El teatro permite estos días decir sus últimas palabras a Copito de Nieve, a un actor secundario y a una mujer anónima
VALÈNCIA. En la tumba de Antonio Gala, reza su epitafio: "Murió vivo". Así fallecen, función tras función, los protagonistas de un puñado de obras de teatro que actualmente están en cartel en España. Peleones y lúcidos. La asunción de la muerte inminente permite a los dramaturgos y a los actores que interpretan a sus criaturas conjurar el miedo, la vulnerabilidad, el resarcimiento y la franqueza. Son montajes catárticos, que remueven a público y a intérpretes.
La Sala Russafa ha programado los días 11 y 12 de marzo, Últimas palabras de Copito de Nieve. Las reflexiones a las puertas de la muerte del icónico gorila albino son obra de Juan Mayorga. Su representación en Valencia viene firmada por Hijos de Antonio, con la directora Kika Galcerán a la cabeza: “El título es una declaración de intenciones, porque te estoy contando el final. Pero más que de la muerte, este texto habla de la libertad. Copito vive su momento de desquite, de liberación”.
La obra mantiene una conexión directa con el cuento Informe para una academia, escrito por Kafka en 1917, donde un mono aprende a hablar. Como en las fábulas, el escritor austrohúngaro se servía de la historia del animal para recapacitar sobre el aprendizaje, la adaptación social y el libre albedrío. Mayorga hace otro tanto para reflexionar sobre el cautiverio.
La existencia del primate detrás de unos barrotes es una pregunta directa a los espectadores sobre si están sacando provecho a sus vidas o si, en realidad, viven dentro de una jaula. La metáfora deja de serlo cuando el mono blanco alienta al público: “Vivid como si os fuerais a morir hoy mismo”.
El relato está plagado de referentes filosóficos. El gorila protagonista es un avieso lector de Sócrates, Séneca, Aristóteles y Kierkegaard. Y Mayorga se inspira en un ensayo del humanista francés del siglo XVI Michel de Montaigne para que el que fuera la mayor celebridad del Zoo de Barcelona vaya exponiendo sus cavilaciones sobre la muerte. Se trata de una propuesta llena de capas, metateatral incluso, donde se invita a los intérpretes y al público a quitarse la máscara.
En coherencia, Galcerán ha hecho una apuesta por el signo teatral en su propuesta escénica: “Todos sabemos que a Copito lo interpreta un actor, de modo que no necesita un vestuario integral de gorila. Hemos jugado con la parte por el todo y desde la puesta en escena creamos una complicidad con el espectador para invitarle a vivir la convenciones y reforzar la magia de la ficción”.
Para escribir la sinopsis de la obra, Kika ha recurrido a las estrofas del hit popularizado por Frank Sinatra, aunque escrito por Paul Anka, My Way: “Ahora que se acerca el final, me enfrento a la caída del telón. Amigos, hablaré sin rodeos, os contaré mi historia, la que mejor conozco. He tenido una vida plena. Recorrí todos y cada uno de los caminos y más, mucho más que eso, lo hice a mi manera”.
La experiencia de Copito no es, por desgracia, extrapolable a la del protagonista de La sombra del tenorio, del Premio Nacional de Teatro 1986, José Luis Alonso de Santos. Se trata de un actor secundario llamado Saturnino Morales, enfermo de tuberculosis en un hospital para pobres. En el momento de su mutis final, aspira a hacer realidad su sueño de interpretar a Don Juan Tenorio, extremo al que nunca se ha atrevido por miedo al fracaso. Él, que siempre ha dado vida al criado gracioso de la obra de José Zorrilla, Ciutti, quiere ser, por una vez, única y definitiva, el actor principal.
Si en la obra de Mayorga había pinceladas de metateatro, en este monólogo se entra de lleno en el juego de la representación dentro de la representación. De hecho, al actor que interpreta al cómico moribundo, Chete Guzmán, le embarga, en cada representación, un batiburrillo de emociones: “Con esta función he encontrado el compromiso con el teatro, porque yo también tengo mi edad y estoy intentando cumplir mi sueño profesional con dificultades”.
La obra está programada el 11 de marzo, en el Auditorio Pilar Bardem, en Rivas Vaciamadrid, con motivo del bicentenario del nacimiento de Zorrilla, y el 23, en el Teatro López de Ayala de Badajoz, en vísperas de la efeméride del Día Mundial del Teatro, el 27 de marzo.
Como Copito, Saturnino guarda un mensaje dirigido a la audiencia. “Este texto es un alegato que invita a cumplir los sueños. No hay que tener miedo, porque la vida son dos días. No puedes morirte sin haberlo intentado”, anima Guzmán.
A la actriz Caterina Muñoz su personaje en el thriller psicológico La distancia le duele, literalmente. “Afecta en sitios indescriptibles y muy nuevos –explica-. En cada función me suceden cosas muy físicas y distintas: tengo temblores, tos, taquicardia, rigidez en el cuello… Me gusta trabajar mis papeles implicando el cuerpo, pero el miedo de este personaje a la muerte y el ritmo trepidante del montaje han afectado a mi boca, a mis ojos, a mi piel y a mis pulmones”.
Su desahuciada protagonista piensa que lo ha hecho lo mejor que ha podido en esta vida, pero no puede dejar de sentir remordimientos. “No se puede ir de este mundo de cualquier manera”, completa Muñoz.
El argentino Pablo Messiez, último Premio Max a la mejor Dirección Escénica por La piedra oscura, firma y dirige esta propuesta que incide en preguntas como la identidad, las relaciones paterno filiales, el miedo a la pérdida y la culpa.
La obra está ahora en barbecho, pero volverá a escenificarse en breve. Su excusa incidental es un escándalo acaecido en Entre Ríos. En la provincia argentina hay plantaciones de soja que se fumigan con glifosato, un producto que provoca abortos y malformaciones en el feto, entre otros perjuicios para la salud humana. A partir de la realidad de un pueblo intoxicado, la escritora de cuentos Samanta Schweblin escribió su primera e inquietante novela, Distancia de rescate.
El hipnótico relato está protagonizado por Amanda, una madre que ha de guardar la distancia con su hija para evitar que su vida corra peligro. Le quedan cinco minutos y quiere entender cómo ha llegado hasta esa situación. En el desarrollo del relato hay temor y aceptación, resistencia a lo inevitable y confusión. Y un sondeo del temor más atávico, el de la muerte de los propios hijos.
“El miedo va en el pack de la maternidad en el mismo grado tremendo y absoluto que el afecto. Hay una necesidad de proteger que convive con la imposibilidad de hacerlo, porque las vidas de los hijos son propias y están en el mundo expuestas a todo tipo de peligros”, argumenta Caterina.
La distancia es el primer proyecto de Bacantes Teatro, una productora que cristaliza el fructífero encuentro de las actrices Caterina Muñoz, Teresa Rivera, Luz Valdenebro y Estefanía de los Santos en el montaje de Animalario Urtain. Su objetivo es el de ”reflejar la vida que vivimos, indagar en el quién somos a través del entretenimiento, siendo motor de inspiración y pensamiento”.
El debut, como las otras dos obra que conforman este reportaje, llama al balance y a la valentía a las puertas de la muerte.
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