Mientras aumenta el número de personas enganchadas a las apuestas, los científicos buscan en el cerebro una posible cura. En el otro lado, las empresas investigan fórmulas para que arriesgar el dinero resulte más atractivo
VALÈNCIA.- El volumen de negocio generado en España por los juegos de azar en 2017 superó los 35.000 millones de euros, de los cuales el 28,5% se generó en apuestas realizadas a través de internet. Esto supone el 3,1% del Producto Interior Bruto de España —casi nueve veces el presupuesto de Sanidad— y supera con creces la facturación de todo el sector primario; es decir, el juego mueve más dinero que la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la pesca, que sumaron entre las cuatro unos 26.000 millones de euros.
Según los últimos datos, aproximadamente el 0,3% de los españoles tiene problemas graves de adicción al juego —unas 15.000 personas en la Comunitat Valenciana y 100.000 en todo el país—. El adicto promedio es un hombre, menor de 35 años y de clase media, aunque la tendencia está cambiando y cada vez son más jóvenes. Pero ¿por qué comienzan con las apuestas?
El mundo de las apuestas es complejo. Existe un abanico de jugadores que va desde personas que apuestan por diversión a profesionales que dedican mucho esfuerzo en utilizar los mejores pronósticos para inclinar la balanza a su favor. No obstante, entre medias de ambos extremos, lo que más abunda es el jugador promedio que pierde dinero. Muchas veces, la transición entre estas categorías ocurre sin darse cuenta. Raúl Guijarro explica qué le llevó a convertirse en jugador semiprofesional: «Al principio éramos un grupo de amigos que practicábamos deporte y nos gustaba seguir los resultados de algunas ligas deportivas, pero un día estábamos almorzando y salió el tema de las apuestas. Pusimos unos diez euros cada uno para hacer apuestas de cincuenta céntimos, también teníamos un grupo de WhatsApp para ver cómo iban los resultados. Ese fue el inicio».
A partir de ese momento, estuvieron unos meses haciendo pequeñas apuestas por diversión, pero entonces alguien les habló del mundo de los tipsters. Guijarro explica que son «profesionales que cobran por hacer pronósticos deportivos; es decir, te mandan sus pronósticos a cambio de dinero. Y ahí pasamos de jugar por diversión a conocer ese mundo de las apuestas profesionales, que empezó a gustarnos».
La historia de Guijarro podría ser como la de muchas otras personas que se inician en el mundo de las apuestas, pero en su caso el final fue diferente. «Conforme fuimos ganando dinero pasamos a realizar apuestas más grandes. Ahora llevamos unos dos años en este mundo y nunca hemos tenido pérdidas. A veces este hobby me deja más dinero que mi trabajo habitual, a veces menos. Pero claro, nosotros ya no metemos nuestras apuestas y ponemos los resultados de nuestros tipsters, que tienen mucha más información para algunos partidos. Por ejemplo, el tenis amateur mueve mucho dinero y las casas de apuestas no suelen conocer muy bien a los tenistas».
Pero ¿cómo de estable es dedicarse al juego? Guijarro reconoce que «las apuestas no son algo seguro. A veces tienes meses malos donde no ganas prácticamente nada y otros donde sí, pero la factura de la luz sigue llegando igual». Ahora bien, las apuestas son un arma de doble filo. Guijarro explica que «perder dinero es muy fácil. En nuestro grupo nunca nos guiamos por lo que queremos que pase en los resultados deportivos. Además, nuestras apuestas son constantes y no nos dejamos llevar por las buenas rachas, porque hay gente que gana un par de apuestas y empieza a apostar a lo loco. En este mundo te vas encontrando con gente, a veces los conoces en los foros o en los chats, y ves que muchos tienen poca cabeza y lo han perdido todo por no saber mantener el control».
Pero ¿qué estrategias utilizan las casas de apuestas para hacer perder más dinero a sus clientes? Guijarro continúa: «Por ejemplo, ahora hay muchas apuestas en vivo. La gente apuesta en el momento y sin un estudio detrás. A veces entran por aburrimiento y apuestan a lo primero que ven, y las casas saben que eso es una de las cosas que más dinero da».
El caso de Guijarro no es muy común. El saber popular advierte de que la banca siempre gana, y lo habitual es que las empresas dedicadas al juego y las apuestas acaben ganando mucho dinero a costa de que otros lo pierdan. Alfredo —nombre ficticio para mantener el anonimato— cuenta cómo era para él ser adicto al juego. «El dinero me quemaba en las manos, tenía que gastarlo en alguna máquina», resume con tremenda sinceridad. «Empecé con 15 años, pero en aquel momento todo era muy diferente, no había tantos sitios para jugar. Me iba hasta València, a unos locales que había medio legales, con los amigos, para tomarme una cerveza mientras echaba unas monedas en alguna máquina. Luego todos los bares comenzaron a tener tragaperras, y ahí la cagué del todo».
