VALÈNCIA. Adaptar a Rafael Chirbes es una cuestión de superar vértigos. El propio autor lo sentía con cada palabra que escribía y depuraba, en un proceso que, en muchas ocasiones, le llevaba hasta el tormento. En la novela de La buena letra, incluso, quitó, una década después de su publicacion, el capítulo final. Uno en el que el tiempo hacía justicia. Él mismo justificaba la supresión: “Si cuando escribí La buen letra no acababa de sentirme cómodo con esa idea de justicia del tiempo (…), hoy diez años más tarde, me parece una filosofía inaceptable, por engañosa. (…) No es misión del tiempo corregir injusticias, sino más bien hacerlas más profundas”, se puede leer en todas las ediciones posteriores a 2002.
El productor valenciano Fernando Bovaira asumió el vértigo de adaptar Crematorio para la televisión en 2011. “En la promoción, Rafael se implicó en alguna ocasión y planteamos la idea de adaptar La buena letra. Era algo que tenía en la cabeza. Pero falleció y fue un mazazo. No volví a pensar en la adaptación hasta que vi Viaje al cuarto de una madre y vi a una directora con una visión y una sensibilidad que podría llevar la novela al cine”, cuenta en conversación con este diario.
Esa directora es Celia Rico Clavellino, la otra parte de la ecuación. Una de las piezas clave en la generación de cineastas que está renovando el cine español desde una mirada íntima y lúcida. En Viaje al cuarto de una madre (2018) y Los pequeños amores (2024), las relaciones se desarrollan desde el silencio y desde el gesto. Casi todo se puede contar a través de lo que no se dice. Un superpoder.
En La buena letra, que llegará a los cines el próximo 30 de abril y ayer se preestrenó en los Cines Lys de València, hace de esa contención la verdadera adaptación al cine de las palabras de Chirbes. La rabia del monólogo, que está desatada en el libro cuando Ana le cuenta a su hijo las miserias de su familia tras la Guerra Civil, es en realidad la consecuencia del silencio en los momentos que retrata Rico Clavellino. La rabia se contiene porque el cine se cuenta en un plano diferente al de la literatura.
“Ese presente, digamos, rabioso, lo que provoca en ella es silencio y dolor. Pero creo que la rabia es algo que no atraviesas hasta que realmente entiendes lo que te ha pasado. Por eso me parecía más interesante instalarme en la herida de la tristeza, del dolor vinculado al silencio, y contarlo desde ahí. La rabia, quizás, es algo que aparece después, cuando alguien sale de ver la película y, dependiendo de su historia vital o familiar, puede hacerla suya. A mí me interesaba más la idea de cómo el silencio también habla, aunque parezca que no dice nada”, desgrana la directora.
Re-centrar los sentimientos a través de los cuáles se mueven los personajes de Chirbes es una cuestión de vértigo. La película, ya finalizada, le da la razón a la directora. En vez de llenar de la rabia evidente como signo de aquel tiempo, Celia Rico llena de silencio y gestos la historia para que sea el público quien riegue y haga brotar la semilla de esos sentimientos desde los que hablaba el escritor de Tavernes.

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La directora también limita la historia en el tiempo y en el espacio. Por una parte, habla únicamente de los meses posteriores a la vuelta de Antonio de la cárcel, de cómo se va a vivir con Tomás y con Ana, de cómo no se acaba de adaptar al destino marcado para los derrotados, de cómo aparece Isabel, la nueva pareja de Antonio, que aspira a no tener que servir nunca más, sino ser servida; de cómo, con la guerra acabada, los perdedores se pueden resignar o renunciar a sus principios para aspirar a algo más allá que sobrevivir.
“La historia que se cuenta está muy circunscrita al ámbito familiar, pero claro, en una familia hay personas que se enfrentan a dilemas morales: uno tiene que decidir si quiere ser consecuente o más bien posibilista. A mí lo que me parece más interesante de estas situaciones es que puedes proyectarte en el bien, pensar que actuarías de una determinada forma, pero en la realidad, quizá estarías más cerca del mal”, resume Bovaira.
