VALÈNCIA. Hace unos días el corazón me dio un pequeño vuelco, como a cualquier cinéfilo de València, al enterarme a través de un artículo publicado en Valenciaplaza, que los antiguos, y abandonados a su suerte, cines ABC Martí se iban a convertir en viviendas. Aquel lugar que un día albergó salas, butacas, pantallas de cine, risas y llantos, en breve serán los futuros hogares de personas. Aquel edificio lleno de carteles de conciertos o fiestas de cervezas, y donde todavía asoman unas taquillas, cual túnel del tiempo, fue el refugio de cinéfilos, curiosos, soñadores, críticos de cine y el espacio perfecto para un festival de cine que alcanzó su cénit allí.
Antes de que desaparezca por completo, sepultando tras de sí una época dorada de las salas de cine en València, quedo con cuatro amigos vinculados al mundo de la gran pantalla para hablar de vivencias y de la historia de un cine de barrio transformado en multisala y desde ahora en leyenda. Su historia comenzó en los años 60, tras ser inicialmente un garaje, gracias a los hermanos Martí Díez, con una capacidad de aproximadamente 2000 butacas. Los inicios del cine fueron con una sola sala, algo habitual hasta mediado de los 70. “Con las primeras señales de la necesidad de adaptarse a las exigencias de los nuevos espectadores y la variedad cinematográfica, en 1977 comenzaron a aparecer las multisalas en Valencia”, comenta, Luís Tormo, crítico de la revista de cine Encadenados. “Los ABC Park del empresario Pechuán fue uno de ellos, habilitando 6 salas. Y ese mismo año, el cine Martí se transformó en “los Martí” con cuatro salas (y así permanecerían hasta principios de los años 90, cuando se ampliarían a 8 salas precisamente cuando fueron adquiridos por Pechuán)”.

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- Foto: PEDRO PABLO NÚÑEZ SABÍN
De una forma u otra los Martí han sido parte de nuestra vida cinéfila, ya sea porque fuimos a sus salas, a las Mostras que allí se celebraron o porque durante años vimos aquel luminoso con el nombre, apagado y roto, que iba perdiendo letras junto al cine abandonado. “Los cines Martí los recuerdo con cariño, pero no eran mis cines de cabecera, por cuestión geográfica, porque vivía más cerca de otros cines”, rememora Pau Gómez, periodista especializado en cine. “Y porque mi cine favorito estaba en la misma calle, que era el Tyris. También me flipaba mucho el Serrano. Iba al Martí, sí, creo que vi Náufrago… recuerdo perfectamente la disposición del cine, como era por dentro, cierro los ojos y lo tengo ahí”. Gómez recuerda con especial emoción uno de esos momentos, que solo pueden suceder, o en su mayoría de veces, en un festival de cine. “Mi recuerdo más vivo de los Martí es en una Mostra, yo llevaba poco tiempo trabajando en la radio y esa Mostra proyectó ese año Isi/Disi. No recuerdo si era la primera o la segunda, y una de mis primeras entrevistas prime, (sonríe al recordarlo) La primera en la que me sentí importante como periodista, fue con ellos dos (Santiago Segura y Florentino Fernández) allí en los Martí”
Yo también recuerdo alguna Mostra, alguna película suelta, alguna charla, esa escalera, ese aspecto de cine de otro tiempo pero señorial. Mientras hago el presente artículo está sucediendo Cinemajove, le pido unos días antes del inicio del festival a su director que me cuente qué recuerdos le trae los Martí. “Recuerdo tardes en la Mostra, sesiones maratonianas y en los descansos en ese bulevard, en esa parte central en la avenida del Reino de Valencia, para comer algún bocadillo. Iba con mi amigo, Joan, un amigo de la infancia”, apunta Carlos Madrid. Ir al cine siempre fue un ritual, y más si es un festival, quien haya asistido lo sabe. “Estaba muy bien el ritual de ir al festival porque veíamos algunas películas juntos y por separado y nos íbamos recomendando unas y otras. Él veía ciclos muy excéntricos. Recuerdo un ciclo de fantasmas chinos, porque era un festival de cine meditarráneo, pero en muchas ocasiones tenía cosas que no eran (ríe) en absoluto mediterráneo. Y recuerdo ver un ciclo, tampoco mediterráneo, sobre Fassbinder y ver la película Lili Marleen allí. Era un ritual agradable, era ver una vez al año muchas películas”
Sonrió al pensar las vueltas que da la vida, que aquel chaval que veía cine y merendaba un bocadillo, ahora dirige un festival. Otra persona a la que pillo muy atareada, siempre entre los cines Lys y la Filmoteca, es Edu Llorente, crítico de cine en la 8 Mediterráneo que además fue gerente de los Martí, ¿quién mejor que él para hablarme de la parte más íntima de los cines? “Yo entro a trabajar en la cadena ABC directamente en febrero del año 2000 por un método tradicional: que fue echar un currículum, me llamaron a hacer la entrevista, luego me enteré a los años que quien me hizo la entrevista era el dueño de los cines. Se ve que le debí de gustar, y me fichó para un contrato de 19 horas, que era para trabajar viernes, sábados y domingos directamente en el ABC Martí”, recuerda.

