VALÈNCIA. Es uno de los rostros más conocidos de la televisión cuando un caso de crónica negra sacude al país. Su serenidad y rigor en este género periodístico apasionante y necesario sino marcas de su personalidad. Tras décadas de trabajo y de establecer relaciones profundas y de respeto con los mejores investigadores de homicidios de este país, Cruz Morcillo ha decidido escribir una historia -Departamento de homicidios (Libros del KO)- de nuestro país teniendo como hilo conductor la crónica negra de España a través de confesiones y recuerdos de dos policías y dos guardias civiles que investigaron en primera línea algunos de los homicidios más mediáticos, trágicos y misteriosos de las últimas décadas. Entre ellos, el crimen del rol, el caso Bretón, el asesino de la baraja o la desaparición del niño de Somosierra.
-¿Cómo empezó usted a interesarse por los homicidios, los sucesos y los tribunales? Creo que, más bien, iba para periodista cultural.
-En realidad, fue casual que me empezara a introducir en el mundo de los sucesos, de los homicidios. En 1997 llegó a ABC como becaria del máster y desde niña siempre me ha gustado leer, así que me hacía mucha ilusión poder participar de alguna forma en ese mundo. Llevaba muchos años leyendo los suplementos culturales, tanto de ABC como de El País. Así que solicité entrar en la sección de cultura pero por un azar, un compañero que rechazó la de sucesos y nadie quería ir ahí, me fijé en los dos “personajes” que llevaban esa sección y me provocaron mucha curiosidad. A mí nunca me habían interesado los sucesos. Es más, me producían rechazo. Lo cierto es que entre de becaria, como te digo, y unas semanas después me mandaron a cubrir el primer suceso y realmente me enamoré de la calle, de esa forma de trabajar, de esa libertad, del contacto con las personas, de poder construir la historia y ya nunca he querido dejarlo. Un año después, cuando acabó la beca, me contrató el periódico y después he tenido oportunidad de cambiar pero nunca he querido hacerlo. Lo considero el periodismo más auténtico, el más pegado a la vida y a la realidad.
-Este libro tiene la ambiciosa intención de contar cómo ha evolucionado la investigación de los asesinatos en España a través de cuatro figuras clave: dos policías y dos guardias civiles. ¿Quiénes son esas personas y por qué las eligió como hilos conductores del libro?
-La razón por la que elijo a estos personajes es también un poco azarosa. Hace tiempo que sentía que tenía una deuda con muchos policías y guardias civiles que me han ayudado a lo largo de estos años a no equivocarme. Porque en sucesos es casi más importante no equivocarte que dar grandes exclusivas. Al menos, esa es mi visión. Yo le daba vueltas a cómo pagar esa deuda. En una comida en la comandancia de Madrid, en una despedida, estaba un capitán, el capitán Rubio, que se acababa de jubilar. Y hablando de varios casos que estaban en ese momento parados (por ejemplo, el de Diana Quer), hablamos sobre cómo han cambiado los métodos de investigación, cómo la investigación de homicidios se la tecnologizado y él me dijo una frase que se me quedó grabada: “Cuando todos nosotros desaparezcamos, nadie sabrá los trucos del oficio”. Lo dijo con un aire de nostalgia y me quedé con la idea en la cabeza. Poco después también se iba a retirar la inspectora jefa Carmen Pastor, que era la primera mujer que había estado en una sección de homicidios y también hablamos de las cientos de autopsias a las que había tenido que asistir. Hicimos balance de su trabajo. Pensé que era una buena pareja porque, al estar retirados, podían hablar con mucha mayor libertad. Lo que hice fue sumar a Joaquín Palacio y Esmeraldo Rapino, dos perfiles con grandísima experiencia. Ambos, además, eran amigos de Rubio y Pastor, de manera que se establecía una relación fluida. Luego fue más complejo porque el testimonio oral tiene la dificultad de aquilatar cada dato y comprobarlo. Al ser un trabajo coral, la escritura se fue complicando.
-¿Cómo nace, por tanto, la idea de escribir este libro?¿Es una especie de deuda o de homenaje?
-Exacto, quería ser deuda y homenaje a tanta gente que da lo mejor de sí mismo en la Guardia Civil y en la Policía Nacional para salvar vidas e impartir justicia cuando pasa lo peor que le puede pasar a alguien, que asesinen a un ser querido. La idea germen fue esa y pensé que a través de la investigación de homicidios se podía explicar la historia. Algunos casos los conocía pero de otros no tenía ni la menor idea. Y lo que pretendía era que se viera a las personas, cómo vivían, cómo han sido sus trayectorias, cómo les ha condicionado a sus relaciones familiares y personajes, en su ocio, cómo les afectaban los casos. Eso es lo que he tratado de reconstruir.
