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CRÍTICA DE CINE

'Valor sentimental': La (supuesta) mejor película europea del año es un drama tan vacío como prefabricado

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VALÈNCIA. Hablemos de Valor sentimental, la última película de Joachim Trier, director noruego del que nadie sabía mucho nada hasta que su película La peor persona del mundo, se convirtió en un éxito inesperado. 

Aquella película gustó mucho a la Generación Z, a pesar de que tuviera graves problemas en torno al machismo que escondía en su historia. En cualquier caso, Joachim Trier, a diferencia de otros directores nórdicos más explosivos, controvertidos e imaginativos (como Lars Von Trier), carece de talento y, quizás por esa razón disfraza sus películas a través de fórmulas mil veces vistas a las que él intenta dar una pátina de modernidad impostada. 

Si en La peor persona del mundo (que por supuesto, era una mujer) practicó los esquemas de la comedia romántica, ahora en Valor sentimental, adquiere los tintes del drama ‘bergmaniano’. Y aquí no hay lugar a dudas, el director copia descaradamente los arquetipos del cine de Ingmar Bergman para componer una película sobre las relaciones familiares en las que la sombra del célebre autor es demasiado alargada. 

El problema es que no tiene la suficiente chispa ni siquiera para copiar a los grandes maestros. La película comienza bien, con la historia de una casa que encierra un legado familiar maldito, como si ese hogar fuera, de alguna forma, el protagonista. Lo enlaza con la que será la protagonista, Nora (Renate Reinsve), una actriz a punto de salir a escena que sufre un ataque de pánico. 

Se supone que ambas cuestiones deberían articular la narración, pero no es así, porque Trier es mucho más ambicioso y esos elementos terminan siendo una anécdota dentro del magma de ideas que quiere contar. ¿Y qué quiere contar?

Supuestamente, el trauma a través de los vínculos rotos entre un padre ausente (Stellan Skarsgaard, siempre increíble) y sus hijas, Nora y Agnes (excepcional Inga Ibsdotter Lileaas). Mientras que la última ha escapado de la toxicidad de su entorno creando su propia familia, la otra sigue dentro de ese círculo vicioso que se acrecentará cuando sepa que su progenitor quiere hacer una película basada en sus intentos de suicidio.  

Para darle todavía más la vuelta al asunto, ante la negativa de Nora, Gustav, que así se llama el padre, buscará a una actriz norteamericana que de visibilidad a su proyecto. Ahí entrará el personaje de Rachel Kemp (Elle Fanning), a través del que el director intentará hacer su particular versión de Persona con poca fortuna. 

Porque, en realidad, la película termina por no tener foco más allá de ese trauma al que nos referíamos, que no deja de ser algo demasiado anecdótico (en inflado) para constituirse como una base sólida. 

Así, la película no para de dar vueltas sobre sí misma, sin saber realmente dónde quiere ir: que si la casa, que si el padre ausente, que si los problemas psicológicos de Nora y esa pretendida diatriba entre lo que supone el cine autoral en contraposición con el comercial, un aspecto que también se deja caer en la película a través de su estirpe ‘metacinematográfica’ y que pretende ser un reflejo de la propia carrera del cineasta. 

Valor sentimental ganó el Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes y es una de las películas europeas del año. La crítica la ha ensalzado de una manera grandilocuente pero, también hay voces (como esta, la que escribe) que relativizan sus méritos. Porque, en el fondo, es una película pija, ‘autocondescendiente’, prefabricada y bastante más vacía de lo que ella misma se cree. 

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