VALÈNCIA. Disney continúa explotando su catálogo de animación infantil a través de remakes o spin-offs en imagen real, pero no deja de resultar interesante que sus películas más arriesgadas se centren en la figura de las villanas de sus cuentos. Después de Maléfica, le llega el turno a Cruella De Vil, la pérfida asesina de animales obsesionada con los abrigos de pieles que ahora adquiere una entidad única e independiente gracias a esta nueva película dirigida por Craig Gillespie y protagonizada por Emma Stone.
Procedente del cine independiente, Gillespie siempre ha tenido debilidad por los personajes inadaptados y solitarios que se mueven entre el desarraigo y la locura. Es lo que le ocurría a los protagonistas de Lars y una chica de verdad o Yo, Tonya y algo de eso hay también en esta historia de los orígenes de Cruella que nos permitirá acceder a su pasado (cuando se llamaba Estella) para descubrir sus carencias y de qué forma los acontecimientos traumáticos que sufrió en su infancia influyeron para que se fuera forjando su personalidad.
A través de una voz en off, y una delicada partitura del siempre espléndido Nicholas Britell, iremos acercándonos a algunos de estos episodios de su niñez y adolescencia, casi como si se tratara de un puzle para recomponer su transformación en el presente. La relación con su madre (Emily Beecham), sus inquietudes artísticas, el misterio de su identidad, el sentimiento de desolación tras quedar huérfana y sus aventuras picarescas (muy dickensianas) en la gran ciudad acompañada de dos niños vagabundos que terminarán convirtiéndose en su única familia, Jasper (Joel Fry) y Horacio (Paul Walker Hauser), el mayor robaescenas de la función junto a su perro Chihuahua.
Para disfrutar de Cruella es mejor dejar a un lado la rocambolesca e histriónica interpretación de Glenn Close en las versiones 101 dálmatas. ¡Más vivos que nunca! (1996) y 102 dálmatas (2000). El acercamiento al personaje se aleja de la simple caricatura para intentar profundizar en sus matices, en sus dos caras, tan radicalmente distintas como el blanco y el negro que dividen su pelo.
En realidad, Cruella no se diferenciaría demasiado en sus rasgos de psicopatía del personaje del Joker. Sin embargo, los responsables de la película han querido separarse de esa imagen perturbada y demasiado oscura para aproximarse a un segmento de público más juvenil a través de la comedia excéntrica con un punto indómito. Eso no quiere decir que la película no sea temeraria, sobre todo al erigir al personaje como un icono punk.
La historia se sitúa en los años setenta en Londres y en ella late el espíritu de la contracultura, de la necesidad de romper con lo viejo, con el establishment para instaurar una nueva perspectiva a través de la irreverencia, el inconformismo y la ruptura de los cánones y los estereotipos.
La rebeldía de Estella (y su alter ego Cruella) irá poco a poco encontrando su objetivo: desbancar de su trono como reina de la moda a la Baronesa (una camaleónica Emma Thompson sin necesidad de resultar autoparódica) considerada como la diseñadora de la élite y que simboliza el poder, el estatus, la arrogancia y el despotismo.
El director juega con las referencias sin caer en sus trampas. Hay evidentes paralelismos con El diablo viste de Prada, pero la película se reinventa a cada momento gracias a una explosiva capacidad para jugar con las herramientas del lenguaje cinematográfico y revestir toda la propuesta con un aire de performance, precisamente una disciplina que se encuentra presente a lo largo de la trama a través de las irrupciones de Cruella en acciones que ponen de manifiesto su carácter iconoclasta y anárquico.
Cruella está marcada por el exceso, por el barroquismo escénico. Hay en ella mucha inventiva visual, cada secuencia parece orquestarse a través de una coreografía interna en la que la cámara se mueve al ritmo de las canciones de Blondie, David Bowie y Brian Eno, Electric Light Orchestra, Deep Purple o The Stooges y su I Wanna Be your Dog, en la que se alcanza el delirio orgiástico.
El mundo de la moda también impregna el espíritu efervescente de la película a través de toda la iconografía punk con los eslóganes de No Future y las prendas desacralizadoras que nos llevan de Vivienne Westwood a Alexander McQueen pasando por los looks de Nina Hagen.
Además de su complejidad conceptual, Cruella tiene la virtud de apostar por un modelo de mujer arrolladora, capaz de escapar de sus miserias a base de creatividad, sin necesidad de tener un interés romántico detrás, movida por la venganza, cierto es, pero también por el impulso de cambiar las cosas, de empoderarse, de romper con los techos de cristal y las diferencias de clase.