Alfredo llegaba a gastarse casi todo su salario en las máquinas, hasta que perdió a su mujer, su hija y, con el paso del tiempo, también su casa. «A veces me daba cuenta de que no podía seguir así, pero solo cuando perdía mucho dinero. Pero al volver a cobrar no podía controlarme y me convencía de que no tenía un problema y solo era un currante disfrutando de su tiempo libre. Cuando me encontré solo y malviviendo busqué ayuda, aunque pensé que nadie me la iba a dar».
El camino de Alfredo para salir adelante no ha sido fácil. A veces, en el proceso de vencer a las adicciones, intervienen psicólogos entrenados para ello. Verónica Moreno es una de esas personas; se especializó en adicciones en la Universitat de València y ha trabajado con muchos tipos diferentes de adictos. No obstante, ahora el perfil del paciente está cambiando. Moreno alerta de que «el adicto tradicional sigue existiendo. A partir de los 40 años sigues viendo a personas enganchadas a las tragaperras. Pero los más jóvenes son adictos a las apuestas online. La diferencia es que ahora puedes apostar a cualquier cosa y en cualquier momento desde el teléfono móvil, así que la probabilidad de engancharse es más alta. Cuando se hacen mayores, dan el salto de internet a los salones de apuestas».
Supuestamente, la ley impide apostar a los menores de edad, pero la publicidad online se muestra a todos los públicos por igual. Además, los anuncios de las casas de apuestas se multiplicaron por tres entre 2016 y 2017, y cada vez usan más a figuras del deporte que son muy populares entre los adolescentes. Moreno advierte de que los jóvenes «empiezan mucho antes de lo que se piensa. Incluso en las salas de apuestas no es muy común que pidan el carnet para entrar. La normativa está, pero más del 30% de estos chavales reconoce haber apostado antes de tener los dieciocho años, y eso es posible porque las nuevas tecnologías se lo permiten». A eso hay que añadir que cada vez hay más oferta: bingo, póker...
Todo esto genera una pregunta obvia: ¿si el juego puede hacer perder tanto dinero, por qué se enganchan? Moreno expone que «aunque parezca mentira, la percepción de un adicto es diferente. Las tragaperras tienen una ratio de premio pensada para que pienses que la recompensa está cerca. Se suele enganchar la gente que más desesperada está, porque piensan que les puede solucionar sus problemas, como los que juegan a la lotería. Casi nunca verás a gente rica comprando boletos; juega el que menos tiene porque quiere soñar. Y una vez que entran en ese juego, piensan que tienen que seguir jugando para recuperar las pérdidas que ya han tenido. Además, las máquinas tienen esas luces y sonidos, que son estímulos y recompensas para que sigas jugando. Y aunque parezca absurdo, funciona».
El valor de la recompensa en la modificación del comportamiento ha sido algo muy estudiado en la psicología. Burrhus Frederic Skinner fue un psicólogo norteamericano conocido por uno de sus inventos más famosos, la caja de Skinner, que consiste en un pequeño habitáculo diseñado para albergar animales y poder estudiar su comportamiento. Estas cajas incluyen un mecanismo que permite al animal obtener alimento si realiza el comportamiento adecuado. Por ejemplo, se puede poner un botón dentro de la caja junto a una paloma. Si esta pasa accidentalmente por encima del botón y lo acciona, provoca la caída del alimento dentro de la caja, es decir, recibe una recompensa.
Al final, la paloma averigua que, para acceder a la comida, debe pulsar el botón. Pero Skinner realizó otro experimento que tiene mucho que ver con la adicción al juego. En este caso, programó una caja vacía para soltar alimento de forma aleatoria. Las palomas que metía creían que tenían que hacer un comportamiento determinado para obtener su premio, pero en algunos momentos aleatorios recibían su recompensa. A grandes rasgos, lo único que tenían que hacer era esperar, pero Skinner demostró que seis de cada ocho palomas desarrollaban comportamientos raros que los animales asociaban a la recompensa. Los llamó conductas supersticiosas, ya que las palomas los hacían pensando que recibían la recompensa por hacerlos. Por ejemplo, una de las aves giraba como si de una peonza se tratara, dando dos o tres vueltas en sentido antihorario. Otra golpeaba ligeramente con la cabeza uno de los rincones de la caja.