-El libro es también la construcción de una personalidad, la suya, que se enfrenta cada día al dolor, al mal, al sufrimiento humano, la crueldad extrema y no sé si a la satisfacción o a la felicidad en alguna ocasión. ¿Era importante para usted contar cómo ha vivido todos estos años como profesional, como mujer y ciudadana?
-Para mí no era importante cómo vivo yo. En mi caso, concibo esta profesión casi como un sacerdocio. Es una profesión de 24 horas. Siempre digo que los asesinos no avisan cuándo van a matar o los narcos cuando van a dar un palo. Por tanto, los sucesos tienen un componente de inmediatez que no te esperas. Un periodista de sucesos se levanta siempre sin agenda, con un folio en blanco y ese día puede pasar cualquier cosa. Y en ese sentido, nuestro trabajo tampoco dista tanto del que hacen los agentes. Como te digo, yo no quería hablar de mí, los protagonistas son los otros, los que están al otro lado de la historia. Yo hice un borrador del libro sin contar con ninguna editorial, pero se lo pasé a una amiga mía editora que trabaja por libre. Y ella me sugirió que yo debía meterme en la historia. Su argumento era sencillo: “Los testimonios de ellos cuatro no eran así si no existiera esa confianza previa e intensa en mí”. Por tanto, yo tenía que ser una personaje, alguien presente en el libro de alguna manera. Te confieso que esta es la parte que más me ha costado. Soy muy pudorosa y creo que el periodista debe dar un paso atrás, además yo no he hecho periodismo de opinión. Tenía miedo de equivocarme. Pero también mi editor en Libros del K.O. me dijeron lo mismo, me insistían en que no podía ser una transcriptora. Así que hablo de mi vida, de mis compañeros y fuentes pero no sé si volveré a hacerlo. Ahora que juzguen los lectores si ha sido un acierto.
-Dice usted en el libro que el primer cadáver nunca se olvida. ¿Podría contarnos cómo fue en su caso?
-Es verdad que no recuerdo el nombre de la persona pero sí la escena. En esa época, en el año 1997 o 1998, los de sucesos íbamos al anatómico-forense. Cuando les conté que llevaba unos meses cubriendo crímenes pero no había visto ningún muerto, vi justo uno allí. Era una prostituta muy joven. Española. La había apuñalado un cliente y fue bastante duro. Me costó mucho olvidar aquella escena. Luego, por llegar pronto he visto más. Aunque no es lo habitual. No he asistido nunca a una autopsia ni quiero hacerlo. Recuerdo un señor que se precipitó al vacío en Madrid después de matar a su mujer. Y ese también me impactó bastante porque llegué muy pronto a la escena. Es algo que a mí no me gusta en absoluta. En la realidad, el sufrimiento humano es algo que debemos detestar.
-¿Cuál ha sido el caso o los casos que más le afectaron personalmente durante estos años?
-Me cuesta quedarme con uno o con varios porque depende del momento personal o profesional te afecta de una manera u otra. Te los resumiré en tres por distintas razones: el primero fueron los atentados del 11M, porque estaba embarazada de mi hijo y el día de los atentados estuve en el Gregorio Marañón viendo cómo entraban sin cesar heridos o muertos. La investigación fue tremendamente compleja y estuvimos en una tesitura delicada con las distintas teorías conspiranoicas. Me afectó mucho hasta el punto de que me planteé dejar la profesión. En segundo lugar, todos los crímenes a niños me afectan muchísimo. Me duelen profundamente. El que más fue el de Asunta Basterra, la niña china a la que mataron sus padres en Galicia. Me sentí muy identificada con esa niña. A nadie le cabe en la cabeza que unos padres maten a una hija que, en apariencia, todo lo hacía bien. Pude acceder a documentación inédita y privilegiada y todo eso me marcó muchísimo. Por eso decidí publicar un libro sobre este caso. Y, por último, el caso Bretón me afectó mucho también. Los investigadores que están en el libro estaban convencidos desde el primer día de que los huesos que encontraron eran de los niños pero, como se sabe, hubo un error policial. Y esto dilató la resolución del caso en nueve meses y fue un sufrimiento terrible. Yo también sufrí mucho porque parecía que nunca se iba a resolver. La mochila se va cargando de infiernos ajenos, así es que mi hilo temporal lo marcan los casos que he cubierto.
