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desastre en la nau

Cuando València fue Brasil: crónica del incendio que destruyó en 1932 el Museo de Historia Natural

12/09/2018 - 

VALÈNCIA. Hace apenas unos días, medio mundo contenía el aliento al contemplar las imágenes del incendio que había asolado el Museo Nacional de Brasil. Entre la comunidad internacional cundía una mezcla de indignación ante la falta de medidas de seguridad en el centro y estupor por la cantidad de material de incalculable valor histórico que había quedado reducido a cenizas. No en vano, el de Río de Janeiro es (era) uno de los enclaves de conservación y divulgación más importantes de América Latina. Lo que quizás no sepan muchos es que un desastre similar aconteció en la Universitat de València el 12 de mayo de 1932. En esa noche fatal, el fuego se apoderó del edificio de la Nau, recinto en el que en ese momento estaban ubicados la Facultad de Ciencias, el observatorio astronómico (declarado de Utilidad Pública en 1919) y el antiguo museo de Historia Natural de la institución educativa, así como una biblioteca científica. "Y todo ardió", resumía la revista Valencia Atracción un mes después del siniestro.

El incendio comenzó en el ala sur del inmueble (la zona que da a la calle de Salvá) pasadas las nueve de la noche, cuando ya habían acabado las clases del día y no quedaba personal allí. Los bomberos llegaron poco después de recibir la alarma, pero el mal estado de las mangueras y la baja presión del agua disponible impidieron que pudieran actuar con la celeridad necesaria. Además, el servicio responsable de limpiar las calles se negó a enviar tanques de agua si no recibían autorización expresa del alcalde, Vicente Alfaro. Ante la ausencia de la diligencia y los recursos materiales suficientes, La Nau se consumía entre llamaradas. Fueron los propios estudiantes y profesores de la UV quienes decidieron establecer unas improvisadas brigadas de salvamento para entrar por las ventanas del edificio ("abriéndose paso a través de las vidrieras, cuyos cristales rompieron algunos a puñetazos", informaba al día siguiente El Pueblo), organizar cadenas humanas e intentar rescatar lo que fuera posible. Entre estos equipos de trabajo incluso estaba el entonces rector, Joan Peset. El reloj del claustro de la Nau se quedó parado en esa noche a las diez y media, según indicó en su día ABC, a causa de la catástrofe y permanecería en ese estado durante los siguientes años, como un accidental recordatorio del desastre.

De los cientos de miles de piezas que albergaba el museo - surgido a mediados del siglo XIX y que durante la época estaba considerado el segundo centro patrimonial y científico de España, solamente superado por el de Madrid- apenas pudieron salvarse 300. De hecho, ni siquiera se conoce con certeza cuántas piezas desaparecieron, pues incluso los propios inventarios del museo acabaron calcinados por una hoguera voraz que no logró controlarse hasta bien entrada la madrugada del 13 de mayo. Las únicas referencias conservadas fueron un catálogo de 1850 y otro de 1856 en los que se va dando cuenta del incremento de ejemplares que se estaban sumando al espacio a finales de siglo XIX. Entre las piezas que no lograron sobrevivir, se encuentran algunas tan emblemáticas como el esqueleto de una ballena que había aparecido en la playa de Borriana y acabó calcinado, “también se perdieron huesos de los primeros dinosaurios aparecidos en la Península Ibérica y piedras preciosas muy valiosas de Colombia, Brasil y Venezuela”, señala Anna Garcia-Forner, directora del actual Museo de Ciencias Naturales de la Universitat de València. También se perdió el herbario, que contenía más de 30.000 pliegos minuciosamente acumulados durante más de un siglo por los naturalistas valencianos.

Aves disecadas, un meteorito... y poco más

Respecto a las piezas salvaguardadas, la gran mayoría fueron animales disecados, “sobre todo aves, algunos mamíferos y reptiles, pero, por ejemplo, no se logró rescatar ningún ejemplar de peces ni anfibios”, explica Javier Lluch, Director del Departamento de Zoología de la UV y Delegado para la conservación de colecciones de Historia Natural. Los estudiantes voluntarios iban rompiendo vitrinas entre las llamas “y sacando de allí lo que podían. Si a una zona era imposible acceder por el fuego, se hacía imposible recuperar nada de allí”. Las pocas muestras que no sucumbieron al incendio quedaron disgregadas en diferentes  departamentos de la Universitat. Fueron los profesores e investigadores de la institución quienes, de manera voluntaria, se encargaron de conservarlas durante las últimas ocho décadas “es imprescindible valorar no solamente que se lograran rescatar, sino que hayan llegado hasta nuestros días”, apunta Garcia-Forner. Y ahí se han mantenido, esperando su momento para poder volver a la vida pública. Sí sobrevivió el meteorito València -de 33,5 kilos y uno de los escasos ejemplares españoles autentificados en los últimos 100 años- pero no lo hicieron los documentos que estudiaban la ubicación exacta o la fecha de su caída. De hecho, actualmente sigue sin conocerse la procedencia de este objeto espacial.

