"Daba gloria verlo aquella primera víspera de Navidad, cuando junto a otros niños y niñas del vertedero preparamos el árbol y lo llenamos de luces. Era un árbol humilde, comprado de prisa pensando en ellos, para atraerlos a casa y compartir juntos un poco de la ilusión que a muchos hasta ese momento la vida les había negado. Su carita redonda y seria se iluminó junto al árbol y aunque no era de muchas palabras, pasamos una velada agradable, con chocolate caliente y galletas"
Esta carita es la de Jerry, y la casa de la que hablamos la que el Padre Sergio Godoy levantó en el municipio de Cobán, en Guatemala para atender a los niños y niñas que vivían en la basura. Esta relación entre Jerry y el Padre Sergio había comenzado poquito a poco y con complicaciones.
El aire de sospecha que despertaba la presencia de un cura merodeando por el basurero tardó un poco en disiparse. Se necesitaron varios meses para ir generando confianza entre los adultos y convencerlos de que no era cierto, que no había llegado para robar a los niños (aunque ellos al cura le robaron el corazón). El resto, lo hicieron la olla de la merienda y el balón de fútbol.
Así comienza la historia entre Jerry y el Padre Sergio, y la historia de lo que hoy conocemos como Comunidad Esperanza con una merienda y un balón de futbol. Así es como el Padre Sergio Godoy comenzó a levantar su proyecto por el que han pasado cientos y cientos de niños y niñas, vidas y esperanzas. Un proyecto que trabaja con los niños y niñas del vertedero de Cobán, una de las realidades más duras y escalofriantes extendidas por algunos países del mundo con una solución complicada. Una de esas realidades que he tenido la oportunidad de vivir de su mano hace años y que aún recuerdo como si fuera ayer. Parece que fuera ayer cuando subida a ese montón de basura el Padre Sergio me dijo esa frase que la tengo grabada a fuego: “una vez llegas hasta que, jamás vuelves a ver la vida con los mismos ojos”. Y así fue. Desde ese momento jamás he visto la vida con los mismos ojos ni con la misma mirada.
“Confieso que me sentía un irresponsable descuidando las tareas pastorales de la parroquia cuando acompañado de muchos de esos chicos me encaminaba colina arriba entre los pinos para alcanzar del otro lado la pequeña cancha donde jugábamos hasta que oscurecía. Sin embargo, ahora que han pasado los años, también debo reconocer que me sentía feliz, irresponsablemente feliz de estar haciendo algo diferente por entrar en un mundo que no era el mío y por tratar de entrar en la vida de cada uno de esos patojitos y ganarlos para la causa“: asegura el Padre Sergio.
La vida de los niños y niñas trabajadores del vertedero no variaba de un día para otro, pues era de estar atentos a la llegada de los camiones o de cualquier otro vehículo que llevaba basura y correr como locos detrás del mismo para hurgar entre los sacos o las montañas de desperdicios por algún botín preciado que podía consistir en latas vacía, cartón, papel, o algo más interesante que incluso pudiera servir en casa. Así que cada vez que se escuchaba el ruido del motor, comenzaba la competencia.
Jerry también corría en el grupo y era uno más haciendo lo posible por alcanzar aquello que pudiera ser útil para aportar a la economía de su hogar y para ganarse alguna moneda si ayudaba a descargar la basura de algún pick-up llegando antes que otros. Llamaba la atención en él cierta deformación en una pierna que podría haber resultado una limitación para poder desenvolverse con facilidad; pero al parecer él nunca hizo mucho caso de la misma como para sentirse inferior al resto del grupo y correr, correr y correr.
En la imagen de estos muchachitos en carrera está quizás el mejor retrato de aquello que supone la vida de los que son pobres entre los pobres, pues su existencia es similar a una competencia por sobrevivir, donde se impone muchas veces la ley del más veloz, del más fuerte o del más listo.
Y sin embargo hay tantos que no necesitan correr porque lo tienen todo, pero les falta la verdadera riqueza que intuí el primer día que me asomé a ese mundo extraño: se puede disfrutar de las cosas simples y sencillas de la vida. En este contexto y con la basura como eje central, el padre Sergio levantó un aula, luego una escuela y con los años una ciudad: Ciudad Esperanza.