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- Foto: PEDRO PABLO NÚÑEZ SABÍN
Me señala algo mágico de aquellas salas, y era el clima que se vivía, ese ambiente que no sabes cómo pero lo convierte todo en cercano, familiar, próximo. Ese lugar al que puedes llamar casa. A mí me pasa con la Filmoteca. “El ambiente en aquella época era una ambiente familiar. El ABC era un cine muy familiar, había gente que llevaba mucho tiempo, que llevaba cinco o seis años más que yo. Los operadores eran gente… Rafael llevaba 40 años de operador. Era un ambiente mucho más familiar, gente muy profesional, porque se trabajaba mucho”, apunta. Las palabras de Llorente suenan lejanas, como si ese tipo de cine ya no existiera, aunque tenemos la suerte de contar en València con varios ejemplos de que el cine sigue siendo muy familiar.
Cuando cerraron las salas el 15 de enero de 2005, el edificio se quedó para recordarnos que el Martí seguía allí, esperando que alguien proyectara alguna película en sus pantallas. Esperando volver emocionar a la gente. Pasear por la acera del Martí, sobre todo en los primeros años de su cierre, era regresar al pasado, esperando, quizás, que un día abrieran. “Para mí los Martí siempre han sido un símbolo de la resistencia del cine tradicional que hemos perdido en València. Era como el caparazón hundido de otro tiempo, porque los otros ya se han convertido en otra cosa y el Martí ahí resistía bastante”, apunta, Gómez.
Su cierre conllevó mucha tristeza, era como si una época se estuviera desmoronando. Salas de cine, videoclubes, la desaparición del VHS… muchos cambios en muy poco tiempo. Carlos Madrid me cuenta cómo fueron sus sensaciones ante ese adiós definitivo, que despojaba a la ciudad de otra sala de cine. “Las sensaciones fueron amargas, no solo cuando lo cerraron, sino cada vez que paso por ahí, se hizo algún tipo de campaña de que queremos que vuelva el cine, campañas simbólicas, tanto en ese cine como en otros que habían cerrado”. El director de Cinemajove es como yo, también ha fantaseado con cómo estará la sala por dentro, como si estuviera detenida en el tiempo, suspendida en aquel lejano 2005. “Me quedo con la sensación de qué hay ahí dentro. Esas salas vacías llenas de polvo que podrían estar dando servicio, evidentemente los empresarios cinematográficos sabrán cuándo les renta tener un cine abierto y cuándo no; pero es verdad que al igual que el cine Aragón me da mucha pena que se sustituya, y también con el Tyris. Son cines que, o bien no tienen uso, o han mutado y ahora son otra cosa. El cine Tyris ahora es un gimnasio con spa. También los Albatros son un gimnasio”, dice.