Por otra parte, Celia Rico también centra su relato en la casa que comparten (y dejan de compartir) las dos parejas; símbolo de la necesidad, de la falta, del estado continuo de esa precariedad impuesta. El lugar desde el que observa el mundo Ana; un mundo pequeño, pero en el que es la única que puede mirar todo lo que sucede. “Centrarme en la casa me permitía, de alguna manera, generar una serie de figuras espejo, donde cada personaje mira al otro y ve algo que le gustaría tener, pero que no quiere ser, o algo que querría ser y no puede. También hay una idea de coreografía, de baile entre los personajes. Para mí ha sido un paso adelante, porque hasta ahora había hecho películas centradas en relaciones entre dos personajes, y poder abrir eso a cuatro y ver cómo se afectan mutuamente me parecía muy estimulante”, explica la directora.
Pese a ser una familia, pese a ser la historia de dos parejas, tras la Guerra Civil poco se puede contar desde el amor. Chirbes lo explicó con su precisión habitual en la novela: “Aquella lucha desesperada por la supervivencia era la forma de amor que nos habían dejado”. “Yo ya había reflexionado bastante sobre los vínculos familiares en mis películas anteriores, sobre ese amor que protege pero que también pone límites. Porque el amor, dentro de la familia, siempre se mezcla con miedos —el miedo a perder, el miedo a que le pase algo al otro. Es una cuestión compleja, pero también fascinante. Cuando a todo esto se le suma la lucha por la supervivencia, el hambre, la necesidad de decidir a quién se le da el poco alimento que queda, entonces el amor, el miedo, incluso la libertad de poder querer, se enmarañan”, reflexiona Rico pensando en su adaptación.
Un elenco pensado para que la película tenga una vida propia
“Realmente es una película de personajes. Todo pasaba por la emoción, por lo que transmitían a través de sus miradas, de sus cuerpos, de su estar. Por eso queríamos asegurarnos muy bien de que teníamos el elenco que la película necesitaba. Y eso implicaba pensarlo mucho, darle muchas vueltas”, confiesa la directora. Fernando Bovaira destaca que el proceso de casting fue largo y preciso. Cuatro personajes y una casa tenían que resumir la España de los derrotados.
“Loreto Mauleón fue una intuición muy temprana. Cuando aún estábamos trabajando en el tratamiento, ya había algo en ella que me hacía pensar que iba a ser muy bonito, porque sacaría una Ana muy de corazón. Tiene esa mirada compasiva, empática, de cuidar, de ayudar al otro, de escuchar, de ponerse por detrás de los demás. Pero al mismo tiempo, también tiene algo muy cerebral: en su mirada se ve mucha inteligencia. Y eso era fundamental, porque Ana es un personaje que se calla muchas cosas, pero que en realidad lo ve todo, lo sabe todo, y se lo guarda. Era importante que eso se notara, que estuviera presente, para que cuando finalmente dice lo que piensa, se perciba todo ese trabajo interior, esa transición del corazón a la cabeza, esa combinación de inteligencia y bondad”, se extiende la realizadora.
Y, ciertamente, la película contiene ese viaje, una de las claves para entender porque el libro y la película, siendo diferentes en muchas cosas, cuentan lo mismo.
“Algo parecido buscábamos en todos los personajes. En Enric Auquer, por ejemplo, esa sensibilidad tan especial que tiene, que parece que está con los pies en la tierra pero también un poco en el aire; eso queríamos que tuviera Antonio. Roger Casamajor, en cambio, tiene algo mucho más terrenal, muy humano. Y Ana Rujas posee un aura, un universo propio que me recordaba a esas mujeres del Hollywood de los años 30. Se trataba de encontrar perfiles muy concretos, muy únicos”, sigue Rico.
El vértigo se puede disipar si te alejas del abismo, pero también se puede superar saltando al vacío. La adaptación de La buena letra, con toda la responsabilidad, hace lo segundo. “Inicialmente, claro, estaba todo ese peso de adaptar una figura tan querida, con una obra que es brillante. Pero yo necesitaba atravesar eso, apropiarme del material para sentirme cómoda. También, en cierto modo, quitarme esa responsabilidad de encima y permitirme traicionar la fidelidad literal a la novela para ser fiel de otra manera: al espíritu de lo que fue para mí la lectura”, relata la directora.
Y concluye: “Quería restituir lo que sentí al leerla, porque me dejó muy tocada; entonces entendí por qué Fernando Bovaira había pensado en mí para dirigir la película. Porque, aunque la obra de Chirbes se inscribe dentro de lo que sería la historia con mayúsculas de nuestro país, está construida desde un lugar con muchas capas. Y había una de esas capas que a mí me apelaba mucho, que tiene que ver con la condición humana, con los gestos y los detalles”.