Expresiones, tradiciones y trucos para mimetizarse en un casal y comer y beber “de categoría”.
Este artículo es para ti, persona que te has ennoviado con un fallero o fallera y te toca por primera vez quitarte los prejuicios y aprender a disfrutar de las Fallas desde dentro. También para ti, persona de fuera de València (seguramente Madrid) que has aceptado por fin la invitación de ese amigo que lleva años insistiéndote en que vengas para Fallas. Y en resumen, para cualquier persona que se haya dejado liar por el comboi que promete esta fiesta. Chavales, no sabéis dónde os habéis metido, como diría la mítica Dakota: de la cárcel se sale, de una falla no.
Te levantas, eliges entre todo el merchandising fallero que tengas a tu disposición: blusón, parka, polar… y te bajas a la falla bien pronto. Aclaro que esto pasa el primer día, el segundo quizás empieces a levantarte un poco más tarde y así sucesivamente. Pero al tema, te bajas de buena mañana y allí en el casal te espera ya de primeras una xocolatà: chocolate a la taza, acompañado de churros, porras o buñuelos. Y así el día se afronta de otra manera. Entonces empezarán a suceder cosas en la falla: despertà, pasacalles, campeonatos… Tú solo tienes que pasar desapercibido y cuando te pregunten “ieee, com vas?” decir “de categoría!”
Llega la hora del almuerzo que es, sin duda, todo un ritual en el mundo fallero. El aforo se va llenando, y es que una xocolatà te la puedes perder, pero un esmorzaret ni en broma. Siempre me ha hecho gracia el diminutivo “esmorzaret”, cuando la realidad es que te vas a meter una barra de cuarto con longanizas y panceta entre pecho y espalda. Y de postre, por supuesto, un cremaet: café corto, ron (o brandy) quemado con dos granos de café, canela, azúcar y un trocito de piel de limón, el clímax por excelencia del almuerzo.
A partir de aquí empieza a estar bien visto beber alcohol. Si bien es cierto que calzarte un cubata a las diez y media de la mañana puede ser mal visto por algunos, los falleros somos gente de recursos y podemos ofrecerte cosas mejores. Tenemos el producto estrella: la cassalleta: licor de anís en vaso de chupito y servido muy muy frío. Para quienes prefieren empezar el día más suave tenemos mistela: un licor de uva de estos mentirosos, de los que piensas que te estás tomando un zumito y cuando te das cuenta llevas “una bona castanya.” Y por si fuera poco, tenemos el barrejat, que no es ni más ni menos que la mezcla de cassalla y mistela. Debes saber que esta combinación no es ni mucho menos apta para todos los estómagos, de hecho, si te pillan tomándote uno de estos es más que probable que se acerque alguien a decirte “ieee valent!”
Lo bueno del barrejat es que dicen que da hambre, así que nos sirve para empalmar ya con la picaeta y de ahí, con la hora de la comida. ¿Qué te voy a decir? Hay un 99% de probabilidades de que toque paella. No es el mejor momento para comerte una buena paella valenciana, teniendo en cuenta que seguramente esté hecha en una paella (recipiente) con el diámetro de una plaza de toros de la que saldrán decenas de raciones. Pero todas las fallas tienen una maestra o maestro paellero acostumbrado a multiplicar raciones como si nada, así que seguro que está en su justa medida de sabor, consistencia y con un poco de suerte pillas hasta un poco de socarrat: esa capita de arroz más tostado que se queda pegada a la paella y por la que he llegado a ver peleas físicas. Si vas a pasar más de un día en un casal, quizás tengas suerte y pruebes otros platos made in terreta como el all i pebre (guiso de patatas y anguilas) o arròs en fessols i naps (arroz caldoso con legumbres, verduras y carne) Si quieres mimetizarte del todo con los falleros, después de la primera cucharada exclama eso de “xe que bó”. Después de uno de estos platazos de nuestra gastronomía sentirás que el estómago dice basta, pero también tenemos una solución, el digestiu: Un buen copazo, normalmente de ginebra con tónica, que te enchufas entre las 3 y las 4 de la tarde con la autoconvicción de que lo haces porque ayuda a hacer la digestión y no porque te mole más beber que a Melendi.
Por la tarde la cosa suele decaer, vienes de una mañana fuertecita y hay que descansar para lo que se nos viene. Los casales solían quedar desiertos o incluso cerrar durante estas horas, como mucho podías encontrar alguno donde estuvieran haciendo actividades lúdicas para los niños acompañadas por supuesto de una xocolatà. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se ha ido poniendo de moda el tardeo, por lo que estas Fallas, entre las cinco y las ocho de la tarde será esa franja horaria extraña que dividirán a las personas entre las que están echando la siesta y las que se están prendiendo fuego.
Llega la noche y el tema de las cenas es infinito. Si te das una vuelta por València puedes ver que cada falla va a su bola, unas estarán haciendo paellas (sí, por la noche, así somos), otras torrà, cenas de gala o temáticas… y si no, tenemos el clásico entre los clásicos, la cena de sobaquillo, donde básicamente cada uno se baja su bocata bajo del brazo, de ahí el nombre.
De lo que pasa después de cenar no vamos a hablar demasiado porque puede resumirse en: cubatas y chupitos. Al loro con los chupitos, que los carga el diablo. Pero no pasa nada, porque todavía nos queda el resopón, y es que desde aquí gracias a esas churrerías con horario prácticamente non-stop que nos salvan las madrugadas falleras.
Y bueno, a dormir ya ¿no? Eso sí, con alarma para llegar al esmorzaret. Así son las fallas desde dentro de un casal, un no parar al que todavía hay que añadirle hacerse los moños, ponerse el traje regional (precioso a la par que incómodo) los pateos que suponen los actos como la ofrenda o las recogidas de premios… Por eso hay algo en lo que todos los falleros estamos de acuerdo: si la semana fallera durase un día más, nos morimos. ¿Pero qué te voy a decir? No cambiamos las Fallas por nada y tú, cuando las vivas desde dentro, tampoco.