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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO  / OPINIÓN

Contra el PP estaba mejor

10/12/2020 - 

Recuerdo los años de Mariano Rajoy, Camps y Barberá con cierta nostalgia. La más que evidente corrupción en sus gobiernos y ese talante señoritingo daban cierto sentido a mi vida como persona progresista. Recuerdo cuánto me indignó el ministro del interior Fernández Díaz hablando de su ángel de la guarda o a la ministra de trabajo Báñez pidiéndole a la Virgen que acabase con el paro. Eran momentos en que me daba vergüenza ser español y tener esos gobernantes, como ahora se lo da a tanta gente de derechas.

Recuerdo los insultos clasistas a la higiene de un diputado de Podemos por llevar rastas. ¡Si esto sigue así me iré de España!, gritaba como ahora gritan muchos votantes de la oposición.

Recuerdo los cubatas sin fin de miembros del PP valenciano a plena luz del día en un restaurante cerca de mi casa. Los aeropuertos sin aviones y otras obras públicas muy sospechosas. Las corruptelas y enchufismos de las instituciones, con Carlos Fabra mostrando que el espíritu caciquista seguía imperando en algunos territorios. Recuerdo que incluso para montar eventos de música te imponían grupos “de la casa” si querías alguna ayuda pública, aunque no tuviesen nada que ver con el estilo del festival.

Recuerdo con melancolía las risotadas chisposas de Rita Barberá, ya de vueltas de todo. A Camps subido en aquel coche de Fórmula 1, feliz como un niño con megaderroche nuevo. A Carlos Fabra ganando la lotería año tras año. A Zaplana confesando en una grabación desestimada por el juzgado que se había metido en la política para enriquecerse y dos días después riñendo a los cámaras porque no habían sacado su lado bueno. ¡Cómo me indignaba! Me sentía un cruzado del Bien cuya misión era enfrentarme al Mal que nos guiaba, como ahora tantos voxianos que luchan contra no sé qué comunismo imaginario que amenaza sus apartamentos en la playa.

Recuerdo muy bien Canal 9, convertida en metáfora de aquellos tiempos oscuros. De hecho conocí a una periodista que, tras la denuncia el jefe por acoso, tuvo que ser escondida en un piso por la policía. A ese nivel llegábamos en la Comunitat. Años de vergüenza que, algo bueno tuvieron, por fin nos han quitado a los valencianos el estigma de cocainómanos que teníamos tras la ruta. Ya no somos la tierra de la coca, sino de la corrupción.

            Votada por mayoría absoluta año tras año, eso no hay que olvidarlo, no sea que alguien se crea que fue cosa de manzanas podridas.

            Eran buenos tiempos. Yo tenía algo contra lo que luchar y enfurecerme. Y eso daba cierto sentido a mis días.

            La úlcera era un mal menor.

            Me acuerdo especialmente de cuando querían tirar abajo un barrio histórico como el Cabanyal para construir megahoteles y la gente se levantó, unida contra el gobierno regional. Hubo muchas iniciativas tan potentes como el festival Cabanyal Íntim que aún existe hoy día. Y salíamos a la calle a manifestarnos entre cánticos y timbales como ahora salen los cayetanos en el barrio de Salamanca con la bandera de España.

            ¡Qué tiempos aquellos!

            También recuerdo la gran cantidad de gente a la que se la sudaba la corrupción. O no quería verla, porque tan ingenuos no podían ser… La mayoría, supongo que por fidelidad al partido que votaban, la negaban o disculpaban a pesar de las evidencias y las condenas. Otros se ponían cínicos con eso de “todos son iguales”: mejor que nos roben los míos que los tuyos.

            No, mejor que no nos robe nadie, les contestaba yo y ellos se reían.

            Fueron tiempos de hermandad con el resto de indignados. Sentía que España podía mejorar. Que mi comunidad y mi país podían librarse de aquellos que la estaban saqueando ya sin ningún disimulo.

            Si nos uníamos.

