VALENCIA. En las Navidades hay tiempo para todo, así que no hagan como que van muy estresados de un lado para otro. Hay, incluso, momentos hasta para aburrirse: la sensación de déjà vu navideña que va tomando cuerpo en nuestras vidas. Y si hay niños a nuestro alrededor, hay que mantenerlos ocupados: a ver, un día al circo, otro a patinar, el tercero al cine…y bueno, ¿y si el cuarto programamos un apasionante y divertido paseo cultural?. No se asusten que no los vamos a encerrar cuatro horas en el San Pío V estudiando la pintura de Jerónimo Jacinto de Espinosa y el siglo XVII valenciano. Anda, gorros y bufandas y vamos a currárnoslo un poco, recorriendo a pie, o en bicicleta, parte de la ciudad.
Estamos en el corazón de lo que llaman con cursilería grandilocuente la “milla de oro” (un poco venida a menos). Ahí visitaremos el primero de los dos belenes del recorrido y que se instala todos los años en el Palacio Marqués de Dos Aguas [en su interior se encuentra el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí]. Se trata de un espectacular belén de manufactura Napolitana del siglo XVIII, y que, como corresponde a un marqués que lo compró en uno de sus viajes al sur de Italia (bueno, esto es parte de la historia que hay que contar aunque no sea cierta), es el más lujoso y con las figuras de mayor tamaño de los que se exponen (excepción hecha del que instala el ayuntamiento en la plaza de la Reina).
Aprovecharemos la visita al palacio para admirar las dos carrozas que existen en los bajos del edificio. No me deja de impresionar cada vez que el tamaño y el lujo de la gran carroza de las ninfas que en 1753 realizaron tanto Hipólito Rovira como Ignacio Vergara, y que, cuando se sacaba por la ciudad debía ser un espectáculo teatral impresionante. Si subimos al piso principal del palacio seguro que sus hijos/sobrinos/nietos se quedan embobados con la sala roja (aquí hay que mencionar que en él el marqués celebraba los bailes, como el de cenicienta) la sala oriental y muy especialmente con la sala de la porcelana y sus espectaculares y un tanto estrambóticos muebles. Sí, estrambóticos porque todos los muebles, incluso los sillones, fueron realizados, en el siglo XIX, por la manufactura de Dresde completamente en porcelana. Caprichos de antaño. Eso sí, que su hijo no intente comprobar la robustez de los mismos sentándose, si no quiere “disfrutar” de las navidades más ruinosas de su vida.
Muy cerca está el conjunto del Patriarca en el que aprovecharemos la visita a la Capilla del Monumento, en la que se exhiben hasta el día 13 de enero los sensacionales tapices flamencos confeccionados en la primera mitad del S XVI y que han sido recientemente restaurados. A los pequeños es obligatorio enseñarles el enorme caimán (sino le preguntarán que hace ahí colgado) que pende de una de las paredes del vestíbulo y, presumir de conocimientos enciclopédicos, contarles esa antigua leyenda que decía que el monstruo vivía a orillas del rio Turia cuando pasaba agua por él y atemorizaba a los habitantes de Valencia que bajaban a bañarse, hasta que fue cazado por un caballero lleno de ingenio que se calzó una armadura repleta de espejos. La fiera al verse reflejado en ella se quedó paralizado del terror, aprovechando el valeroso personaje para asestarle un golpe mortal.
Nos vamos en dirección de la calle Caballeros en el que es visita obligada el Palacio de Malferit, del que hablábamos en el artículo pasado, porque acoge uno de los mejores museos del mundo dedicados a los soldaditos de plomo: el Museu l´Iber. Las recreaciones de los escenarios de las batallas históricas-como la de Almansa, entre muchas otras- es verdaderamente admirable. De paso les diremos que ahí vivían otros condes que eran amigos del marqués y que iban juntos en la carroza que hemos visto antes (hay que poner pasión y fantasía a nuestro recorrido cultural).
A tiro de piedra tenemos un segundo belén que se ha instalado en la iglesia de San Nicolás, de paso les dicen que alcen sus cabecitas para admirar los fabulosos frescos, que quizás sus hijos todavía no conocen, y que dado su colorido les gustará tanto como a ustedes. Como admiraran también el precioso órgano barroco con los centenares de tubos que emergen de sus entrañas (aquí pueden decir, dado su tamaño, que el organista vive dentro).
No descubro nada si digo que a los niños les encantan los castillos, ¡y aquí tenemos dos!, ya que dentro de las torres uno puede sentirse dentro de uno. Las torres de Serranos son las más visitadas, pero no todo el mundo sabe que sus primas hermanas, las torres de Quart, se puede también y su recorrido es muy interesante, incluso más para estas lides, que el de las de Serranos: es más intrincado, da más la sensación de fortaleza medieval y la azotea superior es todavía más aérea porque son más altas. Aquí es un clásico contar que los agujeros que se dispersan irregularmente por sus muros de mampostería se deben a cañonazos. También viene al caso contar la historia que hay detrás de la expresión “quedarse a la luna de Valencia” y que, por si hay algún despistado que lo ignora, alude al hecho de aquellos que llegaban tarde a la entrada de la ciudad y debían pasar la noche al raso hasta que al alba se volvieran a abril las enormes puertas de entrada a la cuidad medieval.
Junto a las torres de Quart está el complejo de la Beneficencia y el precioso museo de etnología y prehistoria que por su plan museológico es muy atractivo para llevar a los más pequeños.
Pues eso, la ciudad está llena de rincones ideales para enseñar a quienes empiezan a descubrir el mundo que está a su alrededor. No pensemos que por el hecho de estar permanentemente rodeados de tecnología no van a quedar sorprendidos por el al artesonado o alfarje dorado de la sala del Consulat del Mar en la lonja, intrigados por el portal de Valldigna y quién vivirá sobre él, la visita subterránea a las ruinas de la Almoina “los primeros edificios de Valencia, de época romana”, o sobre ponerle nombre a las torres que se divisan desde lo alto del miguelete. Sin darse cuenta están ayudando a despertar su sensibilidad por el arte por la cultura en general-porque una cosa lleva a la otra- y el amor por su ciudad a través de la curiosidad. Si ello se logra, luego las cosas-en esto de la educación- suelen ser más fáciles.