Cine

Radiografía a La Mostra 2025 (Parte 1): Cómo afrontar y representar la realidad

Culturplaza analiza en dos partes la Sección Oficial, película a película

  • 50 Meters
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VALÈNCIA. La Mostra de València encara el final de la primera parte de sus programa de proyecciones. Como siempre, una selección de películas hechas en los países que baña el Mediterráneo abordan los problemas contemporáneos, sirviendo como radiografía del estado actual de la psique individual y las preocupaciones colectivas. La realidad siempre está presente en el cine; a veces desde el puro retrato, y otras desde una fantasía que busca acercarse más a la verdad que la propia realidad. Culturplaza, como es habitual, aborda un repaso a la Sección Oficial película a película y en dos partes.

El documental: ’50 meters’ y ‘Mariscal. La alegría de vivir’

Obviamente, la respuesta más evidente que surge desde el cine para afrontar la realidad es la no ficción. La Mostra de València, desde su resurrección, no solo no ha querido generar una frontera sino que ha buscado explorarla —mucho mejor, que son etiquetas que ya solo tienen sentid para la discriminación positiva, pero no para mucho más.

En la Sección Oficial se encuentra Mariscal. La alegría de vivir como representante valenciana. El documental, de Laura Grande, tiene que ser analizado desde lo que es: una producción dirigida principalmente a un estreno limitado en salas, y su posterior difusión a través de la televisión. Al tener eso en cuenta, se podrá disfrutar más del divertido y riguroso retrato que Mariscal y su ámbito más cercano hacen de él. El documental no pretende proponer una puesta en escena arriesgada en nada, sino divulgar de la mejor manera posible una vida. La fuerza del personaje va a favor.

Por otra parte, 50 meters ya se encuentra en ese frontera entre el documental y la ficción. Yomna Khattab debuta en el cine con una historia, supuestamente, del club de aerobic acuático al que pertenece su padre, con el que tiene una relación distante. La cineasta aprovecha el proceso cinematográfico para acercarse a él y devolverle parte del dispositivo del cine que él también utilizaba grabando vídeos familiares.

Khattab plantea que la película suceda, en gran parte, tomando decisiones sobre su película y desvela sus inseguridades como autora. El dispositivo es interesante y funciona, pero a veces, su aventura cinematográfica le hace sombra a lo que, en principio quiere retratar, que es su padre. El documental es sugerente pero su padre sigue siendo impermeable más allá de su mirada, y apenas le conseguimos conocer. El acercamiento conseguido ha sido a base de entender más que el espectador.

La ficción: ‘A Second Life’ y ‘Broken Vein’

La ficción también puro retrato de la realidad más contemporánea. Y La Mostra de València siempre acaba recogiendo algunas de los conflictos (individuales y colectivos) más actuales de los países de la cuenca mediterránea.

Broken Vein, del director y actor Yannis Economides, es buena prueba de ello. La película aborda el viaje desesperado de Thomas Alexopoulos por poner en orden su desastrosa situación económica, con la que puede perder su casa. Viviendo a todo trapo, el empresario se da de bruces con un prestamista local que le reclama el dinero que le debe. La codicia y el egoísmo de Alexopoulos le llevarán a una espiral de errores que no le permitirán salir de las arenas movedizas en las que se ha metido.

Economides plantea una cadena de situaciones que retratan al personaje, a la vez, como un ser despreciable y que recibe sus consecuencias morales —como una tragedia griega.  La película es puro guion e interpretación actoral, y las dos cosas parecen ser más que solventes, si bien la película no es del todo propositiva y, en ocasiones, podría resultar incluso algo moralista. De fondo, en todo caso, Economides acierta aprovechando el fresco que le permite la trama para exponer algunos de los problemas sociales más candentes de la Grecia actual.

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A Second Life, de Laurent Slama, también aprovecha el elemento del viaje, del camino, para hacer el retrato de una ciudad en un momento muy concreto: París, el día de la Ceremonia de Inauguración de los Juegos Olímpicos de 2024. En una ciudad que ya es de por sí casi inhabitable, Elisabeth es el reflejo de ese límite. Con una discapacidad auditiva con la que los sonidos de la ciudad le generan molestias, y también con pensamientos suicidas, ha de afrontar un día de trabajo abriendo apartamentos turísticos a diferentes clientes. Ahí se encontrará Elijah, una persona mística y despreocupada, que precisamente por no querer acompasarse a la ciudad, acaba siendo un ancla en un día decisivo para Elisabeth.

La película, en realidad, cuenta la historia de un descubrimiento, el que hará la propia Elisabeth a través de Elijah y otras personas; y que tendrá un impacto directo en su salud mental. La película recoge muy claramente también las enfermedades de las capitales europeas (no hay ningún elemento identitario francés, ni apenas ciudadanos locales), y la puesta en escena quiere ser propositiva todo el rato; sin embargo, conforme avanza la película Slama simplifica la trama hasta hacerla algo plano y discursivamente resbaladiza: el descubrimiento de uno mismo a través de otra persona es un proceso íntimo que puede cambiar una vida, pero no explica ni arregla la explotación laboral, la violencia de la política migratoria ni el problema de la vivienda.

La fantasía: ‘Primeira Pessoa do Plural’

Tal vez, la película más impermeable de todo el festival sea la portuguesa Primeira Pessoa do Plural, de Sandro Aguilar, que es un caso paradigmático del cine portugués, orgullosamente minoritario y libre. En este film, una pareja ultima una viaje a una isla tropical y se ha vacunado. A partir de ahí, cada uno (los dos y el hijo) sale de casa con un conflicto concreto que desarrollar.

Aguilar rompe cualquier linealidad posible de las tramas, en la que el elenco se desdobla y cada historia se convierte en un sueño febril de unos personajes que no pueden escapar de su relación con el resto (de ahí posiblemente el títulos). La propuesta del director exige un público que quiera quedarse en el quicio de la película, en la que es imposible entrar del todo, pero sí permite jugar con metáforas y elementos comunes que pueden ser muy sugerentes —las máscaras, los espejos y los reflejos, los timbres y los teléfonos sonando…—, además de todas las referencias que seguro que ahí que es imposible atrapar.

Dependiendo de la predisposición de quien la vea, la película puede ser un juego divertido o una tortura indescifrable. Al menos, Aguilar tiene el atrevimiento de proponerlo.

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