Foto: ESTRELLA JOVER 

En cuanto al observatorio astronómico, promovido por Ignacio Tarazona, su cúpula de cartón piedra fue pasto de las llamas y la mayoría de instrumentos con los que contaba el enclave quedaron inutilizados, excepto el telescopio Grubb. Mejor suerte corrieron los fondos de la biblioteca, primer espacio al que acudieron los equipos de rescate y donde se logró tanto controlar el fuego como salvar  gran parte de los fondos impresos. La caótica gestión del suceso provocó varios días de protestas estudiantiles que fueron disueltas por la Guardia de Asalto y se saldaron con decenas de detenidos y la llamada a la dimisión del alcalde, quien, tras la crisis de legitimidad sufrida durante esos días, acabaría dimitiendo varias semanas mas tarde. 

Casi un siglo después del desastre, las causas concretas del incendio no están del todo claras: todo indica que la combustión se originó en el laboratorio de Química, “aunque no se sabe muy bien qué sucedió allí”, sostiene Garcia-Forner. Pero la destrucción de los fondos museísticos no se debió únicamente a la acción del fuego. Como explica la conservadora, muchas piezas no se quemaron sino que se perdieron durante el desescombro de los días siguientes “que fue tan caótico como las mismas labores de extinción”, a pesar de que docentes y alumnos volvieron al lugar del suceso para intentar recuperar lo que fuera posible. “Suponemos que, como el suceso había causado tanta polémica, las autoridades del momento decidieron que había que dejar la zona limpia cuanto antes para no seguir recibiendo críticas”, señala Lluch. Así, huesos de incalculable valor científico o muestras geológicas de gran importancia fueron retiradas del enclave junto con los cascotes del edificio que había quedado en ruinas. “Se lo llevaron todo por delante como si se tratara de piedras cualquiera”, apunta el zoólogo.

Una reconstrucción con acento esperantista

Tal y como está sucediendo ahora en Brasil, apenas estuvo sofocado el incendio, distintas entidades y profesionales de la zona comenzaron a movilizarse para reponer los fondos del museo. Entran aquí en juego los miembros de la Sociedad Esperantista Valenciana que, aprovechando el auge que tenía en la época esta lengua de vocación internacional, se lanzaron a escribir cartas en esperanto solicitando a centros de todo el mundo la cesión de piezas. De hecho, hay constancia de que ya en octubre de 1932 museos como los de Ginebra, Zurich, París o Londres había enviado material gracias a la intervención de este colectivo. También se recibieron fondos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, del Instituto Geológico y Minero de España y de especialistas como José Vilaplana, Doroteo Almagro o Koshbaeck. Incluso el cónsul interino de Bolivia en València entregó varios ejemplares de mariposas autóctonas de su tierra natal. 

Todos los esfuerzos por hacer resurgir de sus cenizas este espacio para la investigación y el aprendizaje quedaron truncados por el inicio de la Guerra Civil, “las prioridades de las instituciones y la sociedad pasaron a ser otras”, apunta Lluch. “Claro, en ese momento no era factible poner en marcha un museo”, añade Garcia-Forner. Tras el fin de la contienda, el proyecto de reconstruir el museo quedó aparcado y no fue hasta hace poco cuando la Universitat se lanzó a la tarea de una vez por todas. Así, el pasado febrero, el remozado Museu de Història Natural de la UV abría de nuevo sus puertas en el campus de Burjassot. Tras 86 años de espera, el centro cuenta ahora con un patrimonio propio que entremezcla tanto las piezas que escaparon de la combustión como otras de nueva adquisición, por ejemplo, ejemplares entregados para la taxidermia por el antiguo zoo de la ciudad o 250 dientes de cachalote provenientes de un decomiso de la Guardia Civil. No, ninguno de los pájaros rescatados de entre las llamas en 1932 era un ave fénix, pero, por fin, todos ellos han conseguido resurgir de sus cenizas.

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