Hoy es 10 de octubre
España está viviendo una situación particularmente complicada. La inflación se está desbocando, y está afectando, con gran celeridad, al poder adquisitivo de la población. Como además las subidas se centran en la energía y en la alimentación, el impacto del aumento de los precios es generalizado, y por tanto afecta en mayor medida a los más débiles. Por otro lado, tanto el conflicto en Ucrania como las tensiones en nuestra frontera sur, con los países del Magreb, auguran más problemas en el futuro más inmediato.
En Ucrania los reveses del ejército ruso se combinan con la crueldad con la que éste se está manejando con la población civil, mientras la escalada militar, de imprevisibles consecuencias, continúa su ascenso constante. En el Magreb, Pedro Sánchez ha solventado una crisis con Marruecos abriendo otra con Argelia. El problema es que, aparentemente, con Marruecos se ha cambiado la línea diplomática española con el Sahara en los últimos 45 años a cambio de una sonrisa y una cena con el rey de Marruecos, mientras que Argelia ya anuncia que encarecerá el gas natural que le vende a España mientras suscribe más contratos con Italia. La concesión que se supone que se ha sacado de Marruecos es garantizar la integridad territorial española (considerar eso una concesión ya es, en sí, una concesión surrealista del Gobierno español); y, además, en realidad Marruecos parece que tampoco ha dicho nada al respecto. Todo mal. Uno se imagina a Pedro Sánchez en La Moncloa como el perro del meme:
El país vive momentos difíciles, sus líderes políticos no están a la altura... era el momento de que las élites tradicionales españolas, siempre tan dadas a enarbolar discursos sobre el emprendimiento, el sacrificio, la necesidad de apretarse el cinturón, de bajar unos cuantos grados la calefacción, si es preciso, aunque la piscina climatizada grande se resienta (la mediana y el jacuzzi no, tampoco vamos a exagerar), con tal de superar las adversidades que aparecen en el camino y contribuir, todos a una, al bien del país, dieran un paso adelante, mostraran su compromiso con España, ese espíritu de sacrificio tan propio de estos tiempos que vivimos, en plena Semana de Pasión... ¡Y vaya si lo han hecho!
Primero nos encontramos con el hallazgo de la venta de un paquete de suministros médicos al ayuntamiento de Madrid al principio del confinamiento de 2020, en lo peor de la pandemia. Dos comisionistas (uno de los cuales, Luis Medina, de rancio abolengo, hijo del duque de Feria), patrióticamente, decidieron ayudar al Ayuntamiento de la capital a encontrar dichos suministros merced a sus contactos en el extranjero, y lo hicieron por la vía más dura: llamando por teléfono. Nada de enviar un mensaje o una nota de voz por WhatsApp, no; una llamada con todas las letras, con sus tonos, su espera, y su molesta interacción sonora. Algo muy años noventa; tanto, que a nadie le cabe extrañar que cobraran una comisión de seis millones de euros, que casi alcanzaba el 50% del coste de la operación en sí.
Pero esta no iba a ser, ni mucho menos, la única pica en Flandes de nuestra nobleza en estos días tan difíciles para el país. También nos hemos enterado del feliz acontecimiento de la boda de Martín Cabello de los Cobos, nieto de los condes de Fuenteblanca, con Belén Barnechea, hija de un político peruano, que tuvo lugar hace unos días en Trujillo (Perú). Como parte del feliz acontecimiento, los contrayentes contrataron a decenas de personas a las que vistieron con un taparrabos y ataron con sogas para que simulasen un simpático teatrillo histórico alrededor de los novios. ¿La temática? La esclavización de los andinos por parte de los Conquistadores españoles (se pueden decir muchas cosas sobre la empatía y sensibilidad de los novios, pero no que no intenten hacer las cosas con precisión histórica y ser fieles al legado de España en Perú). Un asunto que, a buen seguro, contribuirá a mejorar la imagen de España en los países hermanos de Latinoamérica, y muy singularmente en Perú.
En paralelo, también esta semana ha aparecido la espeluznante noticia de que la familia de empresarios Ros Casares guardaba en un polígono de Bétera una gigantesca colección de animales disecados, muchos de ellos en peligro de extinción y algunos ya extintos. Nada mejor que cazar animales a cientos y luego disecarlos como un trofeo para mostrar compromiso y sensibilidad con el medio ambiente, aunque eso ya lo sabíamos desde que hace más o menos diez años trascendió que el ahora rey emérito estaba de safari en Botsuana con su amante mientras en España se deshojaba la margarita sobre si vendría la troika a aplicar recortes salvajes como en Grecia o se harían indirectamente. Detrás de la troika estaba la implacable disciplina de los frugales europeos, implacables con el gasto; países como Austria y Holanda y, sobre todo, Alemania, siempre dispuestos a exigir sacrificios a otros, a regañarte con historias moralizantes, pero que ahora, cuando están financiando una guerra de agresión de una superpotencia contra un país casi indefenso, te dicen que no van a dejar de comprarle gas y petróleo al agresor porque, claro, ... ¿qué pretendemos? ¿Que pasen frío? ¿Que sus economías se resientan? ¡Cuánto nos recuerda Alemania, la élite de la UE, a nuestras élites!