            Entonces llegó la izquierda al poder después de tres (¿tres, en serio?) elecciones. Un clásico entre la izquierda eso de tirarse los trastos a la cabeza mientras la derecha mira cómo le hacen el trabajo. Incluso el partido que simbolizaba el cambio progresista se metió en el gobierno. Y de pronto cambian las tornas: yo dejo de quejarme pero mis amigos y conocidos de derechas comienzan a insultar al gobierno en redes sociales y en conversaciones de bar: ¡Asesinos!, ¡Venezolanos!… Yo digo que esperemos a ver qué pasa, que debemos darles tiempo, pero a los votantes de la oposición desde el primer día se les hincha la vena. Los miro, con sus ganas de morder, y me pongo melancólico de aquellos tiempos en que yo gritaba con la misma pasión: ¡Corruptos!¡Fachas!

            Y se encienden contra los partidos vascos y dicen que son ETA y yo les digo que ETA es el pasado, que hay que mirar hacia el futuro. Y me miran con desprecio (¡proetarra!). Entonces me acuerdo de las fosas comunes y de cómo ellos me decían lo mismo, que dejase a los (mis) muertos en paz y mirase hacia el futuro.

            Los observo y siento envidia. Tienen algo por lo que vivir y desvelarse. Incluso convierten en partidista un virus: ¡los que sean españoles de verdad que se quiten la mascarilla en nombre de la libertad y saquen la bandera! (me pregunto si yo también hice alguna gilipollez análoga en el pasado, quién sabe).

            El caso es que salen todos juntos a la calle a protestar. Unidos por un enemigo común.

            Y lo peor (o mejor) es que a veces tienen razón en sus críticas al gobierno, como yo la tuve entonces en muchas ocasiones. Y qué rabia me dio que un mal entendido corporativismo les impidiese criticar a los suyos. ¿Debo hacer yo lo mismo? ¿Justificar a los míos con cualquier excusa aunque no esté de acuerdo? Si yo los voté, ¿no es mi deber criticarlos? A fin de cuentas me fallan a mí, no a aquellos que jamás les votaron…  A veces me pregunto qué habría pensado si el PP hubiese dicho que quería hacer una comisión de la verdad. O intento acordarme de qué soflamas llenas de bilis lancé en redes cuando el PP hizo unilateralmente la reforma educativa de Wert...

            Pero no puedo decir estas cosas en público, claro que no. Hay un absurdo un pacto de silencio cuando gobierna el partido al que votaste. Matizar sus acciones ya es casi traición. Es pasarse al lado contrario. Al enemigo.

            ¿Saben? Estoy más que harto de este país siempre enfrentado. La reforma educativa era y es una mierda, la haga quien la haga. Porque mientras no se haga con consenso de los principales partidos está abocada al fracaso. Lo mismo pasa con la llamada comisión de la verdad. O la pactan entre todos o se convierte en instrumento político o, como mínimo, en un instrumento sesgado.

            Este país solo podrá avanzar si dejamos de luchar entre nosotros y nos ponemos a remar juntos dejando de lado el equipo de fútbol, digo, el partido, al que apoyamos. El problema no es tu vecino que vota a un partido que odias. El problema es que mientras nos insultamos entre vecinos los políticos nos toman el pelo y hacen lo que les da la gana, pensando en los votos cortoplacistas y no en el futuro. Votos que les entregamos sin siquiera pedirles explicaciones cuando nos fallan, que nadie se quite culpa. Poniendo parches que serán remendados por el siguiente gobierno.

            Y así nos va.

            Nos hemos convertido en un país de remiendos.

            La pandemia ha sido un ejemplo claro de cómo funciona España. El gobierno ha cometido muchos fallos, claro que sí, pero la oposición, en lugar de cooperar para reconducir las cosas y mejorarlas, ha hecho suyo el lema de “mientras peor para España, mejor para nosotros”. Y esa no es filosofía para levantar un país. Para ganar las elecciones, sí. Pero, ¿esto de gobernar iba de ganar las elecciones o de levantar el país? ¿De verdad no podemos unirnos para enfrentarnos a la adversidad? ¿Cuentan más las banderas que los ciudadanos?

            En serio, y con esto acabo: ¿vamos a estar siempre así?

            Si España fuese una canción pop tendría este estribillo:

            Ahora insulto yo en redes

            tú buscas excusas para disimular 

            las cagadas de los tuyos 

            Y luego cambiamos  (x2)

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