Poco antes de la diez de la noche, de una noche ventosa y desapacible coronada por una luna que parece un caramelo, los hermanos del Cristo de los Afligidos sacan la imagen, una réplica de la titular, a la calle José Benlliure, en el corazón del barrio marinero del Canyamelar, bajo una cartel luminoso con las letras de Ecce Homo. Y hasta allí, poco a poco, bamboleantes, con sus trajes de vestas y sus capirotes amarillos, y con la capa morada de los días de pasión, avanzan en dos filas los cofrades de la hermandad en el acto culminante del Jueves Santo. Doscientas o trescientas personas se arraciman en las dos aceras para presenciar una escena bíblica en la que se echa en falta algo más de entonación. La gente hace fotos y graba vídeos con los móviles, el sino de nuestro tiempo, aunque también pasan vecinos con cajas de pizza y un ‘rider’ busca un hueco por el que colarse con su mochila cúbica.
A Vicente Sobrino, un pilar de la Hermandad del Santísimo Cristo de los Afligidos, le gusta decir que la noche del Jueves al Viernes Santo es, a su manera, como la Madrugá de Sevilla. Igual se ha venido arriba porque el público de València no es el de Sevilla. Aquí la gente acude a la Semana Santa marinera como quien acude a la cabalgata de los Reyes Magos o a la Ofrenda. Los Poblats Marítims son otra cosa. La gente de todas partes de la ciudad se acerca al barrio marinero a ver un rato la procesión, echar unas fotos a los capirotes y marcharse a comerse unas anchoas en Casa Montaña o un chuletón de tomate rosa en la Bodega Anyora.
Doce horas antes, a las diez de la mañana, en la sede de la hermandad, suena sin parar música de órgano grabada para ambientar la contemplación del Ecce Homo y el Cristo de los Afligidos expuestos a la entrada de un edificio típico del Canyamelar. Una de esas casas pintorescas que ha sobrevivido al paso del tiempo. Allí, con su forro polar morado con el escudo de la hermandad y su apellido bordados, Vicente Sobrino hace un repaso de su vida, que, como todas las vidas, viene marcada por el camino por el que nos guían los padres. Su progenitor, otro Vicente Sobrino, fue cofrade en 1930, un año después de la fundación de la Hermandad del Santísimo Cristo de los Afligidos. “Pero en aquella época mandaron las circunstancias porque ese mismo año, antes de la Semana Santa, murió un hermano suyo y en aquella época los duelos eran de dos o tres años, dos o tres años en los que no pudo salir. Luego vino la República y se prohibieron las procesiones. Después, la Guerra Civil…”.
Esta hermandad nació en 1929. Cuatro décadas atrás, en 1885, los feligreses, tristes y asustados por una epidemia de cólera que estaba causando estragos en la ciudad, decidieron sacar el Cristo de los Afligidos de la iglesia del Rosario, en el Canyamelar. Lo pasearon un lunes y cuando se formó la hermandad, recordando aquel día, se decidió que el primer paso y la primera salida de la hermandad fuera un Lunes Santo.
Sus padres vivían en la calle de la Reina, en el Canyamelar, una zona muy castigada por los bombardeos durante la guerra. Por eso decidieron coger lo imprescindible y salir corriendo hacia Benimamet. El día que regresaron, comprobaron que habían saqueado su hogar. Habían arrasado con todo y no había ni rastro del traje de vestas que su padre nunca llegó a estrenar. “Y ya no pudo salir. Cuando yo era un niño, les insistía mucho a mis padres de que quería salir en las procesiones, pero mi padre me explicó que a él le gustaría que saliera en la hermandad a la que él perteneció y en la que nunca pudo salir en procesión. Yo empecé a salir en 1963, hace ya sesenta años”.
Vicente mamó el ambiente de la Semana Santa desde niño. No tardó en descubrir la pasión que se vivía esos días en los tres barrios: el Grau, el Canyamelar y el Cabanyal. Y, del mismo modo que él tiró hacia esta celebración religiosa, su única hermana se decantó por las Fallas. Su padre trabajaba como administrativo en una empresa de construcción. En casa de los Sobrino siempre había una radio encendida y cada día entraban varios periódicos. Esa afición por la información caló en su hijo, que estudió en una escuela de periodismo de la iglesia, la única opción que había entonces, en los años 60 y 70, en València. “Pero al mismo tiempo, por tener algo seguro, hice oposiciones al Estado. He sido funcionario de carrera de la administración central, aunque luego pasé a la autonómica. Ejerzo el periodismo desde el año 1976”.
Este joven periodista de 25 años decidió marcharse a Santa Cruz de Tenerife porque siempre le habían atraído, desde niño, las Islas Canarias. Vicente pidió el traslado a esta ciudad e, inmediatamente, se puso a trabajar en el diario vespertino ‘La Tarde’. También empezó a colaborar con el periódico ‘El Día’ e hizo un programa taurino en Radio Juventud de Canarias.
Su padre siempre le había llevado a la plaza y ahí, viendo a los grandes toreros de la época, se aficionó. Poco a poco se fue haciendo un nombre y, en 2002, Joaquín Vidal, para muchos el mejor cronista taurino que ha habido, le recomendó para escribir sobre las corridas que se celebraban en la Comunitat Valenciana para el diario ‘El País’. “Mi padre era aficionado y yo he leído mucho de toros. La salida más directa que tenía en el periodismo era aprovechar mis conocimientos sobre el mundo del toro, aunque he hecho de todo. Como en ‘La Hoja del Lunes’, donde escribía de cualquier cosa menos de toros. En ‘Diario 16’, cuando se creó la delegación de València, empecé haciendo toros pero luego me hice cargo, en la última época, de la sección de Deportes”.
