Soy una persona atea, pero eso no me impide apreciar algunas de las declaraciones que ha hecho el Papa Francisco y, sobre todo, reconocer el valor que tiene agitar la estructura de la Iglesia para movilizar millones de conciencias a favor de una visión humanista. Y es que cuando uno ocupa un lugar desde el que es capaz de influir en tanta gente asume también que el peso de sus palabras le trasciende. Ejemplos hay en todos sentidos y los valencianos y valencianas lo sabemos.
Porque aquí escuchamos al arzobispo Cañizares preguntarse si la "invasión de emigrantes y de refugiados es todo trigo limpio" dudando sobre “¿dónde quedará Europa dentro de unos años?" y, ahora, vemos al Papa Francisco chafar un campo de refugiados para decir “no se olviden nunca de su dignidad humana. No tengan miedo de mirar a los demás a los ojos porque no son un descarte, sino que también forman parte de la familia humana”. Pertenecen a la misma iglesia, pero no parecen pertenecer al mismo mundo.
Al segundo, al actual Papa, le visitó esta semana la alcaldesa Catalá en un viaje institucional al vaticano. Y en su encuentro le regaló un naranjo del que recibirá cada año la fruta que produzca.
Pero dudo que le contara, en ese instante en el que se lo entregaba, que casi en el mismo momento la policía local de su ciudad estaba advirtiendo a las personas migrantes que duermen en el cauce del Turia de que retirarían sus pocas pertenencias sin avisarles. Con el objetivo de echarles. De evitar que estorben. Con el mismo que quieren construir estanques para evitar que se tumben a pasar las noches bajo de alguno de los puentes del jardín.
Personas tratadas sin dignidad y que como se publicó en diversos medios de comunicación se dedican, en condiciones de explotación, a recoger naranja. La misma fruta que València le enviará al Papa cada año.
Puedo suponer que la alcaldesa omitiría también los comentarios racistas de su concejala Cecilia Herrero. La que llama invasores a los migrantes, etiqueta como ladrones a las personas negras y niega la condición de español a quien ha nacido en otra parte o no encaja en su estereotipo nacional. La misma que no ha sido cesada, ni siquiera contradicha por la alcaldesa de una ciudad donde viven miles de personas que han sido insultadas por esta concejala. Y de las que también es su alcaldesa.
O que en esa cumbre, que era contra el cambio climático, no le contaría que, el mismo día que allí se pedía esfuerzos a los gobiernos para tomar decisiones valientes, en València se volvía a poner el tráfico por delante de la salud y la sostenibilidad manteniendo el túnel de Pérez Galdós.
Porque entre el bienestar de los vecinos y correr más con el coche ha vuelto a elegir lo segundo. Ni tampoco le diría que en su gobierno hay quienes niegan abiertamente que exista el cambio climático y que ella lo asume sin rechistar. Que en sus gestos disimula, pero en sus hechos parece que lo comparte.
Si hubieran hablado de eso se habría dado cuenta de que todos los esfuerzos que está haciendo él para mover la iglesia hacia delante, son los que está utilizando ella para mover València hacía atrás.
Y es que desde la oposición podríamos suscribir que en València necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común, aunque eso no interese a los poderes económicos, que necesitan un rédito rápido. Podríamos denunciar que frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares.
Por la dureza de las palabras nos llamarían socialcomunistas, pero solo estaríamos reproduciendo un trozo de la encíclica Fratelli Tutti.
Así que, visto lo visto, no creo que el Papa sepa lo de Catalá, pero estoy seguro de que ella no comparte lo del Papa. Parece que políticamente le reza a otro argentino. A Milei.