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todo da lo mismo

Cosas que yo ya no, cosas que yo aún sí

29/11/2020 - 

VALÈNCIA. Al ir a cambiar la ropa de armario me enfrento un semestre más a tres montones de camisetas con motivos musicales que desafían a la humedad y según la estación del año, van a este o a aquel estante. Algunas de ellas no tienen precio, como esa que reproduce el diseño de Savage Pencil para la portada del primer single de Sonic Youth, o la de la gira que trajo a Iggy Pop por primera vez a València en 1990 y que me compré en el Arena Auditórium. La que más me pongo, tanto en invierno como en verano lleva a la altura del pecho una inscripción en letras amarillas que es una perpetua declaración de principios. Me refiero a la que dice Yo ya no, que es una canción de L-Kan. Nada más útil en este mundo que una camiseta que hable por ti. Ya lo dice Matt Berninger en el tema que abre su nuevo álbum: mis ojos son camisetas, son muy fáciles de leer / me las pongo para ti, pero hablan de mí. Si me pongo la camiseta de L-Kan, ya tengo hecho más de la mitad del relato de mí mismo. El lema, que al igual que la canción, era plenamente válido antes de la pandemia, ahora suena como un conjuro. De ahí que los amigos de L Kan grabaran una versión actualizada de dicha canción durante los inicios del confinamiento. Separo la camiseta de Yo ya no del resto de prendas veraniegas y la dejo a mano. En València el tiempo invernal suele ser amable y a la mínima de cambio te puedes quedar en manga corta y decirle al mundo lo que seguramente ya sospechaba: que tú ya no.

Las efemérides se han convertido en una de las grandes excusas informativas de nuestra era. Todo lo que cumpla años, aunque sean pocos, parece ser digno de interés. Si no va asociado a una cifra que termine en uno o dos ceros, nada que hacer. Cada tanto me toca buscar efemérides por si alguna pudiera constituir un tema interesante para un artículo. Descubro una que me hace especial ilusión, aunque al final no me sirva para publicar nada. El primer número de Punk Magazine salió el 1 de diciembre de 1975. Cinco años después de su aparición, pude hacerme con un ejemplar de aquel fanzine rebelde que llevaba una caricatura de Lou Reed en la portada. Cuarenta y cinco años más tarde, esa revista sigue conmigo, desafiando también, como todo lo que habita esta para nada santa casa, a las manchas de humedad y a la herrumbre. Saco la revista del cajón donde la guardo para comprobar que no se ha desintegrado completamente. Todavía no. Mientras que muchas cosas yo ya no, va y resulta que ella aún sí. No es ninguna tontería. Tocar esa revista es volver a sentir la descarga eléctrica de la adolescencia recorriendo mi cuerpo.

Mientras escribo esto caigo en la cuenta de que en noviembre de 2019 hice mi último viaje a Madrid. Hace un año entrevistaba a Georgia -que era simpatiquísima- y al día siguiente, a tan sólo unas manzanas de donde había hablado con Georgia, me sentaba en una terraza para hablar con Dan Bejar de Destroyer. Como la gran mayoría de la población mundial, hay muchas cosas que antes podía hacer y ahora no. Así que, en este artículo no podré escribir que he quedado en el hindú de la calle Goya con mi sobrina Alejandra. Tampoco tendré la oportunidad única de escuchar a mi primo, el periodista de moda Vicente Gallart comentar el First dates mientras cenamos, porque desde hace años que su casa madrileña es también mi casa allí. No tomaré la Línea 5 para ir hasta Ciudad Lineal y luego almorzar con Fernando Navarro en una casa de comidas al lado de El País. No veré a Luz Divina y tampoco a Xavi Granda y no podré celebrar con él su última victoria profesional. No cogeré un taxi, cargado como un burro, para que me lleve a Atocha. Viajaré en el tren con ganas de llegar a casa, para que, una vez en casa, sienta que ya vuelvo a tener ganas de regresar a la ciudad que durante casi tres lustros fue mi hogar.

Me piden una lista de canciones que sirvan para recordar a la sala Garage, la que fuera hermana pequeña e independiente de Arena Auditórium, El que me escribe es Iziar Kuriaki, uno de los fotógrafos más activos de la València cultural de los años ochenta, y que por lo que veo, está ayudando a Emilio Ruíz, antigua mano derecha de Napo Beltrán, propietario de la sala, a mantener vivo el legado de esta. A veces te piden cosas que se te atragantan (que hables sobre la movida para un trabajo de fin de carrera, la lista de los mejores discos del año), pero con esto me pasa justo lo contrario. Me olvido de lo que tengo que hacer y me pongo a elegir artistas y canciones. Entonces me acosa la nostalgia. Qué engorrosa es la nostalgia cuando no hay manera de imaginar el futuro.

Esta misma semana, tendría que haber viajado a Barcelona. Allí habría presentado mi novela en Laie, en el Pati de les Dones del CCCB. Habría estado acompañado por José de Montfort y seguramente habría conocido también, al fin, a Damià Gallardo. En la misma Laie hubiese comprado otro libro de Pablo Katchadjian, porque fue allí donde lo descubrí este verano, de la mano del Rubén Ortega, cincuenta por ciento de Hurtado & Ortega, editorial que entre otras cosas lleva a cabo la titánica tarea de editar a Katchadjian en este país. Me quedaré sin ver a Xavi Ros y a Nedi Soto, a los que siempre quisiera poder ver más a menudo. No podremos reírnos haciendo la broma de la calle dedicada al novelista Rafa Cervera -la ocurrencia es de Xavi- que vamos estirando y estirando -Avenida del emprendedor Cervera, passatge del periodista musical Cervera- hasta que se convierte en material digno de un guion de Azcona. No, esta semana no podré estar con ellos, tampoco con els cosins, celebrando el cumpleaños del José Antonio en el Tibidabo o en Montjuic. No escucharé las historias de Nedi ni podré llevarme a casa un poco de esa sabiduría suya que tanto me ha ayudado durante los últimos años. No pasaré por la esquina de la calle Aragón donde vivió la familia de Jaime Gil de Biedma ni me quedaré contemplando sus balcones y miradores intentando adivinar cuál era el piso que habitaban. El poeta decía que le gustaba tanto el castillo de Coca que se acostaría con él. A mí me pasa exactamente lo mismo con Barcelona. 

Termino de leer Ignot, la última novela de Manel Baixauli. Fue Xavi Ros quién me descubrió a Baixauli. Sus han pasado a ser también uno de los vínculos de nuestra amistad. Él me regaló Ignot en septiembre. Cuando lo termino tengo subrayadas frases como estas: 

Un anima sense focs -apagats o incandescents, no pot escriure, está literariament morta. (Un alma sin fuegos -apagados o incandescentes- no puede escribir, está literariamente muerta)

No hi ha res valuós que siga exactamente substituible. Davant de la pèrdua, nomès queda la malenconia. O l’escriptura. (No hay nada valioso que siga exactamente sustituible. Ante la pérdida sólo queda la melanconía. O la escritura.)

La vida ocorre, sobretot, dins del cap de l’individu. (La vida ocurre, sobre todo, dentro de la cabeza del individuo)

Con estas frases podría hacerme camisetas que me pondría para que viesen los demás porque estarían hablando de mí. Aforismos que ayudan a contrarrestar el desánimo que produce el yo ya no, palabras que sirven para no olvidar que, a pesar de todo, hay muchas cosas que yo aún sí.

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