Pero eso fue a su regreso de Tenerife, donde pasó cinco años, de 1976 hasta 1980, trabajando para varios medios y empleado en la Delegación del Ministerio de Educación y Ciencia, donde formaron un equipo de fútbol con el que se recorrieron todas las islas. Vicente Sobrino interrumpió esos años su actividad como cofrade. Antes había estado en la hermandad desde 1963 hasta 1975. Después desapareció unos años, los que pasó en Canarias y los siguientes, cuando nacieron sus dos hijos, Lucía y Vicente, poco después de regresar a València. Ellos dos y su nieta, Claudia, son los que salen ahora en las procesiones. Las mujeres se incorporaron en 1983. Antes tenían prohibido salir en las procesiones, solo como ‘actrices’ que interpretaban personajes bíblicos. Un cambio que, según el cofrade, fue determinante para impulsar la Semana Santa Marinera.
Su mujer, Carmen, también fue cofrade un tiempo, pero se cansó y ahora prefiere quedarse en casa ayudando a vestirse a las chicas y cocinando los platos típicos del Marítimo en estos días: titaina, habas, ‘mandonguilles’ de bacalao, torrijas… Todos veneran al Cristo de los Afligidos. “Yo no soy nada beato. Soy mejor cristiano que católico. Pero sí hay una devoción por el Cristo y una tradición familiar”, explica.
La imagen, como tantas otras, desapareció durante la Guerra Civil, aunque nadie la vio arder y eso alimentó la leyenda de que permanece emparedada en una casa del barrio. Cuando se reorganizó la Semana Santa, allá por el año 43, la hermandad decidió encargarle a Carmelo Vicent Suria una nueva imagen del Cristo, el patrón del Canyamelar, para la parroquia de la Virgen del Rosario. Y en 1964, para evitar que se deteriorara la titular, pidieron al escultor Vicente Martínez Aparicio una réplica, un facsímil, para sacar en todas las procesiones menos en la del Lunes Santo, el día reservado para la imagen principal. Durante toda la semana lucen la capa morada, pero los días de gloria, el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección, sacan la capa blanca que, combinada con la túnica amarilla, les ha valido, al centenar de miembros de la hermandad, el sobrenombre de los ‘huevos fritos’.
Muchas de estas historias las cuenta el veterano periodista de 73 años en el programa ‘Passió a vora mar’ que presenta cada semana en Valencia Capital Radio. Porque Vicente Sobrino no tiene pensado jubilarse y sigue en activo centrado en sus dos grandes pasiones: la Semana Santa Marinera y los toros. Ahora trabaja con las comodidades de nuestro tiempo, pero él vivió la época en la que había que dictar la crónica desde el teléfono de un bar, donde se mezclaba el relato con el grito de un camarero: “¡Una de calamares!”. Al maestro Joaquín Vidal, como rememora Vicente, le gustaba meterse en un garaje que había cerca de las Ventas y, bajo la luz de una modesta bombilla, redactar sus genialidades al acabar el festejo. “Era un escritor extraordinario. Tuve muy buena relación con él, aunque murió a los cuatro o cinco años (en realidad el cronista taurino falleció en abril de 2002, el año que Vicente cuenta que se incorporó a El País). Era un hombre muy socarrón. Tenía una apariencia muy seria pero tenía un gran sentido del humor. Le sacaba punta a todo”.
Ya ha contado que la afición por los toros, como por el periodismo, le vino de pequeño. Y de niño, cuando se sentaba a la mesa en las comidas o las cenas, recuerda también que siempre cogía el cuchillo y el tenedor y se ponía a hacer música, o ruido, según se mire. Siempre le atrajo la batería, pero esta virtud no la cultivó hasta que se hizo mayor. Durante un año y medio tomó clases y luego se lanzó a tocar con varios amigos en un grupo de rock al que llamaron ‘El burro que sopla’, un homenaje al escritor Tomás de Iriarte y su fábula ‘El burro flautista’. La idea fue de su amigo Paco Delgado y juntos, los cinco miembros de la banda, tocan versiones de los Beatles, Bod Dylan, Credence Clearwater Revival… “Nuestra única pretensión es divertirnos. Ensayamos en una sala de música por San Miguel de los Reyes y ya hemos actuado dos veces en la plaza de toros. Y, emulando a los Beatles, hemos actuado también en una azotea de Periodista Azzati. A mí me da mucho respeto actuar”.
La música le gusta y, al final de la entrevista, pone en el móvil la versión roquera que hicieron del Himno Regional. Luego la para, deja de sonreír y vuelve a ponerse serio. Porque Vicente es un hombre adusto, un rasgo que se acentuará por la tarde cuando se ajuste el capirote, sujete el báculo con mano firme y se adentre por el Marítim en la procesión que culminará, bajo la luna llena de todos los Jueves Santos, en el encuentro del Cristo de los Afligidos con la Dolorosa. Entonces no habrá bromas ni rock. Vicente está entre extasiado y feliz en su pequeña ‘madrugá’.