Si la posición competitiva de la Comunidad Valenciana es mediocre, cabe preguntarse cómo sería si una empresa como Ford decidiera cambiar de emplazamiento
La publicación del Índice de Competitividad de las regiones de la Unión Europea 2016 ha recibido escasa atención en la Comunidad Valenciana. Quizá porque este esfuerzo, el más homogéneo de comparación de la posición de sus diferentes áreas geográficas de carácter regional (NUTS), muestra que su economía ocupa una mediocre posición. Y ésta no es tierra en la que agrade afrontar malas noticias cuando son resultado de las propias carencias. Más bien gusta acudir, como el sabio del poema de Calderón de la Barca, al recurso de constatar que otras están todavía peor. En este caso las del Este del continente (Bulgaria, Rumanía o Grecia). Ahí están para demostrarlo, entre otros muchos ejemplos, el pareado de Roca de Togores: 'Sepades, señor Bretón, que de Poniente a Levante, es sin disputa Alicante la millor terra del món'; o el insuperable: "Burriana, París y Londres".
Como es obvio, desde la perspectiva de la competitividad ello no arregla nada ni, menos todavía, contribuye a un diagnóstico adecuado de las causas por las cuales nuestra habilidad para “ofrecer un entorno atractivo y sostenible para empresas y residentes” es tan modesta. En esta comparación espacial de parámetros sobre la potencialidad de los territorios y sus habitantes para desarrollarse, la posición valenciana solo destaca en el apartado de la salud. No es poco y quizá de ello deriva la proclividad a la autosatisfacción. Porque entre las 263 áreas regionales de la UE, la Comunidad Valenciana ocupa en ese terreno un envidiable vigesimotercer lugar entre todas ellas.
Pero fuera de este parámetro, las variables que configuran el Índice, ofrecen pocos motivos para el optimismo. Al margen de poner de relieve que en infraestructuras se está muy lejos de la mala situación que algunos pretenden, el Cuadro incluido muestra que en los tres ámbitos en que se agrupan, la posición valenciana es mediocre. Si se centra la atención en el lugar ordinal ocupado, o se distribuyen las regiones por quintas partes –quintiles-, las debilidades de la economía valenciana se hacen evidentes. Su posición en Competitividad Básica es en el tercer quintil (156 de entre las 263), y en el cuarto tanto en Eficiencia como en Innovación (posición 205 y 175 sobre 263 respectivamente).
Si se parte de la UE previa a la ampliación de 2015, que incorporó a los países del Este, en donde, como muestra el mapa, se acumulan las áreas más pobres y más atrasadas del continente, la situación es todavía mucho más comprometida. Con un resultado, además, lastrado por la mala puntuación en la situación del mercado de trabajo, la sofisticación empresarial y la innovación. No cabe engañarse, por tanto. En eficiencia e innovación la calificación es suspenso, y en algunos de sus apartados suspenso muy bajo.
No es lo único a subrayar. No es menos preocupante que la posición se haya deteriorado desde 2010, cuando se elaboró la primera edición del indicador. Ese empeoramiento no en modo alguno un resultado generalizada entre las áreas consideradas. Lo cual viene a confirmar que la Comunidad Valenciana está a punto de lograr el discutible mérito de completar una década perdida en el intento de encontrar un nicho propio dentro de la economía global. Desde que la crisis de 2007 dejara al descubierto las innumerables debilidades de la estructura productiva, los avances han sido tan insuficientes que pueden considerarse. nulos.
Un interrogante a plantear a partir de estos resultados tan mediocres es cuál sería la posición de la economía valenciana si la planta de Ford en Almussafes no existiera. Sorprendentemente no existe ningún estudio que haya analizado con rigor su contribución al PIB regional. Quizá porque sus fortalezas, como las de su parque de proveedores, van a acompañadas de contrapartidas menos positivas en la forma del elevado valor añadido extranjero incorporado a los vehículos. O quizá sea por cuanto su positiva aportación se considera incontrovertible. En cualquier caso, esta laguna no puede ocultar dos hechos indiscutibles.
¿Cuál sería la posición competitiva de la economía valenciana sin Ford?
En primer lugar, que la planta de la empresa estadounidense radicada en la Comunidad Valenciana está a la vanguardia de la competitividad dentro de un sector dominado por una elevada productividad resultado de su sofisticada automatización de la producción. Y en segundo que Ford es, probablemente, el mejor y más contundente ejemplo en el territorio valenciano, de integración de una empresa dentro de las cadenas de valor globales (CVG) hoy dominantes en el comercio mundial.
Estas cadenas son el resultado de la fragmentación de la producción de un bien (o servicio) mediante la participación de firmas radicadas en países diferentes, cada una de ellas especializada en un eslabón del proceso. Son un rasgo consolidado con el avance de la globalización fundamental para tener futuro dentro de la economía global. Algunas empresas españolas, también valencianas, participan en ellas. Pero según todos los indicios de manera limitada y claramente insuficiente.
La duda es, como se ha indicado, cuál sería la posición de la economía valenciana si se realizara el ejercicio contrafactual de eliminar de ella la planta de Ford, integrada dentro de un sector de elevada productividad que viene aportando, por ejemplo, en torno a uno de cada cinco euros exportados. Y el temor es que, en tal caso, sus puntuaciones y su posición descenderían de manera destacada.
A partir de lo cual, y sin negar la existencia de empresas muy competitivas, no es arriesgado defender que Ford, con algunos ejemplos más entre los que sobresale el cluster cerámico, constituye una anomalía dentro de un panorama preocupante. Frente al cual, a qué seguir ocultándolo, la Conselleria de Economía sostenible, sectores productivos, comercio y trabajo con su conseller Rafael Climent a la cabeza, viene mostrando una parsimonia, por la lentitud en el modo de obrar, exasperante.