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NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #13

Chinito de amol

1/04/2020 - 

VALÈNCIA. A primera hora de la mañana, el frío y la lluvia que caían sobre València eran más persuasivos que los decretos gubernamentales. Ni los perros se han atrevido a salir a la calle.

Pero hay circunstancias que no cambian, con frío o sin frío, con virus o sin virus.

Mosén Junqueras y otros golpistas pueden ser excarcelados porque así lo ha dispuesto el Gobierno catalán. No extraña que lo haga porque es el dueño de las cárceles. Esto es así gracias a que Felipe González cedió la gestión de las prisiones al padrino Pujol

Estoy acatarrado. Anoche me tomé un paracetamol. Me dolía la cabeza pero creo que no tenía fiebre. No me atrevo a ponerme el termómetro. Por la tarde, cuando se va la luz, me vienen las toses.

Hoy tampoco hemos alcanzado el pico de la pandemia. La montaña de muertos crece sin parar. Algo habrá que hacer, ¿no?

El Gobierno trabaja en tres frentes. En primer lugar, en limar las estadísticas de los fallecidos para rebajar la alarma en la población. Seguidamente, en mimar a las televisiones privadas con ayudas para que sigan siendo complacientes con su calamitosa gestión. Por último, en agitar de nuevo el odio y el miedo a la derecha.

Creíamos que esta crisis había acabado con nuestra última guerra civil pero parece que no fue así. Estas tres semanas fueron sólo una tregua, como la que vivieron soldados británicos y alemanes en la Navidad de 1914 durante la I Guerra Mundial.

Ha sido un espejismo.

Me gustaría saber quién ganará la batalla: ¿la propaganda, en la que la izquierda es una maestra consumada, o la realidad de los muertos y la pobreza que se cierne sobre nuestras cabezas?

La propaganda exige comparecencias frecuentes de los ministros, que se cuelan en las pantallas con sus sacos de mentiras.

A primera hora de la tarde ha salido el vicepresidente comunista con su cháchara socializante y mendaz. Ha prometido pagas para los colectivos “vulnerables” que a este paso seremos todos, menos la casta a la que él pertenece. 

Una televisión privada informa de la vuelta a la normalidad en China.

En el Extremo Oriente les va bien

Aquí seguimos sufriendo pero en el Extremo Oriente les empieza a ir bien. El tirano Xi Jinping “se quita la mascarilla mientras el planeta se inunda de ellas”. Lo he leído en El Mundo, el periódico donde trabajé a las órdenes de Benigno Camañas. 

Según informa la agencia pública Xinhua, el dictador se paseó por Zhejiang sin mascarilla para convencer a la población de que han ganado la guerra del coronavirus. Los súbditos le aplaudían con el mismo fervor que algunos de mis vecinos a las ocho de la tarde.

Lo de China merece una serena reflexión. Primero exportaron el mal (hoy se cumplen tres meses del primer caso declarado en Wuhan) y ahora sacan negocio vendiendo millones de mascarillas al mundo infectado. 

Diez días antes de declararse el estado de alarma, la mayoría de ellos había cerrado sus comercios y restaurantes en València. Sus hijos habían dejado de ir a los colegios y a los institutos. Seguían instrucciones de su Gobierno, según tengo entendido.  

¿China es culpable?

¿China es culpable? En este modesto diario me atrevo a escribir que sí, que es culpable de esta tragedia, aun a riesgo de molestar a la Embajada china, que me tildará de “racista” como hizo con Mario Vargas Llosa. Los libros del peruano están censurados en China porque se atrevió a criticar a la dictadura comunista.

Necesito y debo ser ecuánime a pesar de todo. Los chinos son trabajadores, hacendosos, cumplidores, obedientes y disciplinados. Son un espejo de virtudes que ya quisiéramos tener algunos españoles.

Serán los vencedores de esta guerra como lo fueron en los años noventa cuando arrasaron la industria tradicional española con la ayuda encomiable de la Unión Europea y la Organización Mundial de Comercio (OMC), que les dejó manos libres.

Ahora se han inventado la “diplomacia de las mascarillas” para mejorar su imagen. Nos envían material sanitario en cantidades muy estudiadas, como parte de esta campaña de marketing. Incluso los dueños de Alibaba y Huawei nos han donado mascarillas. Se lo agradeceremos comprando sus productos.

En mi infancia los chinos eran criaturas exóticas. De niño, mientras merendaba viendo a los payasos de la tele, me encantaba ver a Gaby, Miliki y Fofito cantar una preciosa canción que decía así: “Cuando te digo china, china del alma, tú me contestas: “Chinito de amol”. Y continuaba: “Chinita tú, chinito yo…”.

La he buscado en internet y me he emocionado. Gaby y Miliki murieron y Fofito cayó en la depresión y la bebida. Aquel niño con flequillo rubio también está muerto. De él  queda al menos este testimonio de agradecimiento.

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