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Correa, otro clavo en el ataúd del PSOE

Hemos llegado a tal punto de surrealismo en la política española, que cada frase de Correa en el juicio es un clavo no en el ataúd del PP, sino en el del PSOE

16/10/2016 - 

VALENCIA. Ladies and gentlemen, comienza el espectáculo de Gürtel en un polígono industrial de Madrid y no es como lo habíamos imaginado. Supimos que Francisco Correa emularía al arrepentido Benavent –pero en fino, sin acritud y sin caer en el esperpento– y que el PP se preparaba para aguantar el chaparrón. Pero la casualidad, que, como decía García Márquez, no cabe en la buena literatura pero sí en la vida real, ha querido que el concierto a capela de Correa y sus compinches coincida con el humillante ejercicio de rendición del PSOE ante Mariano Rajoy.

Como en una película de serie B, la tragedia socialista se ve agravada con una sucesión de infortunios en una trama forzada hasta límites insospechados, a todas luces inverosímil, cuyo remate es la coincidencia temporal entre la capitulación socialista y el proceso judicial por la financiación ilegal del PP, proceso que se supone que debía ser la puntilla para los populares. No puede ser verdad –te lo cuentan hace dos años y te habrías reído– que Correa tire por fin de la manta y quienes acaben sintiendo vergüenza sean los socialistas. 

¿Pero no era al PP al que financiaba Correa? ¿No eran dirigentes populares los que recibían sus sobres? ¿De qué se avergüenzan los socialistas, si apenas se sonrojaron por los EREs de Andalucía? Pues se avergüenzan de tener que hacer presidente a Rajoy, el jefe de la organización beneficiaria de esa corrupción de la que con tanto desparpajo habla el cabecilla de Gürtel.

Hemos llegado a tal punto de surrealismo, que cada frase de Correa en el juicio –"Quedaba con ellos y les daba el sobre"; "Posiblemente, en Valencia hicimos cosas irregulares con la financiación del partido"; "Yo me pasaba el día en Génova, yo estaba más tiempo en Génova que en mi propio despacho"– es un clavo no en el ataúd del PP, sino en el del PSOE, que entre propios y ajenos va a acabar con más remaches que la chapa de un avión.

Todo porque quienes esperaban ver pasar el cadáver de su enemigo por delante de Ferraz decidieron en el peor momento sacrificar a su líder para dar otra vida al yacente, que no cadáver. Y éste, desde el edificio de Génova donde tantas horas pasó Correa, los observa ahora vagar como almas en pena, indecisos ante la disyuntiva de colgarse o cortarse las venas, deseosos de que el cabecilla de la trama Gürtel calle para no ponerlo más difícil, contentos de que Rita Barberá no vaya a declarar al Tribunal Supremo hasta después de la investidura, mudos de repente ante tanto escándalo revivido, no vaya a ser que Rajoy se enfade y aborte la operación para ir a terceras elecciones. 

Aquí procede abrir un paréntesis para Albert Rivera, el otrora azote de los corruptos, el que nunca votaría a Rajoy, que también se comerá el sapo de la investidura sin haberse cobrado ni una pieza menor. 

Y otro para Podemos, crecido por los escándalos en casa de los vecinos, que sigue eligiendo para darnos lecciones de honestidad a Íñigo Errejón, habiendo como hay en su formación tanta gente sin mácula.

Si esto fuera una película de serie B, después de tantas casualidades infortunadas para los socialistas, su líder moribundo recuperaría el vigor en plan Van Damme, se enfrentaría a las fuerzas dominantes y alcanzaría la gloria. Pero en la vida real, como dice la copla, Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos. Así que la única incertidumbre, y no es menor, es qué va a ser del PSOE a partir del día de Difuntos.

¿Había que rescatar la SGR? 

El día de 2012 que salió a la luz el agujero de la Sociedad de Garantía Recíproca de la Comunitat Valenciana (SGR), detectado por el Banco de España, y el Consell de Fabra decidió rescatarla, un empresario me hizo la siguiente reflexión: "¿Por qué tenemos que rescatar la SGR? Si está en quiebra, que cierre, como le ha pasado a muchas empresas".

La Generalitat, que entonces tenía el 11% de esta entidad avalista –el resto era de los bancos y de las empresas clientes– aportó 60 millones de euros para un rescate que ya no tuvo marcha atrás una vez se pringaron la administración autonómica y el IVF. La SGR no era sistémica o lo era mucho menos que grandes empresas no financieras a las que se dejó caer.

El rescate ha acabado costando unos 400 millones de dinero público. A diferencia del resto de rescates de entidades financieras en España, ese dinero no lo han puesto todos los españoles, sino sólo los valencianos. Ahí lo dejo.

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