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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Ciudades libres de cruceros

15/12/2016 - 

La llegada de cruceristas a nuestras ciudades se celebra sin matices. El turismo de cruceros, siendo un fenómeno relativamente nuevo en España, se ha apoderado rápidamente de políticas turísticas y gasto en infraestructuras; con muy pocas voces discordantes.

Las ciudades compiten para atraer cruceristas a golpe de concesiones e inversiones. Con una especie de teatralización berlangiana, a lo bienvenido Mr. Marshall, intentamos generar una oferta al gusto de los cruceristas que pasan por delante de nosotros sin darnos tiempo ni siquiera a saludar. ¿Es verdad que el turismo de cruceros puede mejorar nuestras economías locales? ¿cómo afecta a la ciudad que habitamos?

No pretendo iniciar una cruzada contra los cruceristas individualmente, personas a les debemos dar la bienvenida, pero revisemos los impactos y condiciones que su elección vacacional genera.

Poca voces en España, a excepción de gente como Josep Maria Montaner en Barcelona, se han atrevido a analizar en profundidad el ‘éxito’ del turismo de cruceros, y hasta donde yo sé, nadie se ha pronunciado en Valencia de manera crítica. Me parece oportuno iniciar el debate.

En primer lugar, el nivel de gasto de los cruceristas es mucho más bajo que el del resto de turistas y cuando visitan la ciudad lo hacen como demanda cautiva. Es lógico, el interés de las navieras es maximizar el consumo en el barco y minimizarlo en tierra. Las excursiones, paseos y visitas a comercios están controladas en su mayoría por paquetes cerrados. Las estancias en la ciudad suelen ser muy cortas (de unas cinco horas) y, lo que es peor, un gran porcentaje de cruceristas ¡ni siquiera baja del barco! El impacto económico es pues mucho más moderado del que resultaría de la multiplicación del número de cruceristas por el gasto medio de un turista de nivel alto (como hacen algunos estudios) y el consumo no está distribuido por toda la ciudad sino que está concentrado en las pocas zonas ofertadas.

En segundo lugar, el turismo de cruceros en sus visitas urbanas, al concentrarse durante una franja horaria corta, provoca la congestión de zonas turísticas ya de por si masificadas. Lo que para Valencia está aún lejos de ser un problema, es ya una situación muy grave en Venecia (dónde se han dado las primeras protestas populares contra los cruceros) y Barcelona.

En tercer lugar, las visitas de los cruceristas suponen una experiencia superficial de la ciudad. Los estudios de Econcult demuestran que la satisfacción de los visitantes con Valencia aumenta con las pernoctaciones; a la vez que parece lógico apostar por un tipo de ‘turismo’ más arraigado y menos dualizante (con oferta separada para visitantes y locales). El turismo de cruceros no parece que se vincule demasiado al tejido socioeconómico local. Al fin y al cabo, ¿qué más da parar en Valencia o en Málaga?

En cuarto lugar, y lo que es más grave, los cruceros son un claro caso de dumping social y medioambiental. El dumping social se da cuando una empresa utiliza empleo más barato que el del lugar de producción y/o venta. Hablamos de dumping medioambiental cuando las empresas transfieren los deshechos y la contaminación a países donde la regulación es más favorable.

El régimen laboral de los empleados a bordo de un crucero depende del pabellón (bandera) que enarbolen los buques de la compañía, que como os podéis imaginar no es normalmente de países con regulaciones estrictas, como señala Manuel Estepa Montero de la UCM en el Anuario Jurídico y Económico Escurialense. Más aún,  “también existen compañías empleadoras de trabajadores de cruceros que ejercen como proveedoras de personal a nivel mundial para las grandes compañías de cruceros, ubicadas en países con una legislación mínima; (…) En cuanto a la jornada de trabajo, es necesario trabajar los siete días de la semana entre 70 y 80 horas”. Damià S. Bonmatí, en un artículo para la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia, define a los cruceros como maquilas en alta mar.

En cuanto a los aspectos mediambientales, un gran crucero como el Harmony of the Seas utiliza un combustible diesel que contamina 100 veces más que el diésel normal. Para 9.000 habitantes entre turistas y tripulantes, contamina, según este artículo como 73.000 casas de gran consumo. Tampoco se rige por las regulaciones de protección medioambiental de los países donde hace escala.

Si insistimos en la necesidad de una economía arraigada al territorio, cada euro que invertimos en infraestructura para los cruceros tiene un alto coste de oportunidad y unas grandes externalidades negativas. Los cruceros generan un impacto económico relativamente reducido, congestionan la ciudad, son nocivos para el medio ambiente, compiten con nuestros alojamientos con una regulación laboral abusiva y además, pueden deslocalizarse tan rápido como deseen.

Mientras tanto, la Autoridad Portuaria de Valencia insiste en la necesidad de contruir una nueva terminal en el preciso momento en que parece que el sector ha tocado techo. Cuando, probablemente, lo más sensato sea declarar a Valencia como la primera ciudad libre de cruceros.

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