habitantes de otros distritos, en el imaginario colectivo: “muchos valencianos todavía tienen miedo de meterse por ciertas calles. La situación de este entorno aquí ha cambiado mucho, pero persisten los prejuicios”, explica Alessandro De Cillis. “Las heridas urbanísticas y de convivencia son obvias, no las vamos a esconder, pero hay que seguir adelante”, apunta Paolo Cammarano. “Desde Casa Cabanyal intentaremos hablar con todas las asociaciones, dialogar con todo el mundo. Hay un montón de proyectos en marcha que merecen la pena”, señala Cammarano.  

De igual modo, aseguran que su posición como extranjeros asentados en la ciudad, les permite tener una mirada “externa, más amplia, de conjunto”. Menos contaminada, quizás, por las concepciones previas y el runrún social de las últimas décadas. Aun así, son conscientes de que precisamente su condición de inversores foráneos que aterrizan en un barrio en pleno proceso de transformación también puede crear ciertas suspicacias entre los vecinos: “sabemos que habrá quien piense que somos especuladores que buscan atraer a turistas, sin más. Entendemos ese temor porque también nos preocupa a nosotros, pero estamos decididos a explicar bien nuestro proyecto, a hacer esa labor de pedagogía”, señala Cammarano. “Queremos demostrar nuestro compromiso con el barrio, Por eso decidimos colocar en la fachada una lona que dice ‘Este edificio es del año 1924.  Lo querían tirar. Este edificio se quedará’. Es nuestra manera de transmitir los principios que estamos defendiendo”, apunta De Cillis, quien asegura apostar por “un turista que viene a aprender sobre el lugar que visita y a involucrarse  con el territorio”. 

En el espejo de los fantasmas urbanísticos, la Barceloneta, quintaesencia del barrio marinero que termina siendo devorado por un turismo low cost depredador e inmisericorde. “Esperamos que no acabe así, la verdad es que somos bastante optimistas”, señala Cammarano. Mientras se colocan vigas, se tapan goteras y se apuntalan tabiques, Casa Cabanyal va gestando su propia epopeya para convertirse en útero, nido y ventana de un entorno que aspira al entusiasmo existencial. Lo dejó escrito Ernesto Sábato: “a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”.


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