Donde antiguamente había viñedo pero después hubo almendros, a 600 metros de altitud, Iván Martínez ha plantado seis centenares de cepas de monastrell, garnacha tintorera, giró y moscatell con vistas al embalse de Guadalest y al Mediterráneo. Este es su ilusionante proyecto, en el que le acompañan su familia y Sonia Ferràndiz, su pareja.
Diuen que… “Quan trobem a faltar algú o alguna cosa,
un dia dura com 3 tardors”.
Aquest vi és un ricotet homenatge
a totes eixes persones i coses que estimem
i ens han convertit en el que ara som.
En la Vall de Guadalest antes había viñedo, pero entonces llegó la filoxera. Luego almendros, pero más recientemente ha sido la plaga de xylella fastidiosa la que ha echado todo a perder. Ahora, Iván ha vuelto a plantar vid para recuperar algo que forma parte de la tradición familiar. “Mi abuelo falleció durante la pandemia y este es nuestro homenaje”, nos confiesa. Su primer vino se llama Memòries de Monastrell.
En La Marina Baixa, en la que resido, los proyectos vitivinícolas se cuentan con los dedos de una mano: Enrique Mendoza, Celler Mar de Vins, Mas de Sella. Por eso me sorprendió descubrir que en Beniardà estaba surgiendo algo. A veces, Instagram nos tiene reservadas serendipias maravillosas. “Vinyes de Muntanya, Varietats autòctones, Familia, Terra i Vi”. Eso es Celler 3 Tardors, el proyecto de Iván Martínez y de Sonia Ferràndiz, en el que todo gira en torno a su tierra, que es el valle; su pasión, el vino; y su familia, “lo más importante”. Iván no llega a los 30, pero habla con una confianza que abruma. “Todo surge de la idea de mi padre, apasionado por el vino y la tierra. Él me ha transmitido su ilusión, sus valores y sentimientos”.
Este joven beniardut comenzó a trabajar en 2018 como ayudante de camarero en Vivood, el recóndito hotel paisaje de Benimantell. Ahora es segundo Maître y Sumiller, pero su inquietud va más allá: ha creado un vino que, en un futuro cercano, estará elaborado con sus propias uvas. Y ya se ha puesto manos a la obra: en enero plantó, con la ayuda de su padre y de su hermano, 620 cepas de variedades autóctonas de manera experimental. Alrededor de esa finca, que ha vallado por la plaga de jabalís que asola la zona, ha colocado los soques, los pies de almendro, para recordar sus raíces. En unos tres años, estas cepas darán su fruto.
Hasta entonces y mientras su proyecto va cogiendo forma, es una bodega de Muro de Alcoy (Celler La Muntanya) la que elabora sus vinos. “Queremos reivindicar el potencial que tiene este valle y para ello, crear vinos alicantinos y mediterráneos, elaborados desde el corazón y el amor por la tierra”. De su tinto Memòries de Monastrell, elaborado con esta variedad autóctona pero también con garnacha tintorera, giró y bonicaire, ha producido 550 botellas en una primera tanda y 1.100 en la segunda. Sin prisa pero sin pausa. Iván también se ha atrevido con un vino blanco que juega al despiste, ya que no va a desvelar las tres varietales mediterráneas que lleva ni los meses en barrica que tiene para evitar los prejuicios que todos tenemos y que él comprueba diariamente desde su atalaya. De este sacará 3.000 botellas. Y su tercer apuesta es un vermú, del que ha lanzado una edición limitada de 300 botellas: su Vermutet Tio Carracuca, con la misma base vínica que Memòries de Monastrell y hierbas aromáticas de las vecinas sierras de Aitana, Aixortà, Serrella y Mariola.
Iván no corre, vuela: está haciendo el WSET nivel 2 y quiere estudiar enología. Y ya está proyectando su propia bodega. Aunque antes quiere convertir la casa de aperos que tienen en su campo de olivos en una pequeña tienda y construir un riurau que funcionará como sala de catas. “No sabemos dónde vamos, pero sí de dónde venimos”. Iván habla constantemente de su familia desde un tremendo orgullo de pertenencia a esta saga de agricultores. “Mi madre es la que lleva la voz cantante en el tema de la tierra, es la que nos dirige. Mi padre ha ido aprendiendo, ya que no se dedicaba a ello”. Aquí antes había olivo y almendro, algo de algarroba, naranjos o cerezos, limones o perellons, “aunque lo que daba dinero era la aceituna y la almendra”.
Esta es una zona privilegiada. Desde su terreno familiar, a 600 metros de altitud, se ve el fotogénico embalse de Guadalest o los pueblos de Benimantell, Beniardá, Abdet, Benifato y Confrides, pero también el mar. Las vistas impresionan. Antes de irnos, Iván nos cuenta que quiere que toda esta finca sea viñedo, que convivirá con los olivos de su padre y de su abuelo. Su sueño de vuelta a los orígenes es tan grande como su entusiasmo.