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'Yrupé'

Candela Sotos 'deshoja' el archivo de Guillermo Zúñiga para entender los silencios tras la Guerra Civil

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VALÈNCIA. Casi siempre empieza igual: “Cuéntame la historia de ese tío del que apenas me habéis hablado”. Candela Sotos ya hacía fotografía, estaba muy interesada en el cine, y ese tío abuelo del que preguntaba era Guillermo Zúñiga, pionero cineasta científico y militante político cuya trayectoria atravesó la Guerra Civil, la resistencia francesa y el exilio en Argentina. Una figura casi borrada en los relatos oficiales, cuyo archivo permanece en cajas, entre restricciones familiares y trabas institucionales.

Guillermo Zúñiga no es un completo desconocido: “Puse su nombre y me salió un artículo sobre el archivo de Zúñiga, al que llamaban el ‘Robert Capa español’, pero anónimo. Hablaban de fotos de la Guerra Civil y de su hija. A partir de ahí intenté contactar con los responsables para ver si podía consultar su archivo”.

La simple curiosidad (El proceso fue largo y lleno de suspicacias. “Me preguntaban ‘¿pero qué quieres?’. Y yo solo respondía: no quiero nada, solo verlo”) se convirtió en una película, Yrupẽ, en la que Sotos intenta recuperar una de sus películas científicas, La flor de Yrupẽ, que rodó en Argentina. 

Y aunque la película pone en el centro esa recuperación, realmente es un telón de fondo. La búsqueda se encuentra con un muro, y ese muro es la historia de la España de la posguerra. El principal obstáculo es que, a pesar de que el Archivo Guillermo Zúñiga está depositado en una institución pública (Filmoteca Española), su familia puso condiciones para su consulta, estudio y divulgación: que no se hiciera con fines políticos. 

Sin embargo, no solo hay imágenes científicas en este archivo; también había imágenes de la España Republicana, de las Misiones Pedagógicas, o de manifestaciones. Eso también contaba España, así que para sortear los filtros ideológicos, Sotos diseñó un dispositivo inesperado: revisar el archivo con experto en botánica, que simplemente narra qué especies de plantas se pueden ver en una foto en la que están pasando otras muchas cosas: “Me parecía interesante mantener la visión científica, un juego de neutralidad. No quería que alguien muy politizado las comentara, porque entonces era una narración ilustrada. Preferí que el botánico se ciñera a identificar las plantas, y que el espectador completara el vacío”, explica la directora.

Ese gesto, aparentemente aséptico, revela las capas políticas del archivo. “El espectador rellena lo que falta. En Alemania, donde también la proyecté, empatizaron porque decían que les pasaba lo mismo con archivos de los nazis. Pero en España, claro, el contexto familiar pesa mucho más”.

El rodaje también deja en evidencia la precariedad de los archivos públicos. “En la Filmoteca el Archivo estaba en cajas de mudanza, sin catalogación. Los negativos sí estaban en búnkeres, pero la situación era de desfinanciación brutal: el archivo es un edificio construido para 250 trabajadores y solo trabajaban 25. El propio técnico nos decía que no paraba de formar a becarios que luego se iban a otras filmotecas latinoamericanas”.

Pero Sotos insiste en que la cuestión no es solo la conservación, sino la lectura. “El reto es cómo lees todo eso, cómo haces divulgación de los archivos, con qué perspectiva. Para mí era importante acercarme de una forma afectiva y emocional, no como historiadora. Yo tengo el contexto familiar, las cartas de mi abuelo con él, los relatos de mi madre. Eso no lo puede aportar un investigador externo”.

La flor de yrupẽ

El título de la película procede de una planta acuática del Chaco argentino, el yrupẽ, que la directora cría a lo largo de la película y cuyo proceso se va filtrando con la investigación: “Al principio era un caballo de Troya para acceder al archivo, pero se volvió un afecto muy grande de mi parte. Criar la planta era acompañar un proceso de vida, no solo de muerte o de revisitar fatalidades”.

De hecho, el gesto de sembrar y ver crecer la flor cose toda la película. “En muchos proyectos de memoria histórica hay un muro, una desesperanza. Para mí criar la planta era sostener otra narrativa, la de la vida y la resiliencia”.

“Me dieron una beca para investigar allí y después entré en un programa de artistas en la universidad. Todo ese proceso mezclaba mi vida y la película. Si no hubiese estado allí, no habría llegado al yrupẽ y a la película de Guillermo Zúñiga. Fue gracias a una amiga de mi pareja, chaqueña, que me dijo que había visto esas flores en un archivo de noticiarios del norte argentino. Eso lo cambió todo”.

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