VALÈNCIA. El IVAM ya ultima la puesta en marcha de la que posiblemente sea su exposición más relevante de la temporada, Fernand Léger y la vida moderna, una coproducción del centro valenciano con la Tate Liverpool. Más de medio centenar de obras que ya se han visto en el museo británico y que intenta enseñar las alianzas que se están tejiendo desde València con algunas de las colecciones más importantes del mundo. En este sentido, la muestra que se inaugurará el próximo viernes contará con algunas de las obras más relevantes del pintor cubista, que estuvo en contacto o colaboró con otros artistas de gran calado como el arquitecto Le Corbusier o el surrealista Marcel Duchamp. Léger forma parte de ese grupo de voces que hicieron grandes las vanguardias de principio del siglo XX, cuando socio-políticamente estaba asentado que llegaba un cambio, pero no se vaticinaba el auge de los fascismos europeos.
En la galería 1 del IVAM aún se estaban montando la semana pasada las obras, llegadas directamente de Reino Unido pocos días antes. Sin embargo, desde el jueves, cuando Culturplaza pudo acceder a la galería donde se está montando la muestra, un mural destacaba sobre el resto de piezas expuestas. Se trataba de la sala dedicada al trabajo que el pintor francés realizó con la arquitecta y diseñadora Charlotte Perriand para el Pabellón de Agricultura de la Exposición Internacional de París en 1937. Desde la primera sala, ya se puede ver, al fondo, un mural de 3,5m de alto y 9,4m de ancho que ocupan la práctica totalidad de la pared. Se trata de Felicidad esencial, placeres nuevos (Joies essentielles, plaisirs nouveaux), un foto-mural a gran escala que refleja claramente una de las preocupaciones temáticas de Léger, la relación entre el mundo rural y la ciudad, entre las metrópolis europeas y norteamericanas, que empezaban a ser molestas y a contraponerse a la vida tradicional de los pueblos.
Fotos: KIKE TABERNER
En el mural, Léger y Perriand, combinan el acrílico, el collage y la impresión sobre papel en una tabla de madera. De izquierda a derecha se puede ver a un pescador de espaldas, sobre unas líneas azules de las que emanan unas nubes. Bajo estas, una escena divertida y al fondo de todo, la torres Eiffel. Ocupa unas dimensiones importantes la figura de un perro con un ave cazada entre sus dientes. La centralidad del cuadro la representan tres manos sosteniendo con fuerza unas flores (como si estas fueran una bandera o un arma) con una especie de diana en el fondo. En la parte de la derecha, hay tres mujeres con el vestido tradicional de Bigouden y un muchacho y una muchacha leyendo, y una biblioteca ambulante rodeado de niños niñas. A todo ello se le sobrepone un saxofonista tocando.
Esta escena pertenece a un momento en el que Léger desarrollaba su estética más abstracta, pero en esta ocasión decidió imponer la figuración a través de la superposición de fotografías. El sentido que le quería dar es el de armonizar dos mundos que se ven verdaderamente lejanos, pero que, idealizados, aspiran a ser mucho más cercanos, en un momento en el que ya se empezaba a activar el conflicto urbe-rural que sigue hasta nuestros días (la España vaciada es un concepto que en estas pasadas elecciones ha cobrado mucha fuerza). Esta preocupación fue tomada por el Frente Popular, del que Léger era estrecho colaborador, así que el pinto sentía que debía confiar en un arte que sirviera para concienciar socialmente y transformar culturalmente a las masas. De ahí la importancia de la parte derecha del mural: la cultura tradicional representada por las tres mujeres, la popular a través del jazz, y la necesidad de la alfabetización y despertar cultural de los niños y niñas del medio rural.
Sobre la técnica utilizada, José Miguel G. Cortés, director del IVAM, cuenta que “Fernand Léger entendía que, en aquellos años de gran enfrentamiento ideológico, el arte debía cumplir una función educativa que uniera las novedades plásticas propias del arte moderno con el deseo de llegar a todo el pueblo y de ser ampliamente entendido. Por esta razón Léger apostó en aquellos años por un arte mural de base fotográfica”. La fotografía no dejaba de ser una disciplina que, por su naturaleza eminentemente figurativa, se contraponía a las abstracciones que impulsaban las vanguardias como el surrealismo de Duchamp, enfocado a un público mucho más intelectual o urbanita.