-La llegada de la tecnología ha sido fundamental para descubrir y resolver casos pero usted dice que el factor humano sigue siendo el más importante. ¿Por qué?
-Bueno, no soy yo la que dice que el factor humano sigue siendo el más importante, lo dicen los investigadores. Pero es verdad que yo respaldo esta afirmación porque la tecnología es fundamental pero, al final, si tienes un sospechoso o un testigo, como no te impliques y tires de recursos, olfato o instinto, es muy complicado que el caso se resuelva sólo con factores tecnológicos o científicos. Estos han agilizado y ayudado mucho pero, al final, siempre hay un componente humano importantísimo. La experiencia del investigador es crucial. Aunque tengas el convencimiento de que es esa persona, si te la ganas, te puede contar cosas que con la tecnología nunca lo haría. La implicación y la experiencia y la herencia que se transmite en los investigadores de homicidios acaba siendo fundamental.
-En estos años usted ha estado vinculada a prensa, a radio pero especialmente a televisión. Su labor ha sido siempre la de dignificar el periodismo de crónica negra como uno de los primeros y más reputados tipos de periodismo. Imagino que cierta espectacularización de la crónica negra -que podría ir desde las niñas de Alcàsser hasta Gabriel Cruz- habrá tenido consecuencias negativas en la reputación del género. ¿Cómo ha sido, en este sentido, la evolución de los medios de comunicación siguiendo los homicidios y asesinatos más conocidos de nuestros país?
-A mí me da pena y enfado cuando se mete en un saco todo y se habla de periodismo de sucesos con desprecio y mala baba y se nos acusa de carroñeros o amarillistas. Es un periodismo complejo porque siempre estamos jugando con lo más delicado del ser humano: la vida, la honra, la culpa, la inocencia. Y nosotros somos notarios de esa realidad con gran riesgo de meter la pata. A mí no me gusta la espectacularización del periodismo ni de la crónica negra. La línea es muy fina y es fácil traspasarla. Yo he podido traspasarla alguna vez, quizás de forma inconsciente o porque te azuzan. Intento siempre ponerme mis límites y la ética que yo creo que es la correcta. Dicho esto, cuando yo empecé apenas había unos medios, ahora hay todo un género y un montón de formatos con la crónica negra como estrella. Esto supone riesgos. A mayor demanda de información, más facilidad para cometer errores. Por otra parte, están las redes e Internet que son las mejores consejeras o compañeras de viaje para hacer periodismo de sucesos porque cada dato que das necesitas varias comprobaciones y las fuentes son resistentes. A mí, que soy una enamorada de este tipo de periodismo, me gusta que haya más profesionales pero, por otra parte, lo paso mal cuando la información acaba convertida en un paquete de pañuelos de usar y tirar. Cuando hay un caso duro que cubrir yo lo paso muy mal porque tengo miedo de quedarme atrás sin información, pero también de meter la pata, de herir a la familia o de estropear parte de una investigación. Hemos de ser especialmente cuidadosos con la familia, ahorrándoles detalles escabrosos.
-Finalmente, los policías, investigadores y periodistas suelen ser protagonistas de series de televisión, películas y libros de ficción en los que investigan sucesos traumáticos. ¿Cómo cree que, en general, se ha representado este mundo en el lenguaje audiovisual o literario? ¿Qué obras cree que sí responden a la realidad?
-No soy una gran consumidora de lenguaje audiovisual, me gusta mucho más leer. Y me encanta la novela negra pero en el lenguaje audiovisual no me suelen gustar las series españolas de policías -por muy buenas que sean- porque si veo que no se han documentado bien, automáticamente me causa rechazo. Sí me gustan, en cambio, algunas series americanas. Prefiero las series de abogados o de espías. En cuanto a obras literarias en España, soy fan del sargento Bevilacqua de Lorenzo Silva o la comisaria que crea Berna González-Harbour o Alicia Giménez Barlett. Y Claudio Cerdán o Carlos Zanón también. En la literatura sí le doy más concesión a que se cometan más errores, soy más indulgente. Cada vez se va representando mejor y hay una formación previa en la ficción, mejor asesoramiento en la policía y la Guardia Civil y me parece una forma muy instructiva y divertida de acercar al público en general a este mundo tan apasionante que forma parte intrínseca de mi vida.
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