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Crítica de cine

'Eddington': una sátira que fascina o genera rechazo, agota y cansa

VALÈNCIA. Ari Aster es uno de esos directores que amas u odias. Es algo que ocurre con compañeros coetáneos como Yorgos Lanthimos, a los que les gusta practicar una parcela del ‘cine de la crueldad’. 

Ambos son cínicos, un pelín sádicos, están encantados de haberse conocido, pero, lo cierto es que también tienen grandes ideas, sobre todo a nivel visual. 

Ari Aster se dio a conocer con una película que ya es un clásico del cine de terror contemporáneo, Hereditary. Sin embargo, con su siguiente película, Midsommar, comenzaría a crear ciertas discrepancias y a generar filias y fobias, algo que se manifestaría de manera más rotunda en Beau tiene miedo, hasta la fecha, su película más radical. 

Con esa historia tiene mucho en común Eddington, aunque aquella fuera una especie de Odisea (pasada por el filtro de Kafka) y, en este caso, los personajes no salgan de las cuatro calles de un pueblo. Pero lo cierto es que dentro de ambas se encuentra la semilla del desconcierto en tiempos de crisis. La primera a nivel interno y psicológico, la segunda como manifestación específica de la locura que ha alcanzado el mundo en los últimos años. 

Eddington es un pequeño pueblo de Nuevo México y nos situamos en 2020, durante la pandemia de Covid. Allí encontraremos a dos hombres que se encuentran enfrentados, el sheriff Joe Cross (Joaquin Phoenix) y el alcalde Ted Garcia (Pedro Pascal). Su enemistad procede del pasado, cuando Ted fue novio de la actual mujer de Joe, Louise (Emma Stone). 

Dentro de ese clima de extrañeza se unirá toda una serie de personajes variopintos, mendigos, líderes de sectas, jóvenes desnortados, nativos americanos y terroristas antifascistas. Una mezcolanza que, para qué nos vamos a engañar, satura un poco. 

La película, que dura dos horas y media se empeña en incluir demasiadas cosas, como si pretendiera ser un compendio de todos los males que asolan nuestro siglo: las teorías ‘conspiranoicas’, el auge de la ultraderecha, el fanatismo ideológico, el negacionismo, los movimientos activistas feministas, antirracistas, lo ‘woke’, así como la cultura de la cancelación. 

Ari Aster no deja, en ese sentido, nada por tocar. Y eso es un problema, porque, en realidad, la película parece, en todo momento, ser más inteligente que lo que realmente es al trenzar todos esos hilos y configurar una narración que también contiene una mezcolanza de géneros que nos llevan del wéstern al thriller, pasando por la comedia negra o el terror psicológico. 

¿Ambiciosa? Mucho, pero tan arrolladora como difícil de digerir. Digamos que genera cansancio, agota. 

Es una película, de nuevo, que puede fascinarte o puede generar rechazo por constituir una sátira demasiado pretenciosa aunque tenga un gran mérito: que no le asuste desagradar, apostar por los personajes menos interesantes del mundo y hablar de todas las podredumbres morales que crecen como musgo a nuestro alrededor. 

 

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