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La invasión de los 'dating shows'

Cuatro no quiere que nadie muera solo

First Dates cumple un año en antena, pero no es el único programa de la televisión empeñado en encontrar la media naranja de sus participantes. Mediaset encabeza esta cruzada con desnudos, restaurantes y curiosas celestinas

13/05/2017 - 

VALÈNCIA. Que los millennials son la generación que no quiere casarse, tener hijos ni adoptar un perro que se llame Toby se ha dicho y escrito hasta convertir al espectro que comprende la veintena y parte de la treintena en un estereotipo de joven incapaz de socializar más allá de una pantalla, que tiene una relación sin definir con una persona (o dos) a quien no tiene tiempo de etiquetar, pero que siempre va a estar ahí para compartir un plan de “mantita y serie”. Alguien que no se preocupa por los planes de futuro pero sí por qué filtro añadir a sus fotos de Instagram, y que se gasta el dinero que no tiene en viajes y tostadas de aguacate. Cuatro, armado con la espada del amor y con Carlos Sobera como fiel escudero, ha aceptado el desafío y en su dating show estrella se puede ver de todo. En su primer año de vida, First Dates ha sido capaz de emparejar (con más o menos fortuna) a jóvenes con 18 años recién cumplidos que van a ver si “por fin” encuentran el amor (cuán larga espera), o a señores que lo han encontrado y perdido demasiadas veces y que ahora solo quieren compartir sus días paseando de la mano en Benidorm.

En First Dates hay mesa reservada para cualquiera que se atreva a ir a buscar a la persona definitiva a este restaurante, ante millones de miradas extrañas y con el riesgo de sufrir la vergüenza, propia o ajena. Y cualquiera es, literalmente, cualquiera. El abanico de edad, identidad de género u orientación sexual en el que se mueve el programa de Mediaset es tremendamente amplio y está ayudando a normalizar y visibilizar lo que de hace tiempo viene considerándose como diferente: el poliamor, buscar o rebuscar el amor pasados los 80 años, querer ir a por un vestido de novia en la recién estrenada veintena o las relaciones LGTB sin tener que añadir “promiscuas” detrás para los que siguen anclados en los clichés.

First Dates tiene una fórmula mucho más sencilla que cualquiera de los demás rocambolescos programas de citas marca Cuatro: una cita a ciegas normal, con dos personas que quedan para cenar y charlar (y acabar bailando y cantando en el karaoke de un reservado), solo que con Carlos Sobera y su ejército de camareros actuando de celestina en lugar de los tradicionales amigos en común. Mucho se desvía de las fórmulas de Quién quiere casarse con mi hijo, Un príncipe para Corina o su evolución en Un príncipe para tres princesas, Adán y Eva, Tú, yo y mi avatar, Amores perros o Granjero busca esposa. Programas de la misma cadena donde la cotidianidad se rinde ante lo grotesco en un pastiche de gente desnuda en una isla paradisíaca, una decena de pretendientes desesperados o una cita para mascotas en la que quizá sus dueños también acaben pillando un trozo del pastel.

Amor intergeneracional

Aunque Cuatro parece reinar en el emporio de búsqueda de medias naranjas, comparte su reino con otros canales. All you need is love… o no, con Risto Mejide como cuestionable anfitrión, se ha estrenado en las pantallas de la mano de Telecinco, que también cuenta con Mujeres y hombres y viceversa; Casados a primera vista es la joya de Antena 3 y Desnúdame, para los que prefieren entrar en materia sin tener que pasar antes por una cena aliñada con conversaciones incómodas, se puede ver en DKISS. Pero no son, ni mucho menos, los primeros dating shows de la televisión española. 

En 1992 se estrenaba Contacto con tacto en Telecinco, presentado por el maromo acaparador de corazones de la época, Bertín Osborne. Antena 3 también tuvo sus pinitos a principios de los 90 en el abismal mundo de las relaciones con Lo que necesitas es amor o con la esperpéntica prueba de fidelidad Confianza ciega. Más tarde, a través de Neox, despuntaría con uno de los programas más icónicos de la parrilla, capaz de unir en un autobús a chonis, canis, pijos y emos en busca del amor o del dinero, dependiendo de la decisión final. Era Next, adaptado del original de la MTV.

La propia MTV ofreció también un amplio abanico esperpéntico de programas protagonizados por adolescentes y consumidos por adolescentes, como Room Raiders, Disaster Date o el maravilloso Parental Control, donde una hija terminaba eligiendo entre su pareja actual o la nueva, seleccionada por sus padres, en un apasionante y guionizado momento final. Incluso Canal 9 se subió al carro con su versión local de Luna de miel, eso sí, con enamorados ya emparejados que competían por demostrar al mundo que sabían, entre otros, cuál era el plato favorito de su cónyuge. Una muestra de amor que ahora, en tiempos de Just Eat, sería imprescindible.

La aspiración de la media naranja

Años después, todo este camino (a veces incómodo) de citas a ciegas ha evolucionado hacia dos vertientes: los programas rocambolescos que buscan temáticas diferentes para poder ofrecer un contenido mucho más llamativo, que se desmarque de los formatos habituales, y los que, por el contrario, optan por una fórmula más sencilla y clásica. First Dates, con la premisa de una simple cena, derrocha humor por los cuatro costados, tiene ritmo, apuesta por la diversidad y no cae en la ranciedad que podrían tener nuevos formatos que, por buscar sencillez, acaban chapados a la antigua, como la última apuesta fallida de Juan y Medio, El amor está en el aire.

Es innegable que los dating shows funcionan. Unos con más fortuna que otros, tan retorcidos como ideas agotadas hay ya de este género televisivo. La necesidad de encontrar a alguien con quien pasar el resto de nuestra vida o con quien enviarse emoticonos de la berenjena nos convierte en carne de reality amoroso, sea cual sea la edad, y no falta la materia prima de concursantes en lo que a llenar programas se refiere. La media naranja o el “compañero de viaje” como aspiración en la vida.

El espíritu de las relaciones tradicionales (boda y niños) revolotea todavía por encima de la sociedad, sumado al efecto de las dulces películas de Disney que prometían un príncipe, amor, perdices y castillos blancos a una pronta edad. El amor (romántico o carnal) se entiende como una necesidad humana que, si la vida real no puede llenar, deberán hacerlo las televisiones privadas. O Carlos Sobera.

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