Las empresas del sector lo saben. Moreno explica que «las tragaperras son, básicamente, cajas de Skinner pensadas para que la gente se gaste su dinero». De hecho, la probabilidad de ganar en ese tipo de máquinas es aproximadamente del 18,3 % —una de cada cinco veces—. Alfredo explica que «cuando estaba delante de la máquina pensaba que iba a hacer premio, que si echaba más monedas iba a trabajarme la máquina y me lo iba a dar. A veces pensaba que la máquina de un bar me daba más suerte que la de otro, y durante una época me dio por jugar solo con monedas de cincuenta céntimos porque pensaba que ganaba más veces. Ahora me doy cuenta de que todo está montado para quedarse tu dinero. Y lo consiguen», concluye con resignación.
Muchos científicos analizan qué ocurre en el cerebro de un adicto ante los estímulos y recompensas que proporcionan los juegos de azar. Elena Gomis es neurobióloga por la Universitat de València e investigadora de la University of East London (UEL), en Reino Unido. Su departamento estudia neurociencia cognitiva, además del efecto de las drogas y otros comportamientos adictivos en el cerebro. ¿Qué diferencia al cerebro de un ludópata? Gomis explica que «la adicción al juego se caracteriza por la toma de riesgos en actividades de apuestas, que persiste a pesar de las consecuencias negativas. Además, está relacionada con alta impulsividad y falta de control inhibitorio. Estos procesos cognitivos están asociados con la disfunción de áreas del cerebro localizadas en el córtex prefrontal. Numerosos estudios asocian los comportamientos adictivos a la desregulación de mecanismos en esa zona y que afectan al sistema de recompensa y placer».
Pero ¿puede ayudar todo esto a los adictos? El proyecto de Gomis consiste en estudiar esos procesos cerebrales asociados a la adicción al juego para mejorar los tratamientos. En su investigación utiliza lo que se conoce como Estimulación Transcraneal por Corriente Directa (ETCD), es decir, la emisión de una pequeña corriente eléctrica que no produce daño al paciente y que permite modificar su función neuronal en algunas zonas del cerebro. El objetivo, en este caso, es reducir algunos de los síntomas de la adicción al juego y mejorar los métodos de tratamiento.
«hay diferentes razones por las cuales la gente disfruta apostando. Puede ser una actividad con la que entretenerse. Sin embargo, para otras personas, apostar es una forma de evadir problemas personales»
Otra cuestión que tiene importancia es si existe una predisposición para engancharse al juego. Gomis cuenta que «algunos estudios previos indican que hay factores genéticos y demográficos que influyen en que algunas personas tengan menos facilidad para controlar los comportamientos relacionados con la obtención de placer, como la toma de riesgos en el juego. Así, hay personas que desarrollan adicciones a sustancias y comportamientos que producen placer, al mismo tiempo que otras personas pueden hacer lo mismo sin desarrollar una adicción». Pero Gomis va más allá y añade un ejemplo curioso: «Los enfermos de Parkinson son más vulnerables a desarrollar adicciones como la ludopatía, a consecuencia del tratamiento con dopamina. Esto parece indicar que hay elementos biológicos que modulan la predisposición a desarrollar adicciones».
La dopamina es una sustancia química que se encuentra en el cerebro. Es un neurotransmisor que tiene una gran variedad de funciones, como por ejemplo regular la motivación y la obtención de placer o ayudar en el control del movimiento. En los enfermos de Parkinson, las neuronas que producen dopamina van muriendo poco a poco, y entre los efectos más visibles se encuentra la pérdida del movimiento controlado. Eso explica por qué algunos tratamientos consisten en administrar dopamina, y también por qué puede haber más predisposición a la adicción al juego si se utilizan estos fármacos, ya que esta también afecta al sistema neurológico de placer y recompensa. Gomis matiza que «hay diferentes razones por las cuales la gente disfruta apostando. Puede ser una actividad con la que entretenerse. Sin embargo, para otras personas, apostar es una forma de evadir problemas personales. También hay gente que apuesta dinero para pagar deudas, o gente que simplemente disfruta del riesgo de invertir en una actividad de resultado incierto. Es posible que los procesos neurológicos sean distintos en cada caso, pero lo que parece común es que apostar produce un efecto placentero relacionado con la liberación de dopamina en el circuito de recompensa del cerebro». Por cierto, algo muy parecido a lo que pasa en el cerebro de un adicto a las drogas.
La respuesta a estas cuestiones científicas aún tardará en llegar. Mientras tanto, las nuevas modalidades de apuestas y juegos de azar siguen aumentando de forma alarmante y suponen un reto para nuestra sociedad. En este caso, la solución al problema parece aún lejana y difícil. Ya lo dijo el poeta alemán Friedrich Schiller, «contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano».
* Este artículo se publicó originalmente en el número de 48 de la revista Plaza