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LOS DADOS DE HIERRO / OPINIÓN

El ciclo centrista

Foto: EFE/ Fernando Villar
21/02/2021 - 

Este año, el 14 de noviembre en concreto, es el centenario del Partido Comunista de España. Ahora integrado en la coalición Unidas Podemos, el PCE nació como escisión del PSOE, que a su vez cumplirá 142 años en mayo. Completando el bloque de la investidura, ERC hará 9 décadas en marzo. Comparado con ellos, el Partido Popular es un yogurín de 44 años (o 32, si contamos solo desde la refundación de AP), aunque el decano de la derecha, el PNV, ya cuenta 125 primaveras.

Que izquierdas y derechas cuenten con partidos tan longevos plantea una duda: ¿por qué ningún partido de centro ha logrado perdurar? Haberlos, los ha habido, e incluso han gobernado y todo: la UCD ganó dos elecciones generales y fue el principal actor político de la Transición, pero las elecciones de 1982 fueron su final. La antorcha del centrismo la recogió entonces el CDS, que aguantó con presencia parlamentaria hasta 1993. Ambos duraron tres legislaturas, en lo que parece ser la constante de desintegración de un partido centrista. En los primeros dosmiles surgió UPyD, que aguantó un poco menos (dos legislaturas con presencia parlamentaria, aunque podríamos considerar los posteriores escaños de Toni Cantó e Irene Lozano como una tercera legislatura honorífica). Finalmente, la actual encarnación del centrismo, Ciudadanos, ya va por cuatro legislaturas (si bien la XI y la XIII no se logró investir gobierno y fueron tan cortas que no deberían contar, lo que permite augurar que Cs aun aguantará unas elecciones más hasta completar el Ciclo Centrista). Es decir, hay una tradición, hay victorias históricas, y hay potencialmente millones de votantes de centro. ¿Por qué fenecen una y otra vez estos partidos, mientras el PCE –que nunca sacó más de un 11% en solitario- va a celebrar su centenario con ministros y todo?

Aparte de ver lo que hay, también es útil mirar lo que no hay, comparado con la izquierda y la derecha: una ideología e identidad fuertes. Izquierda y derecha siempre pueden definirse como lo opuesto al otro, pero el “centro” tiene que definirse como lo opuesto a ambos. Y si uno de ellos se mueve, el centro tiene que moverse también, ¡por necesidad! Ideológicamente, ser “de centro” es un acto de equilibrismo: te estás declarando equidistante de dos puntos que no controlas tú mismo.

Pero, aunque la política se ejerce sobre fundamentos ideológicos, el día a día es mucho más mundano. La UCD cayó por el 23F, y el CDS por la incapacidad de articular una política “útil” ante las eternas mayorías absolutas del PSOE de los ochenta (de hecho, por obra y gracia de nuestra ley electoral, se podría argumentar que el CDS facilitó dichas mayorías). Sin embargo, sus epígonos nacieron en un contexto diferente: desde las elecciones de 1993, quienes han facilitado las mayorías de gobierno han sido los nacionalistas periféricos. Un bipartidismo PP-PSOE cada vez más perfecto, unido a una ley electoral que castiga muchísimo a quien no logre entrar en el dúo de cabeza, había absorbido a todos los partidos medianos y dejado a los nacionalistas como árbitros. Y por supuesto estos partidos vendieron su apoyo a cambio de concesiones: si la ley electoral premia concentrar tus votos en pocas provincias, ¡es lógico que triunfen partidos que pidan ventajas para unas pocas provincias!

