Una de las frases clave que se pueden leer en el libro es “La creatividad no excluye a nadie”, que sintetiza la idea principal que estaba buscando Arnau. “Junto paralelismos, personales y familiares con esta idea. Mi abuela por ejemplo nunca pudo ver su parte más creativa porque trabajaba en un taller de costura, y pienso que habría podido ser de ella si hubiera ahondado en otras cosas”, explica sobre los límites de la creatividad, claves en su historia. “Es muy típico, pero cuando te haces mayor te planteas si es demasiado tarde para empezar algunas cosas”, aclara. En su caso, dibujo y música se dan la mano en dos facetas del mundo creativo: “Cuando terminas un libro o un disco no tienes ni idea de cómo va a reaccionar la gente. Hay cosas que te curras muchísimo y no tienen nada de repercusión y otras que las trabajas poco y de repente encantan. De este libro estoy recibiendo todo tipo de reacciones, y hablando de la humanidad descubre que las robots son en realidad muy compasivas y humanas”.
Con todo esto se habla también de soledad, de marginación y de la guerra de dos mundos. Los robots quieren pintar y los humanos se oponen a ello, en este momento vemos la tristeza de los robots al ser excluidos y sus ganas de formar parte en un gran todo. Sin embargo, Arnau configura la historia para que la emocionalidad se lo lleve todo, creando una conexión única entre el lector y el relato.
A su vez, el trabajo se publica en un momento en el que la Inteligencia Artificial está en completo auge, y sin quererlo el cómic de Arnau trata un tema actual: “Yo creo que esto es como las nuevas criptomonedas, hasta que se descubra que es un verdadero fiasco. A veces da mucha pena ver que el mundo piensa que se trata de adaptarse o morir”, explica sobre estas herramientas, “me da miedo la idea de tanta libertad y velocidad, si ponemos por delante la economía se lo va a comer todo e incluido a nosotros mismos”. De esta forma en sus dos mundos al final gana la sensibilidad, frente a cualquier creación, algoritmo o tipo de arte.