VALÈNCIA. No recuerdo muy bien por qué ola íbamos entonces. A finales del verano de 2020, sumidos todavía en la confusión y el temor que nos trajo la covid, se publicó “Mosquita muerta”. Era la primera canción nueva de Chico y Chica en varios años, es decir, era una excelente noticia para quienes les seguimos. Recibí aquella canción como un acontecimiento trascendental; “Mosquita muerta” salía en el momento perfecto. Incluso tuve la fantasía de que habría consenso mundial acerca de la importancia de Chico y Chica. Pero las cosas son como son y no vale la pena amargarse por ello. Una vez más me dije a mí mismo, “¿y qué?”, y seguí yo a lo mío, importándome otro pimiento más que me dieran la razón o no. En aquel contexto de pandemias, encierros, vacunas, susto y amenaza, “Mosquita muerta” era un premio. No es habitual que algo que te hace feliz te enseñe con tanta claridad las claves por las cuales eso es así. “Mosquita muerta” tan divertida, eufórica y erótica. Como casi siempre ocurre con las canciones del dúo bilbaíno, era un llamamiento a disfrutar de la vida, pero sin tomársela muy en serio. Todo va mejor si te tomas a risa lo que es trascendental.
“Mosquita muerta” también tenía uno de los ingredientes clave de Chico y Chica. Sus letras estaban llenas de frases que aparecen de repente y no sabes qué significan. Quizá en otro contexto, decir “no quiero oler a nada” dé absolutamente igual. Pero con esa melodía que se te mete bien adentro, cantada tal y como la canta Alicia, es una frase que dice lo que tú quieras que diga cada vez que la escuchas. Ese tipo de misterios los bordan Chico y Chica. Dos años después de aquello, cuando algunos vamos ya por la cuarta vacuna y hemos cambiado el miedo a morir de covid por otra gama de temores mucho más amplia y diversa –vivir a base de chopped, ir andando a todas partes, que Putin te tire un misil a la puerta de casa, que Bolsonaro se apunte a tu gimnasio-, aterriza en la explanada de la memoria otra frase emblemática: “Voy a darme de baja de ti”. Y entonces digo: ahora habrá consenso, ahora en los informativos dirán que en la música española nunca ha habido nadie como Chico y Chica. Pero como no lo dicen, insistiré yo una vez más. Nadie con esa visión desprejuiciada y desinhibida del lenguaje; nadie tan certero, con una imaginación tan desbordante y descarada, nadie tan valiente como para decir lo que le apetece sin miedo al ridículo. “Voy a darme de baja de ti”, la frase estrella de otra gran canción pop, otro ejercicio de alegría: “Las zarzas”. Cuando el enésimo fin del mundo nos sorprenda, que me pille escuchando Senadora.
Hemos encallado en lo que parece está siendo un periodo histórico algo turbulento y, francamente, no se me ocurre nada que pueda hacer al respecto salvo mantener la calma -”yo sólo miro p’adelante”, dice José Luis en “Panorama”- e impedir que nos roben la felicidad, el tiempo para pensar, las ganas de sexo. La alegría de vivir es algo que casi puedo palpar escuchando Senadora, el nuevo álbum de Chico y Chica. Desde septiembre de 2020 han seguido lanzando singles como “Panorama” o “Que opinen las modelos”. Da igual las veces que las haya escuchado últimamente, siguen sonando igual de necesarias. Y ahora vuelven, insertadas en el contexto de un álbum, rodeadas de otras canciones con las que se llevan de cine. Las canciones. José Luis y Alicia las hacen estupendas, maravillosas, redondas, cuadradas, octogonales. Canciones que igual se van por la tangente cuando menos te lo esperas. Donde otros explotarían una fórmula hasta la saciedad, ellos simplemente hacen que la fórmula explote, como si fuera una traca –son los primeros vascos con alma fallera que conozco-, y al que le guste bien, y al que no, pues que se aguante.
Chico y Chica son atemporales como The Human League y Kraftwerk, sus discos son imprescindibles los escuches cuando los escuches. El tiempo no les envejece, les confiere sabiduría y dominio de sus dones, y como tampoco se matan por sacar discos –este es el cuarto álbum que han grabado en veinte años-, lo que ofrecen está sumamente meditado y muy destilado. Aunque juegue a parecer sencilla, la producción es brillante, diseñada para darle a cada tema lo que necesita, incluso diría que le proporciona la exquisitez de la que carecen ciertos ritmos latinos tal como se entienden ahora. Cada canción de Chico y Chica es una isla distinta en el archipiélago creativo que son ellos. Salvo en los pasajes más experimentales donde prevalecen la atmósfera o el ritmo y las letras son diálogos -como “Sí señorita”, un spin off de “La millonaria”-, las melodías surgen impecables, pegadizas, inolvidables, el contrapunto perfecto a letras y estribillos que disfrutan siendo descabelladas, como la propia vida y el mundo en el que la vivimos. Alicia juega con la sílabas como nadie, las estira, las corta, las pega. Cuando canta “la actriz más mala que hayyyyyy” crea una prosodia contorsionista que en boca de otra sería pecado capital y que en la suya es puro arte. Por no hablar de ese “pasa la vida pa, pasa pasa pa” que en su voz es pura poesía fonética
Sus seguidores no somos legión, pero algunas de sus frases y de los nombres que se inventan, acaban convertidos en frases recurrentes, códigos privados para quienes veneramos su obra que se repiten una y otra vez hasta alcanzar la categoría de clásicos para esta singular parroquia. El lenguaje es un virus del lenguaje exterior y Chico y Chica, una fuente de memes musicales. Senadora es un placer absoluto hecho por un dúo sexy e inteligente, divertido y lúcido. La banda sonora para disfrutar de la vida.