Una invasión alienígena se cierne sobre València. La guerra de los mundos es una realidad. Eugenio Viñas, nuestro Orson Welles local, está en las ondas radiofónicas y nos aconseja refugiarnos en esa inexpugnable fortaleza que es Nuevo Centro, emblema del progreso ochentero que en sus años mozos fue el tercer centro comercial más grande de Europa y el segundo de España.
8.000 millones de pesetas y 200.000 metros cuadrados a prueba de la amenaza marciana, las tendencias healthy food y el antiimperialismo. Los promotores de la guarida, hombres de ideas claras agrupados en la sociedad anónima PLURFIN, que bajo la presidencia del empresario y artista Juan Lladró crearon “la gran obra valenciana”, un núcleo comercial con 250 tiendas y una treintena de negocios de hostelería siempre preparados para darnos nuestras grasas trans de cada día.
Parafraseando a Welles he de decir, señoras y señores, que esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado culinariamente hablando. Las cuatro grandes cadenas de hamburgueserías, franquicias de panaderías de inspiración cuqui, bares inocuos e inhóspitos -se supone que en uno hacen un bocata de blanc i negre fetén, pero no había claros indicios de ello-, inquietantes kebabs, un restaurante Tex-Mex que despertaría la ira del cártel de Sinaloa, un chino en el que la opinión más veraz y educada dice que las camareras «son un cardo» o cierto establecimiento de cocina italiana que con su pizza de bacalao y salmón ahumados puede hacer creer a los extraterrestres que la raza humana ya está perdida. A invadir, fuera del Sistema Solar.