Muchos políticos, particularmente (aunque no en exclusiva) desde la derecha, han denunciado esto como un “desguace del estado”, y frente a él han convertido la “firmeza” y la recentralización en los ejes de su programa político. Empezó el PP durante la negociación del nuevo Estatut en los años de Zapatero, y VOX ha seguido sus pasos (entre otras cosas porque el PP cargaba con sus propios “pecados”, como el Pacto del Majestic y el apoyo del PP catalán a Artur Mas en 1999; no en vano dijo Arzallus que había logrado más con Aznar en 14 días que con el PSOE en 14 años). Cs y UPyD, desde perspectivas catalanas y vascas, también han crecido en gran medida gracias a la denuncia de los nacionalismos periféricos. (El anticatalanismo, por cierto, fue en su día la chispa inicial del principal partido de centro de la Segunda República, el Partido Republicano Radical de Lerroux, quien incluso llegó a gobernar… y se desinfló totalmente en las terceras elecciones republicanas; el “ciclo” viene de lejos).

Quizás la solución al enigma del Ciclo Centrista yace no en los partidos de centro sino en sus integrantes. Porque la evolución de estos no ha sido “equidistante” de izquierda y derecha. De la UCD, los únicos en pasarse al PSOE fueron Fernández Ordoñez y los diputados de la llamada “familia socialdemócrata”; la mayoría de ucedistas acabaron en el Partido Popular: Pio Cabanillas, Íñigo Cavero, Arias-Salgado, Jaime Ignacio del Burgo, Rodolfo Martín Villa, Jaime Mayor Oreja, y dos de los tres “padres” de la Constitución de 1978. El CDS incluso acabó integrándose en 2006 en el partido de Rajoy. UPyD fue arrollado por Cs, donde arribaron Toni Cantó e Ignacio Prendes. Y Cs, pese a autodefinirse (y ser percibido) inicialmente como “socialdemócrata” y “centro-izquierda”, ahora es visto como un partido de derechas. Cosa que el partido se resiste a aceptar, pero donde UPyD en sus tratos con PSOE y PP al menos impuso a rajatabla la norma “investir al partido más votado”, los naranjas a la hora de la verdad siempre y en todas partes han pactado con el PP. Las dos únicas excepciones (investidura de Susana Díaz en 2015 y el “pacto del abrazo” con Pedro Sánchez en 2016) tienen en común que el pacto con el PP simplemente no sumaba y al menos se evitaba el pacto del PSOE con Podemos y los nacionalistas.

La política es cíclica, y en ella se suceden fases de crispación y moderación como las mareas en el mar. La moderación es buena para el centro, la crispación no. En un periodo de 3 legislaturas, es normal que la marea suba y baje al menos una vez, y deje varada en tierra la embarcación centrista. Entre eso y una inmisericorde dinámica del voto útil, los partidos políticos de centro acaban diluyéndose como los ríos que van a la mar… pero si acaban siempre en el mismo mar, y casi nunca en el otro, es normal que la gente piense que son una “derecha acomplejada”. Algo a lo que se apuntó el propio Partido Popular, que se vendió en los años 90 bajo el liderazgo de Aznar (¡de Aznar nada menos!) como “Centro Reformista” y que alcanzó su cénit en 2001, cuando Aznar logró que la Internacional Demócrata Cristiana se rebautizara como “Internacional de Centro Reformista”. Hay –por razones históricas fácilmente entendibles- un cierto complejo en la derecha a identificarse como “derecha” … o más bien, hay una clara consciencia de que una “derecha sin complejos”, aunque haría muy felices a los entregados a la causa, sería incapaz de ganar unas elecciones por si misma.

Pero nada es inevitable. Albert Rivera tuvo en su mano romper el eterno Ciclo Centrista –nacer bajo los auspicios de todos los medios de comunicación “para superar las dos Españas”, recoger votantes “desencantados” de izquierda y derecha, y morir cuando todos los medios de comunicación llegan a la conclusión de que “su” España no está para regalar votos- pactando con Pedro Sánchez en mayo de 2019. La marea ha venido fuerte: en apenas dos años Cs ha quemado su marca. Pero igual que sube, la marea baja: el Centro volverá. Quién sabe, puede que algún día se tome a si mismo en serio.

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