EL MURO / OPINIÓN

Ciudad de esculturas

La entrega del premio Julio González a la memoria y obra de Andreu Alfaro debería de servir para abrir un debate sobre la necesidad de rediseñar nuestra ciudad con nuevas esculturas públicas. Hay materia y obra suficiente almacenada mientras el solar del IVAM aún espera poder exhibir las propias que conserva el museo

6/11/2016 - 

Esta tierra es cuna de artistas. Es un tópico. Cierto. También es real. Y a diferencia de otros territorios, muchos de ellos/as son universales. Desde hace siglos. En todos los ámbitos, aunque unos en mayor medida. En el terreno de las artes plásticas lo han sido y vienen siendo en todas sus disciplinas. Pero una muy importante es la escultórica, aunque algunos la consideren una disciplina complicada a la que todavía cuesta acercarse. Cuestión de costumbre, nada más. O de sorpresa. Pero una escultura es tacto, además de mirada, imagen, dibujo espacial, contundencia o ritmo. Pero es también presencia y con el tiempo símbolo y referencia.

Esta semana el President Ximo Puig entregaba de forma póstuma el Premio Julio González, que desde hace años concede el IVAM, al escultor Andreu Alfaro. Era un homenaje más que necesario. Alfaro fue y es uno de los referentes de la escultura contemporánea. Su obra está repartida por toda la geografía nacional y en muchos países del mundo. Su trabajo es completo, original y lúcido. Alfaro era un hombre de compromiso. Siempre iba de frente. El IVAM tenía esa deuda aunque nunca le miró de lado. Aún así, le faltaba este reconocimiento. Más aún cuando fue uno de los impulsores y defensores del instituto, un espacio que conserva una parte importante de su obra y editó el catálogo razonado de su obra. Era un artista total.

No niego que hasta ahora el Premio Julio González ha ido a parar a manos de grandes artistas. Admiro personalmente a muchos de ellos -Twonbly, Chillida, Lüpertz, Rausenberg, Soulages, Miquel Navarro, Boltanski, Jasper Johns, Caro o Stella, principalmente, sin negar la capacidad del resto de galardonados- pero ya era momento de que mirara de nuevo a nuestro interior cuando existe materia. O que se fijara en Alfaro. Creo que el miedo o el sectarismo han sido grandes culpables del retraso, como lo fue en el reconocimiento en vida a algunos artistas que nos dejaron antes de ser revisitados, como son los casos de Anzo o Michavila, o lo es la ceguera a continuar recuperando más nombres -Pérez Pont, observa y escucha- aún en la encrucijada pública por actitudes oficiales inexplicables. El tiempo pone a cada uno en su sitio. Me alegra el premio a Andreu Alfaro, aunque mejor que lo hubiera disfrutado en vida.

Aún así, Alfaro está bien representado en esta ciudad. Hay piezas monumentales en la Avenida de Aragón -aquella que fue ultrajada por los manipulados bárbaros ideológicos y que finalmente fue trasladada desde las proximidades de Mestalla a su actual emplazamiento-, la estación del Norte, el Hospital General, el mágico jardín Botánico, la propia Conselleria de Cultura o los Jardines de Viveros, entre otros lugares o poblaciones muy próximas. Es curioso. Son piezas aportadas al paisaje urbano hace muchos años y que forman parte de nuestra realidad visual. Valencia no se ha caracterizado por ser una urbe totalmente abierta a llenar sus calles y paseos con esculturas contemporáneas. Al menos en los últimos tiempos. Preferíamos el mobiliario urbano: quioscos, marquesinas para autobuses, mástiles de banderitas, tablones publicitarios…Negocio puro y duro.

Más allá de la solicitada a Manuel Ramírez y dedicada al jurat Francesc de Vinatea -menudo lío se montó en su momento- que ocupa el lugar reservado durante décadas al dictador visto por José Capuz; las que colocó Nassio en María Cristina o la Avenida Ausias March o Mestalla; la de Miquel Navarro en la ampliación del Paseo de la Alameda o los suigéneris encargos millonarios a Ripollés o Manuel Valdés -en principio la de Ripollés debía estar en San Miguel de los Reyes- entre otras muy justas, apenas queda mayor memoria, salvo esas que poblaron el Jardín del Turia los constructores amigos de sus propios amigos escultores o familiares. ¿Por qué? Seguramente por menosprecio, desconocimiento o desinterés estético. Se intentó un espacio público a los pies del San Pío V. Allí se dejaron caer encargos muy bien pagados, e incluso interesantes, pero sin mayor sentido ni esperanza.

Eso sí, tenemos el mejor campus de esculturas contemporáneas al aire libre que se conoce en España, aunque es desconocido para la inmensa minoría, que diría mi admirado Prats Rivelles. Está en el propio campus de la Universidad Politécnica. Un verdadero lujo. Pero es para disfrute de los universitarios y no para el de los simples ciudadanos de a pie que transitan una ciudad en la que las esculturas de grandísimos artistas, fueran o sean de la ideología que fueran o sean, aún suelen pasar desapercibidas o se desconoce su valor estético y sobre todo autoría.

Hace apenas unos días se volvía a reabrir el debate sobre el solar del IVAM. Iba a estar dedicado a la ampliación del museo. Su uso público aún se encuentra en vías de procedimiento administrativo. La sugerencia significaba dedicar el espacio que costó tanto dolor a muchas familias ya que sus viviendas fueron expropiadas sin complejos ni apenas negociación, a un jardín público de esculturas con los fondos del IVAM. El papeleó administrativo ha vuelto a demorar esa realidad más que necesaria de reivindicar. Aún existen trabas en los procesos expropiatorios. Una sorpresa.

Me pregunto de qué sirvieron los cinco millones de euros que gastamos en el proyecto de ampliación del IVAM, firmado por los arquitectos japoneses Saana, tan premiado internacionalmente y tan bien consentido en todos los sentidos, si después de diez años aún es imposible aprovechar ese pequeño terreno en toda su amplitud y continúa siendo un espacio vallado que el barrio y los ciudadanos merecemos como propio, abierto y representativo.

Más aún, de qué sirve tener los almacenes de nuestros principales museos llenos de esculturas públicas -recuerden la millonada que se gastaron en la colección de Gerardo Rueda-, cuya adquisición está actualmente bajo el prisma y la lupa de la Justicia y sólo iba encaminado a contentar al Clan de Valladolid.

Valencia merece un buen proyecto público de esculturas urbanas. Sin sectarismos. El premio Julio González a Andreu Alfaro debería de servir para una reflexión amplia al respecto. Va siendo hora. Lo merecemos. Ganaríamos todos. Y nuestra ciudad sería aún más atractiva. Piezas y artistas tenemos, Y otras llegarían sin apenas inmutarnos. Sólo hay que proponérselo. Avenidas. jardines, alamedas y otros espacios públicos nos sobran o estamos a tiempo de imaginar. Simplemente se necesita voluntad real. Después de tantas ciudades fantasmas o inútiles una como la nuestra dedicada a la escultura no estaría nada mal.

PD. Por cierto, en las librerías París Valencia venden a precio de saldo lujosos catálogos de arte editados por Bancaixa con la tarjeta de José Luis Olivas incluida y protegida. Piezas de colección para explicar el sinsentido.


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