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- Foto: PEDRO PABLO NÚÑEZ SABÍN
Hubo una iniciativa que llenó la valla metálica que cubre la entrada del cine, y que no deja ver su esplendor, de pegatinas amarillas con el lema: quiero que vuelva el cine aquí. “Recuerdo la iniciativa de las pegatinas, y cuando las veían, yo suelo pasar por ahí bastante, cuando voy a correr, me parecía como Lim go home. Cierta similitud. Era como pensar en una utopía que nos lleva a un mundo mejor, porque hay algo que apreciábamos que se está echando a perder”, comenta, Pau Gómez.
Quizás podía haber reabierto, aunque objetivamente aquello sonaba, como bien apunta Gómez, a utopía. Tras tantos años abandonado, y también vandalizado, el gasto en arreglos, mejoras, contratación de personal y publicidad hubiera sido enorme. De todos modos, tenemos un referente en la ciudad: el regreso de los Cines Aragón transformados en Aragó Cinema, que no terminaron de cuajar. La ilusión estaba ahí, pero no los suficientes espectadores. “Yo cuando volvieron a abrir los Cines Aragón tenía bastante claro que era una cuestión más romántica que otra cosa. No tenía muchas esperanzas y lamentablemente no me equivoqué”, apunta, Pau. Quizás con los ABC Martí hubiera sido diferente, es algo que jamás, y menos ahora, sabremos. “No dispongo de los datos económicos – comenta, Carlos Madrid - para ver si hubiera sido viable, pero creo que algún empresario con alguna mirada cinéfila podría haberlo mirado porque está en pleno centro. Creo que podría dar un servicio que fuera rentable, puesto que no tiene cines demasiado cerca. Podría dar servicio a l´Eixample”
Pau Gómez tiene otra visión sobre si hubiera funcionado un hipotético regreso. “No creo, la gente busca ahora otro formato de cine”, dice. “Desde la pandemia el ritual de ir al cine ha cambiado, la gente cuando va al cine quiere disfrutar de una experiencia que las plataformas y la televisión no le pueden dar. Y creo que los cine Martí por su infraestructura no podían responder a esa cosa. Podrían haber funcionado, la gente hubiera ido las primeras semanas en tromba, pero a la larga no sé si hubiese sido viable, me hubiera encantado, y hubiese sido el primero en hacer cola”, reconoce. Seguramente nos hubiéramos visto en esa cola.

- Eduardo Llorente junto a Alfredo Landa -
Mucha gente tiene presente los Marti porque estuvieron y lo disfrutaron o porque pasan por su fachada a menudo, pero indiscutiblemente el recuerdo más profundo son las ediciones de La Mostra de Cinema del Mediterrani que se celebraron en sus salas. “Los cines Martí –tras su reforma a finales de los años 70 para convertirlo en un multicine de cuatro salas– y la Mostra de Cinema del Mediterrani formaron un binomio durante la primera etapa del festival valenciano”, apunta, Tormo. “La combinación de varias salas (con unas escaleras que daban acceso a un hall espectacular) y la posibilidad de ver un cine distinto, asociado al concepto geográfico del Mediterráneo, hermanó continente y contenido, salas y películas, espacio y creatividad, dejando un recuerdo permanente en los aficionados al cine que por primera vez veían filmes turcos, marroquís, yugoslavos o sirios, además de cinematográficas como la francesa o italiana, entre otras”, señala.
En aquellos años era difícil acceder a cierto tipo de cine, y un festival tiene la obligación de traer películas diferentes, de realidades complicadas de ver, experimentar, arriesgar. “Se pudo ver –en una época donde era muy difícil el acceso a ese tipo de cine más allá de filmotecas y cineclubs– ciclos completos dedicados al Neorrealismo, la Nouvelle Vague, el cine yugoslavo (antes de la guerra de los Balcanes) o la comedia italiana de los 60”, recuerda de cabeza, Tormo. “Ese descubrimiento de un cine (con charlas de especialistas, edición de libros o conciertos de música de cine) es lo que hizo que en la memoria emocional de una generación de cinéfilos la Mostra estuviera imbricada a los Martí”.

