El destino es el presagio involuntario autocumplido. Mao leía, consultaba y buceaba en el I ching para luchar contra el mal augurio. Esperaba desdecir así a la historia, esa misma que él buscaba y construía de manera decidida. Suelen ser los descreídos los que más creen en lo eterno. Nostradamuses de lo incierto nos rodean a diario, pero por encima de estos tipos singulares lo que abundan son aquellos que analizan lo ocurrido, que se ponen a indagar en los orígenes del caos. De esta forma surgen lo que llaman maldiciones. Il catalogo è questo: la de Sissi y Tutankamón, la de los Kennedy y los Agnelli, la de los pocos Romanov supervivientes, la del yogur cuando lo mezclas con pescado o la de Bond cuando empezó a cambiar de sastre.
Han bastado tres días para que perdamos a dos referentes de lo British. El primero Lilibeth. El segundo (muy temprano e injustamente) fue Javier Marías. No he acudido a tarotistas, pero si algo hace prever la coincidencia es una suerte de orden cósmico que algunos llamarían maldición. Menos mal que el agorero no es leído ni se ocupa del encuadre de los datos en conjunto. ¡Es la maldición de lo británico!, dirían. Y los Windsor, si tuvieran que empezar a hablar de maldiciones, estarían en el décimo volumen como mínimo. Ellos -los británicos- se despachan estas cosas con humor y con fantasmas, o ambas cosas a la vez que muchas veces es lo mismo. Churchill dijo que "En el curso de mi vida, a menudo me he tenido que comer mis palabras, pero debo confesar que es una dieta sana".
Y es que muchos British piensan como él, y de ahí lo del humor negro y la Ealing en West London, y también las maravillas como Ocho sentencias de muerte, o lo de los juegos de té con los retratos de sus reyes estampados, y lo de esos locos que se ceban con los cuerdos en una esquina de Hyde Park. Para qué verbalizar las tonterías si podemos reírnos de ellas o comérnoslas incluso -como Churchill-. Una amiga me contaba que ella es British en esencia. Yo le dije que por qué. "Me fascinan las farolas londinenses, el olor de las moquetas y el envase de galletas de Fortnum & Mason". Tu britanidad es impostada, contesté. "No como la de Javier". Claro, ese fue el final a aquel diálogo furtivo en torno a dos libros que ambos amarían -y no es coincidencia sino necesidad-: Cuerpos viles y Retorno a Brideshead.
He de admitir que no me hubiera gustado conocer a Javier Marías. Es una horterada que cedo al que alardea de haber coincidido en una playa con Miss Mundo (la que sea). Lo que sí que hubiera disfrutado es de su amistad. Las migajas no las quiero. Yo al degustación y cuanto más largo mejor. “Cuéntame esas cosas que suceden en el Reino de Redonda”. A Marías lo recordarán también en All Souls por británico y castizo al mismo tiempo. Un poco de Tristram Shandy y otro poco de Gasset o de su propio padre. Qué poca esperanza para el resto que suspiran por el Nobel y en el fondo son conscientes de que nunca lo conseguirán -esa es la injusticia, sí-.
Unos ya habrán concluido que las circunstancias concurrentes son la prueba de las coincidencias, maldiciones o el destino. Es posible que yo mismo -lo confieso- tuviera tentación de tildarlo así, pero la historia es caprichosa y la muerte de Godard a bouleversé le petit essai. Tan cinéfilo como Marías -eso sí-, pero tan opuesto a la institución, la tradición, lo establecido. Jean-Luc se fue y con él desapareció el resquicio para hablar de esas fruslerías que los ingleses se meriendan con fantasmas y con sándwich de pepino. Alguien tan francés, y tan burgués y anti-burgués, tan en contra del aroma a oficial. Él no hubiera paseado nunca por All souls sin intentar sacar un adoquín para lanzarlo, tan escueto y tan genial como obcecado, no en buscar, sino en crear un paradigma completamente nuevo.
Yo también hubiera optado por su amistad, aunque nunca hubiera aceptado una cita que no fuera en St. Germain. Mi respeto y gran admiración por el franco-suizo ha quedado -si cabe- reforzado por su marcha. Godard ha evitado que caiga en algo despreciable como la superstición, algo tan británico y atávico al mismo tiempo. Merci. Cuántas líneas inservibles nos ahorraste. Ahora ya podremos escribir que tu elección no fue quizá tanto cansancio sino tu última performance de activista, un cómo usurpar protagonismo a lo establecido, tu último suspiro contra el establishment. Yo no creo que la fecha elegida haya sido un dato baladí. Luchar contra el destino y lo institucional tenía que convertirse en tu última obra maestra. Y eso que yo siempre fui más del Godard de À bout de souffle y Vivre sa vie. Del Godard pre-maoísta. Y es que Week-end y La chinoise son aburridas, porque él siempre fue de Mao y el libro rojo, pero no creo que trabajase con el I Ching en su vida. Yo tampoco.