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Radu Jude, el director “sin visión” ni “compromiso” que ve cine en TikTok

  • Radu Jude.
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VALÈNCIA. Aunque a lo largo de la filmografía de Radu Jude hay elementos que parecen formar una especie de marca de la casa: una mirada amplia a la historia de Rumanía, la crítica a la idea de patria, lo absurdo, el viaje… Pero el propio director descarta cualquier evidencia de tener un  mínimo común. 

¿Por qué? Porque, según él mismo, no tiene “una visión” y le cuesta “ser un director comprometido”. Así se definió ayer en un encuentro con la prensa en el festival Cinema Jove, que le ha galardonado con el Premio Lluna de València.

 “No creo en fórmulas normativas. Lo bonito del cine es que todo puede ser distinto”, declaraba en una entrevista con Culturplaza minutos después. Para Jude, cada película es una manera de empezar de nuevo. Le motiva lo inesperado y la “inteligencia creativa” a la que las circunstancias que rodea cada proyecto le expone. 

Puso como ejemplo de ello a Orson Welles, que acumuló en su carrera rodajes y proyectos desastrosos que le acabaron tachando de un director fallido. Nada más lejos de la realidad: “Me parece uno de los mejores directores de todos los tiempos y a lo largo de toda su filmografía, no solo por Ciudadano Kane”, defendía Jude.

La filosofía de no tener visión ni compromiso le permite hacer de su cine un juego, como dejó de manera explícita en Un polvo desafortunado o porno loco, Oso de Oro a la Mejor Película en el Festival de Berlín de 2021. Frente a lo que él entiende como una crisis creativa del cine, en los últimos tiempos fija su atención en TikTok, Instagram, donde reconoce un “cine amateur” del que, aunque se escapa de cualquier ventana comercial, se nutre. “Me gusta TikTok porque es inesperado”, resumía frente al público de Cinema Jove. 

Pero como en su cine, ser lúcido no significa tener opiniones determinantes. Y al supuesto anhelo de libertad al que parecen aspirar todos los artistas, Radu Jude le ve una deje “tóxico” (“sobre todo entre los jóvenes”) porque “la idea de libertad va muy ligada al deseo”. “Un creador puede defender su libertad dentro de los límites que le van marcando. A veces, desde la limitación puedes encontrar algo interesante sobre lo que trabajar”, aconsejaba.

  • Radu Jude, al lado de Carlos Madrid, en su encuentro con público y prensa. -

Desde estos pilares está levantando Radu Jude su próxima película, Drácula, una revisión del mito hecha por primera vez por un director de la misma Transilvania. Sobre ella desveló ayer algunos detalles: se estrenará “en algún momento del otoño” —apuntando así a su plausible estreno en Venecia—, contará una treintena de historias en tres horas, y hará uso de la inteligencia artificial. Una tecnología a la que el director se acercó “con culpa” en un primer momento pero ahora parece resignarse y reducir su resistencia: “Se van a perder trabajos, pero ¿qué vamos a hacer?”.

También responsabiliza de esto a su manera de “rodar con los recursos que sean”. “Para hacer Drácula como nos gustaría, tendríamos que haber esperado un año más para completar la financiación. Yo puedo hacer una película con 10 millones de presupuesto, pero también con uno, o con diez euros. Si tengo pensado filmar en una fecha, lo haré con lo que tenga en ese momento. Por eso hemos tenido que utilizar inteligencia artificial”.

“Cada película plantea unos problemas”

Ya en conversación con Culturplaza, Jude ha vuelto a renunciar a coser su filmografía de cualquier lugar común. Para él, su marca no es el qué, sino el cómo: “No pienso: ‘¿qué puedo hacer ahora para ser más radical o más provocador?’. Solo quiero expresar ciertas ideas en forma cinematográfica, y a veces esa forma tradicional no es suficiente o no encaja con lo que quiero decir”. Su cine, incómodo y expansivo, se mueve entre la sátira, el absurdo, el ensayo y la relectura del archivo, en busca de un lenguaje capaz de abordar cuestiones históricas y políticas desde nuevos ángulos. “Cada película plantea ciertos problemas, y hay que encontrar una forma artística de resolverlos. A veces es imposible, pero siempre hay ese deseo de encontrar cómo”, explicaba.

Sí está muy presente, por la propia naturaleza de sus proyectos, la idea del collage, ya que suele incluir materiales ajenos a su producción, tanto visuales como sonoros. Ejemplo de ello es La nación muerta, un videoensayo en la que cruza una voz en off recitando fragmentos de los diarios del médico judio Emil Dorian y el archivo fotográfico de Costica Axinte para relatar el holocausto rumano.

“En las películas de montaje, casi siempre las ideas surgen en la sala de edición. Hay un concepto previo, pero vago, que se pone a prueba en el montaje. En las ficciones, a veces hay un guion estricto, otras hay improvisación o se cambia algo en la edición, pero mucho menos”, repasaba Jude.

 

“Bucarest es una ciudad traumatizada”

A pesar de que su relevancia en la escena del cine independiente europeo ya es indudable, Jude insiste en filmar siempre desde lo local, sin intención alguna de traducir su cine para un público internacional.

Lo hace, por un lado, revisando continuamente, la historia de Rumanía, desmontando los pilares sobre los que busca sostenerse cualquier orgullo de país.  “Pertenezco a una cultura pequeña, pero a mí me gusta el cine —y en realidad todas las artes— cuando son locales. Me gusta ver una pintura hecha por un artista filipino, o una película hecha en Senegal, o en Japón. No lo veo como un problema. Yo hago películas locales. A veces viajan, a veces tienen cierto reconocimiento. Nunca tanto como una película americana o en lengua española —nadie diría que nunca ha oído hablar de España. A lo mejor es una desventaja, pero es lo que hay”.

Por otro lado, también incluye de manera natural aquello que le preocupa del presente de su país. En sus dos últimas películas estrenadas en España, No esperes demasiado del fin del mundo y Un polvo desafortunado o porno loco, se detienen para observar la ciudad: “Bucarest es una ciudad traumatizada, donde todas las capas de la historia reciente conviven de forma muy visible. Todas las ideologías se expresan en los carteles, en la organización del espacio. Eso hace que sea muy interesante filmarla, quizá más que en algunas ciudades occidentales, donde todo está más regulado”. Y añade: “Bucarest es una ciudad que se muestra a sí misma. Lo que me interesa es ver qué hay detrás de esas imágenes”.

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