- Eduardo Llorente junto a Carlos Pumares -
Desde dentro se vivía la emoción de algo diferente, especial, genuino. No era tan habitual que hubiera presentaciones de películas, coloquios, encuentros de actores y directores en un cine. El festival de la Mostra en aquellos años era un escaparate y una oportunidad única. Edu Llorente tuvo el privilegio de vivirlo desde dentro. Vivir en nuestro pequeño Cannes particular. “Yo viví mi primera Mostra nada más entrar en el año 2000, y viví creo que fueron tres, hubo dos años que se fue a los Lys y volvió”, comenta. “Ahí conocí en el año 2003 a mi gran maestro y referencia, al que siempre quise como un segundo padre, Carlos Pumares. Estuve con Alfredo Landa, que pude hablar con él, que para mí siempre fue una leyenda del cine español. Estuve con Antonio Ozores y su hija Emma. Tengo una foto de David Carradine, que fue muy amable, era un hombre extremadamente serio y callado, pero le pedí una foto y no tuvo inconveniente. También recuerdo a Victoria Vera de participar de jurado junto a Juan Antonio Bardem. Recuerdo estar por las mañanas de acomodador y venir ellos para ver las películas”
Imagínense lo que era aquello: una vez al año tenías la oportunidad de ver un cine diverso, fuera de los canales habituales de distribución (si es que tenían distribución) con personalidades que admiraban del séptimo arte y cerca de casa. En tu propia ciudad. En aquellas ediciones, y seguro que en las actuales también, se forjaron vocaciones y sueños. “Mis recuerdos de los cines Martí están asociados a la Mostra, pues fue durante las primeras ediciones del festival cuando realicé mi primera crítica sobre la sección oficial del festival para la revista Encadenados”, recuerda, Tormo. “En sus salas, siendo un adolescente, pude tener encuentros con nombres míticos como Vittorio Gasman o directores jóvenes como Pedro Almodóvar. Como anécdota recuerdo la presencia de la actriz Lauren Bacall en los Martí con un aurea de estrella del cine dorado de Hollywood, era el año 1996. Y también relacionado con el cine clásico, en los cines Martí vi por primera vez Por quién doblan las campanas (1943), la adaptación de la célebre novela de Hemingway protagonizada por Cary Cooper, y que la censura franquista impidió que se estrenara en nuestro país por ser un filme que apoyaba la causa republicana. Lógicamente, la película no se pudo ver hasta la llegada de la Democracia”.

- Eduardo Llorente posa con David Carradine -
En 2005, como ya hemos mencionado, ABC Martí cerraron, dejando atrás cientos de historias. Todavía guardamos en la retina cómo era la sala, su olor y el tacto de la moqueta; pero sobre todo esa última película que viste allí. La última vez que te enfrentaste a una proyección, a la magia de vivir una historia sin salir de la sala. “Recuerdo haber visto la última película del cine Capitol, del cine Eslava, y yo hay muchas que no he llegado a ver”, dice, Pau. “Yo recuerdo el cine Gran Vía y ver Titanic y Parque Jurásico. Recuerdo el Serrano, que era un cine de culto, con esas butacas comodísimas y “súper antiguas”. Recuerdo el desembarco de Normandía en el cine Serrano, de Salvar al Soldado Ryan, no hacía falta ni 3D, ni Imax, ni 4DX para vivir eso de una manera absolutamente genuina”.
No será lo mismo pasar por Antiguo Reino y no ver aquel leviatán cinematográfico como vestigio de otra época de esplendor en la ciudad. Y en algunos años no se recordará que ahí había un cine, esos lugares que nos hacen conectar con la magia. Se cierra un capítulo más. “Que desaparezca el Martí físicamente, porque espiritualmente ya había desaparecido, es el fin de una época, o más que el fin, la culminación, el último bastión que cae”, sentencia, Pau Gómez.

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- Foto: PEDRO PABLO NÚÑEZ SABÍN