Las elecciones del 28A han sido una cura de humildad para quienes nos las prometíamos muy felices. Nos veíamos entrando en La Moncloa a lomos de una jaca andaluza. Nuestro error fue minusvalorar al presidente maniquí. Ahora llega un tiempo de penitencia para que la derecha expíe sus pecados
Como soy un hombre aburrido y no sé qué hacer con mi vida, el último día de la campaña electoral fui al mitin del presidente maniquí en el Parque Central de València. Al llegar vi a dos grupos reducidos de manifestantes. Eran policías nacionales reclamando la igualdad salarial y funcionarios de prisiones protestando por su situación en las cárceles.
Tuve la suerte de ver al presidente muy de cerca, cuando se dirigía al acto, acompañado por Ximo Puig y el ministro astronauta. Sólo una valla amarilla de plástico nos separaba cuando llegó repartiendo besos, abrazos, carantoñas y arrumacos a todos los que pretendían hacerse un selfi con él. A mi lado, una mujer atractiva, recién salida de la peluquería y con las uñas pintadas de rojo bermellón, gritaba enfervorecida: “¡Me ha dado la mano! ¡Me ha dado la mano!”. Luego me confesó que votaría al PP y no entendí nada.
El pollastre es alto y espigado; es guapo, condenadamente guapo, gana al natural. Las fotos que le hice salieron borrosas, como el tiempo político que nos ha tocado vivir. Me puse a correr tras la comitiva mientras los guardaespaldas no me quitaban ojo. Busqué un sitio en las gradas. No lo había. Me tuve que conformar con seguir el mitin de pie, desde un lateral en el que sólo se veía a los oradores de perfil.
Abrió el Club de la Comedia (porque hablamos de puro teatro, de grotesco espectáculo) una joven llamada Sandra Gómez, autora de un desolador discurso de bienvenida. En él no faltaron, como era previsible, la matraca del feminismo y el miedo a los fascistas dispuestos a acabar con la democracia. Ni siquiera acertó en la fecha de las elecciones. ¿No hay nadie mejor en el PSPV para disputarle la Alcaldía de València al iaio Ribó? Silencio. Luego salió el señor Ábalos, escudero del presidente, que hilvanó una intervención de mayor altura, inteligente y malvada, culta también.
El president Puig estuvo voluntarioso, discreto y gris, como siempre. Ni frío ni calor. No entusiasma ni asusta. Un huevo sin sal. Precedió a Pedro el Aventurero, que se ganó pronto al auditorio, especialmente a las mujeres (algunas vestidas con la chupa roja de cuero de Adriana Lastra) con un discurso demagógico, eficaz y mendaz.
Rezaré por el niño Albert para que recapacite y haga lo que todo gran político hace: traicionar a sus votantes, en este caso pactando con el presidente maniquí
Regresé triste a casa, con la dolorosa certeza de que la suerte estaba echada. Sin embargo, en mi jornada de reflexión fui a orar a la parroquia de mi pueblo para pedir a todos los santos que nos echaran una mano a los partidarios de la ley y el orden, de las tradiciones, a los que pusimos la bandera en los balcones, a las tres terribles derechas, pero sólo obtuve el silencio como respuesta.
El domingo, cerrados los colegios electorales, se confirmaron los peores pronósticos. A las diez y media de la noche toda España (o lo que queda de ella) supo que el Frente Popular 4.0 había ganado los comicios. El cuento de Caperucita roja y el lobo feroz había colado. Debacle de la España azul y hundimiento de los valores de un tipo sociedad que se extingue porque las nuevas generaciones adoctrinadas por el progresismo no se reconocen en ellos: la familia tradicional, la consideración de España como nación, el respeto a la vida, la religión católica…
En la cama pensé que todo tiene su explicación. Las casualidades no existen. Si nos ha ocurrido lo que nos ha ocurrido será por algo. Algún pecado terrible debimos de cometer los votantes de las tres derechas, en esta o en pasadas vidas, para que Dios, del que se presume que es de nuestra cuerda, nos haya castigado con la continuidad del presidente maniquí en la Moncloa.
Y yo acepto, como creyente, la decisión del Altísimo, los cuatro años de penitencia que nos han sido impuestos. Llega el tiempo de plegar velas y desaparecer del mundo en un lugar recogido y tranquilo, en el que practiquemos el ayuno y la oración, como Benedicto XVI. Mientras, este régimen político seguirá descomponiéndose.
El Desierto de las Palmas, en el interior de la provincia de Castellón, ha sido mi elección. Estuve recorriéndolo en Pascua y me gustó. La próxima semana hago las maletas y me voy para allá. Pediré a los generosos carmelitas descalzos que me den alojamiento y modesta manutención en su monasterio. Rezaré por España, por mi familia y por mí, que falta me hace. Y en mis oraciones ocupará un lugar especial el niño Albert para que recapacite y haga lo que todo gran político debe hacer: traicionar a sus votantes, en este caso pactando con el presidente maniquí, para que estos cuatro años de penitencia se nos hagan más llevaderos.