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Cuando la revolución sexual tenía piel negra y voz de mujer

30/01/2022 - 

VALÈNCIA. De repente, el mundo gira en torno a ciertas artistas negras que reinaron en otros tiempos. Termino de leer El chicle de Nina Simone -que ya ha sido traducido al castellano- el libro de Warren Ellis en el que cuenta como los objetos más comunes y desechables se convierten en talismanes sagrados para él, y descubro que me ha ocurrido lo que a muchos de los personajes que aparecen en su relato, he sido tocado por su devoción, ha terminado por contagiármela. En realidad, todo lo que llevamos de 2022 lo estoy viviendo bajo el influjo de artistas negras. Gracias al estupendo ensayo que sobre Labelle ha escrito Adele Bertei, empecé el año escuchando una y otra vez Nightbirds y aprendiendo, desde la mirada femenina y queer de la autora, a estudiar y apreciar al grupo desde otra óptica. En cuanto a la doctora Simone -fue así como insistió en ser presentada por Nick Cave en el Meltdown Festival que él organizó en 1999-, me entrego al visionado de What happened, Miss Simone, el documental que sobre ella dirigió en 2015 Liz Garbus. Había visto Nina, el biopic que en 2016 rodó Cynthia Mort, pero ya se sabe cómo son los biopics, sacrifican la realidad a favor de la ficción, no conviene fiarse mucho. El documental de Garbus destapa a una mujer atormentada y contradictoria, algo habitual cuando alguien nace artista, pero que en este caso se agranda hasta lo doloroso.

Foto: BETTY DAVIS

Después de ver What happened Miss Simone, entiendo mejor qué fue lo que le ocurrió a la temperamental Miss Simone, que tuvo que enfrentarse al hecho de que, por culpa del color de su piel, la sociedad no iba a permitirle ser lo que se había propuesto ser. Lo logró igualmente, pero hubo de luchar contra barreras altas y consistentes. Esa Nina Simone tempestuosa que transmitía en palabras y acordes el sufrimiento de su gente, que supo hacer suyas por completo composiciones de George Harrison, Burt Bacharach o Paul Anka es una especie de diosa que atrapa más allá de sus dotes musicales. Su sinceridad y su mala leche, su arrojo, resultan tan fascinantes como sus interpretaciones, su dominio del piano, sus filigranas, esa manera que tiene de enfrentarse al público, a veces errática, a veces desafiante. Esa aura fue lo que cautivó a Cave y Ellis cuando la recibieron aquel día de 1999 en el Royal Albert Hall. Allí tuvo lugar un concierto mágico que Ellis recuerda en su libro de este modo: “Es absolutamente precioso que su concierto en el Festival Hall sólo se conserve en el recuerdo de las personas que estuvieron allí presentes. Que preservarlo no fuera un fenómeno del siglo XXI, lleno de iPhones, de una espiral de mensajes, mientras actuaba”.

Simone es mencionada en varias ocasiones por Bertei en Why Labelle Matters. La incluye en el reducido frente de artistas negras que a mediados del pasado siglo hacían que su música y lo que la rodeaba, empezando por ellas mismas, hablase de sexo. Nombra a la Simone y a la no menos volcánica Eartha Kitt, otra artista que no quiso callarse antess la injusticias. Como cuando se manifestó abiertamente en contra de la guerra de Vietnam, un gesto que hizo de ella una apestada y le costó la carrera. Kitt, que, con su voz felina, interpretaba canciones de Cole Porter, Irving Berlin o Kurt Weill, alargando las sílabas hasta hacer de ellas un ronroneo erótico, jugando siempre que podía la baza de ser una mujer temible para los hombres -hay que escuchar su “I wanna be evil”- fue redescubierta por la comunidad gay a principio de los ochenta cuando grababa discos de Hi-NRG, canciones de música discotequera que si no llevaban la palabra “hombre” en el título no eran nada. ¿Dónde está mi hombre? Amo a los hombres. Necesito un hombre. Llueven hombres. Un hombre de verdad. Kitt fue la pantera negra de la música popular de los años cincuenta y sesenta, una baladista aterciopelada, provocadora, que también podía mostrar sus entrañas cantando góspel. Fue, además, Catwoman en la gloriosa encarnación televisiva de Batman, aunque el público no vio con agrado que una mujer de color interpretara a dicho personaje. Halle Berry vengaría ese desprecio años después, encarnando a Catwoman e una insufrible película.

Pero volvamos con el libro de Bertei, donde también se menciona a Aretha Franklin y a Tina Turner, y Betty Wright, todas ellas mujeres afroamericanas que, en los setenta, antes de que existiera el hip hop, encendían la hoguera del sexo sin cortarse un pelo. En ese selecto grupo de damas está también Betty Davis, adalid femenina del funk, que vio su carrera eclipsada al casarse con Miles Davis. Su historia cuenta también con un revelador documental: Betty Davis. They say I’m different, dirigido por Philip Cox. Ese grupo de sacerdotisas del sexo está incompleto sin Labelle, que en “Lady Marmalade” le dieron voz a una prostituta que a, juzgar por algunos guiños de la letra, incluso podría ser una travesti. Ellas también se apropiaron de algo tan masculino como es el funk y aplicaron su energía sexual a una canción que sigue siendo sísmica.

Portada de 'El chicle de Nina Simone'

Del mismo modo que Nina Simone lo es para Ellis, para Bertei, Labelle fueron deidades que caminaron sobre la tierra, liberando feromonas con su colorido y su energía. Es importante recordarlas, a ellas, a todas ellas, tanto si están en este texto como si no. Bertei lo expresa muy bien en su ensayo: “La música que escuchamos le da forma a nuestra cultura y puesto que los hombres dirigen las empresas de entretenimiento, su sistema de dominación debe permanecer intacto. El rock & roll siempre ha estado dominado por hombres y puedes estar segura de que hay una sensibilidad think tank ejercida hoy en día por aquellos que eligen y deciden lo que escuchamos y lo que no, qué mujeres son promocionadas y cuales no”. En un disco en directo que Earth Kitt grabó a finales de los ochenta, cuando sus éxitos discotequeros la hicieron brillar de nuevo, le dice al público antes de terminar, “Where is my man”: “Grabé todos aquellos singles de éxito en los años cincuenta y sesenta, pero prefirieron esperar a que tuviese cincuenta años para darme mi primer disco de oro, y fue con esta canción”.

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