VALÈNCIA. No me negarán que una buena biblioteca es un signo de distinción. Al menos en otros tiempos lo fue. Recuerdo haber leído en un libro sobre coleccionismo en Francia que hablaba de algunos burgueses del París del siglo XIX, que no habían dedicado mucho tiempo a la cuestión intelectual quizás porque habían preferido una vida más mundana. Ya en su vejez se presentaban ante el mundo con una casa de la que se desprendía poco acercamiento a lo intelectual. Una vergüenza. Para solucionar esto, al menos en apariencia, mandaban al criado a comprar, de incógnito, bibliotecas enteras de personas fallecidas para ser colocadas en sus estanterías con el fin de que cuando dejaran este mundo y extraños, amistades y familia entrara en su casa, su entorno se formara una opinión intelectualmente relevante a la vista de los libros que, se supone, el susodicho había leído y coleccionado. Hablemos de libros y bibliotecas, en este caso públicas, porque València las tiene y relevantes en fondo y forma. Las pétreas paredes forradas por interminables estanterías rezuman historia en forma de papel verjurado, legajos atados inmemorialmente con cordeles, tomos encuadernados en vitela, pergaminos. Aquí sí que la memoria hace acto de presencia en el sentido más estricto.
La del Patriarca es, tras la de la catedral, la biblioteca más antigua de la ciudad, puesto que ya fue concebida como tal, en el momento de la construcción del edificio en los albores del siglo XVII. Todo en el Patriarca está concebido en 2023 tal como lo fue en las primeras décadas del 1600. Esto le dota de una fuerza y una verdad al conjunto patrimonial, que no tiene parangón en València. No podemos pasar por alto el acceso mismo a la biblioteca, atravesando el claustro renacentista y ascendiendo por la extraordinaria escalera de acceso realizada por medio de “voltes” o arcos configurados por sillares de estereotomía perfecta y constituyendo todo un alarde arquitectónico.
Entre las joyas que allí se encuentran está la correspondencia personal del ilustrado Gregorio Mayans, que fue bibliotecario real de Felipe V. También existen obras de carácter filosófico, científica y, por supuesto teología. Así mismo la biblioteca personal del fundador San Juan de Ribera, que legó al Colegio después de su muerte, junto a otras obras que fueron incorporadas posteriormente. La biblioteca está situada en el punto más alto del edificio y organizada por diferentes materias: Biblias, Santos Padres, Filosofía, Historia, Teología, etc. La calidad de lo que allí se halla refleja el bagaje intelectual y religioso de su fundador. Quizás la joya de la biblioteca sea el original autógrafo de Tomas Moro “De Tristia Christi” que escribió estando preso en la Torre de Londres. No podemos pasar por alto que la biblioteca custodia casi treinta mil protocolos notariales redactados por más de dos mil notarios entre los siglos XIV y el XIX y que son parte importante que configura la historia de la ciudad. Tampoco podemos dejar de mencionar su importantísimo fondo musical valenciano.
Hoy en día se están inventariando de nuevo los fondos, se está llevando a cabo la digitalización y se están aplicando los nuevos criterios archivísticos normalizados.
En este caso los orígenes de la biblioteca de la antigua Universidad de València “Estudi General”, hay que situarlos en la época académica, concretamente con la importante donación del valenciano Francisco Pérez Bayer en 1785 de sus fondos. A esta donación se unieron otras de forma mimética, aunque buena parte de este fondo se perdió en un incendio durante la guerra de la independencia al caer un proyectil en el edificio, suceso que motivó sucesivas donaciones que engrosaron sus archivos además de las bibliotecas que provenían de conventos que se cerraron tras la Desamortización de Mendizábal. Tras ello las donaciones fueron recibidas cadenciosamente hasta entrado el siglo XX. Hay que mencionar que la Guerra Civil motivó que se requisaran numerosos libros y que pasaron a integrar el catálogo. Al fondo bibliográfico hay que sumar una importante colección de carteles de la guerra civil española.
La Catedral conserva el fondo documental y bibliográfico más antiguo de la ciudad puesto que empieza a componerse con la construcción del edificio entre los siglos XIII y XIV. Tras importantes labores de archivo en los siglos XVIII y XIX por diversos historiadores, es el trabajo del historiador de Denia, Roque Chabás, durante dos décadas a caballo de los siglos XIX y XX el que resulta definitivo y es el que hoy se conserva y utiliza. Al haberse salvado “milagrosamente” de toda clase de vicisitudes que sucedían a su alrededor, conserva series ininterrumpidas desde el siglo XIV y convierten al archivo en uno de los depósitos documentales catedralicios más importantes de Europa.
Afortunadamente durante los sucesos de 1936 pudo ser trasladado al Real Colegio del Corpus Christi y fue salvado de las llamas que sí se cebaron con obras de arte de la catedral. A este fondo hay que sumar una biblioteca auxiliar que dota a la instalación de un fondo bibliográfico de más de 6.000 volúmenes de los más diversos temas como historia del arte, santos valencianos, ciencias diccionarios etc. Por supuesto, no nos podemos olvidar del impresionante archivo musical con partituras que van de los siglos XIII-XIV como las “Epístoles farcides” o los manuscritos de otros compositores españoles como Guerrero, Comes, Cabanilles o Pons hasta completar un catálogo de unas 3.500 partituras. Muchos de los fondos están digitalizados y se pueden consultar en la web del archivo de la catedral.
Un majestuoso marco arquitectónico, el Monasterio de San Miguel de los Reyes, , alberga desde el año 2000 la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu. El origen de esta biblioteca es la donación de los fondos de Nicolau Primitiu en el año 1979 que inicialmente estuvieron depositados en la biblioteca del antiguo hospital. Recuerdo de niño que me llamaba la atención un ala del edificio que solía estar en penumbra y sin acceso que ponía “Sala Nicolau Primitiu”. Una donación compuesta por una impresionante colección de incunables y libros raros de los siglos XVI al XVIII escritos por autores valencianos, o bien de temática valenciana o producidos en València.
Con el tiempo este valioso fondo inicial se ha ido completando con adquisiciones o la complementación con otras colecciones públicas… Con el tiempo, además del fondo de Nicolau Primitiu se han unido otros bien conocidos como el de Pere María Orts, Felipe Garín o Martínez Guerricabeitia. Además la Generalitat adquirió extraordinarios fondos fotográficos como el de Huguet que se conservan en el edificio renacentista. El documento más antiguo que se custodia es una carta puebla de San Mateo del año 1274, así como un total de 53 incunables como una primera edición de Els Furs del Regne de València, la Vita Christi de Sor Isabel de Villena que se imprimió en la ciudad de València en 1497 o varios sermones de San Vicente Ferrer.