Durante el tiempo de clases Jerry asistía a esta escuela por las mañanas y luego iba a la parroquia (en ese lugar fue donde comenzó a funcionar el proyecto) para comer y quedarse a las tutorías que poco a poco iban adquiriendo consistencia. Era uno más en el grupo, siempre discreto y bien dispuesto para aplicarse y tratar de salir adelante. Y así ocurrió año tras año: entre el trabajo, la escuela y los espacios que compartíamos, ese muchachito fue avanzando por mérito propio sin decir muchas palabras y sin hacer tantas historias, pero escribiendo la propia a fuerza de constancia, sin hacer alardes, tejiendo sus propios sueños como teje el gusanito su capullo.
Siempre fue un chico común y corriente que necesitó muchas veces de la ayuda de otros y que falló en algunas cosas como tantos otros de su edad. Pero nunca perdió el coraje y la humildad para levantarse y seguir su camino. Y fue así como llegó el día en que terminó los estudios del ciclo Básico.
Jerry es uno de los chavales que ha marcado la vida del Padre Sergio. “Porque de gente como él yo podía aprender a ser más humano y creer que valía la pena el esfuerzo, los desvelos y el cansancio.”, afirma el Padre Sergio.
Llegó la etapa del Bachillerato y con ella más novedades: Jerry había cambiado desde hacía algún tiempo el balón de fútbol con el que creció en su infancia por la bicicleta y estaba resultando muy bueno para ese deporte. Ese niño que corría detrás de los camiones de basura, ahora lo hacía en la ruta y en las pistas y que era parte del seleccionado juvenil a nivel nacional. Ese niño que nació y vivía en el basurero de Cobán, consiguió trofeos y formar parte de la Federación de Ciclismo con una bicicleta prestada. Un reto más que supero. Un sueño más que alcanzó.
Pero en Guatemala el deporte es ingrato: ni las instituciones responsables de su desarrollo, ni las empresas que patrocinan deportistas, están interesadas realmente en las personas como tales, en su desarrollo integral.
Jerry siguió su camino de superación. Pasaron los años y recibió su diploma, en ese momento el Padre Sergio sintió que todo el esfuerzo y el trabajo de tantos años habían merecido la pena. Las tardes invertidas con la olla y el balón, que los esfuerzos de tanta gente buena, que las penas y los desvelos por la Ciudad de la Esperanza, a causa de un muchacho como él, habían merecido la pena.
La historia de Jerry es la historia de uno de los chicos de Ciudad Esperanza, uno de esos chicos sin futuro que el acceso a la educación se convirtió en su tabla de salvación. Jerry ha decidido ir a la universidad a estudiar Ciencias Empresariales y está a punto de terminar la carrera. Un orgullo para el Padre Sergio con una sonrisa amplia y tragándose las lágrimas, le lleva a repetir a Jerry siempre una y otra vez: –“Jerry, qué orgulloso estoy de vos…”
Su historia es una de las historias que el Padre Sergio ha decidido publicar en su libro Misión#01Guatemala. La Montaña de Basura, un libro que le ha traído a España para presentarlo. Un libro que ayer presentaba el Padre Sergio en Valencia y que ahora está al alcance de quienes queramos conocer esta realidad tan dura de los vertederos y de las familias que viven en ellos. El libro relata algunas historias de sus niños y niñas. Del vertedero de Cobán que pretende recaudar fondos para su proyecto pero que, sobre todo, pretende sensibilizar a la sociedad valenciana.
La semana que viene… ¡más!
Este hombre que aparece en la foto es Sergio Godoy, acompañado de su madre visitan València estos días. Este hombre marcó mi vida de alguna manera. Puedo decir que me ayudó a tener otra mirada, otra actitud y otra lectura ante la vida. Este hombre al que estaré eternamente agradecida fundó hace 20 años Ciudad Esperanza en Cobán, Guatemala.